Para los que planeamos estudiar o trabajar en el extranjero, nos decidimos por un país que cumpla ciertas características que nos ayuden a conseguir el anhelado sueño de ser mejores profesionales, pero por sobre todo ser felices.
En lo personal, busco un país muy histórico, cuya arquitectura antigua y moderna me maraville. La diversidad cultural es muy importante porque necesito palpar que estoy en un país muy distinto al mío. También que me respeten como extranjera y que me reciban con los brazos abiertos en cada momento. Que el costo de vida sea razonable (no como en Santiago que todos los precios están por las nubes), y que su comida típica sea exquisita. Pero lo esencial, es que sea un país emergente, y que me haga sentir segura en todo momento.
Por eso estoy aquí en Turquía, un país que me recibió de forma increíble. Vivo en la capital, Ankara, una ciudad donde se puede hablar por celular en la calle y andar con la billetera en la mano sin miedo a que lo roben. Un lugar donde sus habitantes no cierran con llave las puertas de sus casas. Donde las conversaciones con el mesero, el vendedor, el guardia o cualquier persona que uno le pregunte por alguna dirección en la calle siempre serán agradables, con fraternos abrazos y dos besos, uno en cada mejilla (como se acostumbra). Una capital en que su gente puede gastar su día entero mostrándole la ciudad a algún extranjero sin esperar nada a cambio, e incluso, sin miedo lo invitan a su casa para que conozca a su familia. Sin duda, ellos “confían siempre”, y aprender y vivir así es algo fascinante.
Si bien he estado muy poco en la ciudad, mis días han sido intensos porque he conocido a mucha gente. Acá es fácil formar amigos porque Ankara es una ciudad maravillosa. Sin embargo, luego del bombardeo en plena protesta en una de las calles más concurridas de la ciudad, he conocido la otra parte de este país laico-islámico.
Ya estamos en el segundo día de duelo nacional, y tuve que asistir a la Universidad, que está a unos 20 minutos de mi hogar. Con mis amigas (entre extranjeras y turcas) nos demoramos alrededor de 15 minutos discutiendo si íbamos a clases. Finalmente nos arriesgamos y buscamos la forma de evadir el metro. Al llegar a la Universidad ya se puede percibir el clima de tensión. Guardias de seguridad y policías en lugares que comúnmente no se veían. Al entrar, fue necesario identificarme, de lo contrario no me dejaban pasar. Los helicópteros se paseaban todo el tiempo.
Cuando la profesora comenzó la clase, me costaba pensar que todo pareciera normal, como si nada hubiese pasado. Hasta que se tocó el tema y si bien ella lo habló en turco, igualmente sus expresiones me emocionaron. El idioma no fue un impedimento para que sus palabras me sensibilizaran aún más. “¿Ustedes saben quién puso las bombas? Fue ISIS”, remató su discurso, y, de repente y sin titubear, un compañero de Siria añadió: “Esto es normal, ustedes deberían aprender a vivir con eso”, a lo que la profesora respondió: “Esto no es Siria, es Turquía, uno de los países más seguros del mundo”.
Con esas palabras terminó la conversación. Me hubiese gustado haber debatido con mayor profundidad, pero nadie habló más. El miedo constante de opinar es inminente. La mayoría prefiere guardar silencio por el miedo de haber algún infiltrado cerca. Eso me impacta, porque no le puedo preguntar a nadie su opinión al respecto, ni yo tampoco puedo decir nada porque arriesgo a que me vinculen con algún movimiento o partido político en general. Ante eso, prefiero sumarme a su silencio.
Por TV advirtieron la posibilidad de que las universidades no sean lugares seguros porque los estudiantes se han tomado algunas facultades. En mi caso, decidí ir porque las clases avanzan y necesito aprender el idioma cuanto antes. En las afueras de mi facultad, escucho un grupo de jóvenes cantar, me acerco y estaban todos vestidos de negro conmemorando a los estudiantes fallecidos por los bombardeos. Formaban un círculo, y repetían una y otra vez la misma canción que sonaba muy triste y melancólica. Eso me impactó, más aún cuando me doy cuenta que incluso existe un miedo por quedarse mirando el acto. “Deben ser kurdos, mejor vámonos”, me dice un amigo iraquí.
Me hubiese encantado haber estado allí por más tiempo porque el acto era realmente conmovedor, pero en estos casos prefiero obedecer a aquellos que tienen más experiencia en estos temas.
A la salida de clases, otro grupo de estudiantes gritaba a todo pulmón un acto en señal de protesta. Cuando terminó, me di cuenta que una amiga turca estaba presente y me dice en español (porque nuestro idioma es muy cotizado en este país): “Yo no me puedo quedar callada. Se murió una compañera de clase de forma injusta. Tengo pena y rabia que debo manifestarla”.
Ya de vuelta a casa, la ciudad sigue funcionando. El tráfico no cesa y se ven vendedores ambulantes por doquier. El comercio funciona al igual que todos los servicios básicos. Entremedio, también se escucha fuerte el llamado de las mezquitas a rezar, y por lo que tengo entendido, ahora lo hacen con más ímpetu para que la oración sea entorno a los afectados por uno de los atentados más grandes de la historia de un país que cambió tan repentinamente su realidad.
Dennisse Flores Conejeros es periodista de la Universidad de las Américas y en 2013 ganó una beca para estudiar inglés en la India. Actualmente se encuentra becada por el Gobierno de Turquía para estudiar el idioma turco y además un máster en Comunicaciones en la Universidad Hacettepe de Ankara.