Para muchos chilenos, el 11 de septiembre sigue siendo una fecha de división. Mientras algunos lo ven como una acción que liberó al país, otros lo ven como el comienzo de un largo y doloroso proceso de cambios económicos, políticos y -sobre todo- de muerte.

Incluso los años y sobre todo los meses anteriores al Golpe de Estado estuvieron marcados por un clima de confrontación, donde partidarios y detractores del gobierno de Salvador Allende realizaban diariamente demostraciones de fuerza para mantenerlo o sacarlo del poder, muchas veces recurriendo a la violencia.

Este ambiente enrarecido dejó muchas historias de sufrimiento, pero también algunas jocosas que han sido naturalmente eclipsadas por la solemnidad con que se conmemoran estos hechos. A 42 años del inicio de la Dictadura, quizá sea tiempo de dejar salir un par de ellas.

Conversamos con un conocido docente de Angol, en la Región de La Araucanía, quien nos contó dos anécdotas del periodo a condición de mantener su identidad en reserva. Ambas demuestran como las escaramuzas de la época también podían contener algo de humor.

“Los vamos a sacar cagando”

The Red Phoenix

The Red Phoenix

Entre marzo y abril de 1973, las cosas estaban caldeadas en Angol, y no sólo por calor estival. Las distintas facciones de grupos estudiantiles -por entonces altamente politizados- se enfrentaban continuamente, y justamente una de ellas terminó con la toma del Liceo Industrial de Angol por parte de alumnos opositores al gobierno de Allende.

Su contraparte, los alumnos de las juventudes comunistas, intentaron desalojarlos, pero el primer grupo se había parapetado muy bien al interior del añoso establecimiento fundado en 1938, repeliendo con sillas, mesas y cualquier objeto que tuvieran a mano a quien osara ingresar sin su permiso.

Bajo asedio continuo de los jóvenes de izquierda, el grupo en toma pidió ayuda a la comunidad para mantenerse al interior del liceo. Dado que Angol ha sido tradicionalmente una zona proclive a los partidos de derecha, mucha gente les llevaba alimentos para que no tuvieran que salir del recinto.

Parecía que la toma se mantendría indefinidamente, pero los estudiantes comunistas le confidenciaron al profesor: “A estos los vamos a sacar cagando”.

Jamás pensó que cumplirían su palabra literalmente.

Mezclados entre los alimentos que le hacían llegar a los alumnos en toma, el grupo de izquierda infiltró una canasta con sandwiches a los cuales habían agregado un ingrediente especial: jugo de pichoga. Nativa de Europa donde se la conoce como lecherula, la pichoga es una planta tóxica que al ser ingerida irrita los intestinos, provocando no sólo fuertes dolores de estómago, sino que una diarrea incontrolable.

Frank Vincentz | Flickr (CC)

Frank Vincentz | Flickr (CC)

Dicho y hecho, esa misma noche los estudiantes en toma abandonaron por voluntad propia -y a duras penas- el establecimiento, para buscar ayuda en el hospital.

“Por fortuna el asunto no terminó en tragedia”, nos cuenta el docente. “La pichoga irrita la mucosa intestinal e incluso puede provocar la muerte si se ingiere en demasía. Pero en este caso logró el objetivo que se habían trazado los comunistas: como habían dicho, los sacaron cagando”.

Meterse en las patas de los caballos

Pasado el 11 de septiembre de 1973, ya no habían bandos que se enfrentaran. Los militares se habían hecho con el poder y, salvo muestras de resistencia ocasional, ellos dictaban las normas y se encargaban de recordarlo frecuentemente a la población.

Era así como cada conmemoración del Golpe de Estado -por entonces denominado Día de la Liberación Nacional- en todas las principales ciudades de Chile, los regimientos salían por las calles a desfilar y, en Temuco en particular, se invitaba a los Clubes de Huasos quienes bajo el nombre de Huasos de Bueras, les acompañaban gallardamente a caballo incluso portando armas.

Pero un año en particular, los campesinos mapuche que habían sido fuertemente reprimidos por la Junta de Gobierno y sus partidarios, les guardaban una sorpresa.

Parados discretamente entre el público que presenciaba el desfile, esperaron una señal y, al mismo tiempo, sacaron de sus bolsillos serpientes que arrojaron a las patas de los caballos de los huasos. Conscientes del temor que estos reptiles provocan en los equinos, el encuentro significó un completo caos: los caballos se encabritaron y comenzaron a correr despavoridos, haciendo huir a la gente y desarmando indignamente la marcha que pretendía ofrecer la autoridad militar.

“Si ni siquiera los españoles pudieron hacerle frente a los mapuche, los militares tampoco iban a doblegarlos”, sentencia nuestro docente.