No se ha inventado nada más lindo en el fútbol que ganar. Puede ser una obviedad colosal, o una verdad catedralicia a la luz de lo visto después de la merecida victoria de Chile sobre Uruguay.
Había rabia en el ambiente después de lo ocurrido en Lima, porque otra vez había que sacar la calculadora, porque otra vez se perdía en el último minuto, porque con Bielsa era otra cosa y porque Gonzalo Jara, según muchos, no merece jugar en la Selección.
No se ha inventado nada más lindo en el fútbol que ganar, porque aquellos que en el previo de Bío Bío Deportes decían “Y ése, ¿quién es?” o “Con Jara perdemos seguro”, forman parte de los que cantaron “Grande Jarita” a la salida del estadio o se asombraron de su actuación frente a la pantalla.
Y es que la del martes fue una actuación reconciliatoria de la Selección con su hinchada. Los avances en el juego que se evidenciaron en Lima, tuvieron su correlato y versión mejorada ante la “Celeste”.
Veinte minutos intensos, de presión sostenida, de juego mecanizado y participación relevante de jugadores pifiados antes del inicio (Jara, Beausejour, Vargas), que tuvieron recompensa en el gol de Paredes, quien se vistió de “salvador” para abrir un partido bravo.
Lo propio con los quince minutos finales, que pudieron marcar un resultado más abultado en favor de los nacionales, con el ingreso de Matías Fernández, que ofreció su mejor performance del año.
Para revisar, ciertos pasajes de la zona defensiva, que no supo contener el vendaval uruguayo en el segundo tercio de partido, que de no mediar la escasa efectividad “charrúa”, podría haber tenido otros números en el luminoso de Ñuñoa.
No se ha inventado nada más lindo en el fútbol que ganar, pero la calma y la prudencia son buenas compañeras de ruta. Ni tan bestias tras el gol de Farfán en Lima, ni tan bestiales después de la definición de Vargas en el Nacional. La eliminatoria sigue estando muy abierta cuando quedan seis fechas, y toca esperar a que el boceto -muy avanzado- de equipo demostrado por Sampaoli tenga su mejor versión en Asunción, donde tres puntos pueden marcar un paso gigantesco al Mundial, una fiesta cuya música escuchamos, pero todavía a lo lejos.