En Somalilandia, región somalí autoproclamada independiente, la mayoría de las mujeres de más de 25 años ha sufrido en su infancia una mutilación genital extrema para supuestamente mantenerlas “puras”, pero la práctica está cada vez peor vista.
La mutilación aplicada en esta región del extremo noroeste de Somalia asocia escisión e infibulación: ablación del clítoris y de los labios menores, corte en la vulva y cosido de los labios mayores.
Sólo se deja un pequeño orificio para que las niñas puedan orinar y más tarde para menstruar.
La operación se suele realizar con una navaja de afeitar cuando la niña tiene entre cinco y once años, sin administrarle analgésicos. Quedan cosidas hasta el matrimonio. La vagina entonces vuelve a abrirse con las relaciones sexuales o con la ayuda de unas tijeras.
“He cortado a niñas durante 15 años. Mi abuela y mi madre me enseñaron a hacerlo y era una fuente de ingresos para mí, pero lo dejé hace cuatro años”, cuenta Amran Mahmood, una habitante de Hargeisa, capital de Somalilandia, de unos 40 años.
“Decidí dejarlo por problemas”, dice. Entre sus peores recuerdos está el de una niña que empezó a sangrar sin que pudiera parar la hemorragia.
Antes, practicar estas mutilaciones daba prestigio social y era rentable, ya que se pagaba por cada niña entre 30 y 50 dólares, una cantidad considerable en Somalilandia.
Amran Mahmood dice que practicó esta operación en su hija pero jura que sus nietas no lo vivirán.
Tras asistir a cursillos de la ONG Tostan, financiados por el Fondo de la ONU para la Infancia (Unicef), Amran Mahmood se ha convertido en una activista antiinfibulación.
En la región, las consecuencias de esta operación (infecciones renales, urinarias, dolores, sangrado, complicaciones en el parto) empiezan a desprestigiar la práctica, sobre todo en Hargeisa.
“Las cosas cambian. Ahora hay hombres que están dispuestos a casarse con niñas que no hayan sido cortadas”, afirma Mohamed Said Mohamed, jefe de un barrio de las afueras de Hargeisa. “Nuestra religión no lo tolera”, añade.
En la escuela de educación primaria del barrio, las niñas están sentadas a un lado de la clase, vestidas con falda larga de color beige y hiyab negro (pañuelo islámico). Los varones están del otro lado, con pantalón beige y camisa blanca.
“La gente comienza a ver hasta qué punto la forma extrema (de mutilación) es peligrosa”, comenta Sagal Abdulrahman, una adolescente de 14 años.
“El primer tipo de mutilación implica puntos de sutura y es doloroso (…) el segundo lo es menos”, opina su compañera Asma Ibrahim Jibril.
Pero Charity Koronya, de Unicef, considera que ninguna de ellas es aceptable. “Para mí, el abandono total es clave porque aunque sea un corte pequeño, no deja de ser una agresión”, dice.
En Somalilandia, los debates también se centran en saber si el islam impone o tolera estas práticas.
“Detener completamente las mutilaciones genitales femeninas no funcionará en nuestro país”, dice Abu Hureyra, un jefe religioso. “Pero estamos a favor de poner fin a la variante extrema”.
“Hay médicos que afirman que cortar es bueno para la salud de las mujeres”, insiste Mohamed Jama, un responsable del ministerio de Asuntos Religiosos de Somalilandia.
“Si usted corta a una mujer, la está matando”, protesta un joven dignatario, Rahman Yusuf.
Otros dignatarios islámicos no saben muy bien a qué atenerse. Dicen haber consultado a expertos en islam de Arabia Saudita y de Catar, pero, según cuentan, las respuestas son contradictorias.