Es real que las instituciones se han convertido en entidades caducas, y sus leyes y reglamentos se han convertido en un laberinto de disposiciones a menudo inútiles y casi siempre mal redactadas, pero muy bien adecuadas para que en esos laberintos pueda esconderse la trapacería, la pillería, el despojo a los bienes y los derechos de la gente común.
Los niveles repugnantes de corrupción que estamos viendo en Chile y en casi todo el mundo, son básicamente el resultado de reducir nuestra vida interior a equivalentes monetarios, y esconder esa adulteración en el secretismo, el silenciamiento de la realidad que garantiza campo libre e impunidad para los privilegiados.
Pero, ¿qué puede oponerse a ese proceso gangrenoso de descomposición? ¿Mano dura, quizás, como lo hizo Wadimir Putin con los oligarcas enriquecidos con la ruina soviética? ¿O condenando a muerte a los millonarios corruptos como lo está haciendo ahora el gobierno de China?
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