La jornada del jueves 15 quedará en la historia de la región de Aysén. Esa jornada del jueves, entonces, en muchos años más será recordada como una batalla en que los ayseninos, a puro coraje, vencieron a las fuerzas policiales enviadas de Santiago.

El día que derrotaron, en el terreno que conocen, el de la rudeza de la vida, a los señoritos de la capital, aunque los carabineros no sean señoritos, sino trabajadores de uniforme, aunque enviados por los señoritos.

La quema de un bus y un guanaco, no cabe duda, se va a convertir en mito en Aysén.

Es cosa de esperar que pase un poco el tiempo: se contará como leyenda, aparecerán versiones de quiénes estuvieron ahí y cómo lo hicieron y, al final, esa anécdota no se leerá como un hecho de violencia o una agresión, sino como una gesta en defensa de la identidad local, una muestra de querer seguir sobreviviendo como patagones, a pesar de las adversidades.

Y es que los ayseninos no están luchando contra este gobierno, sino contra un histórico abandono y desprecio del poder central que, por cuestión circunstancial, ahora está personificado en la actual administración, la de Sebastián Piñera.

Así, el gobierno de Piñera está siendo interpelado por lo que hace, pero también por lo que hicieron o no hicieron los gobiernos anteriores. En Aysén eso es evidente, y nada tiene que ver con identificaciones políticas. Que entre los dirigentes de la mesa social, y en posiciones duras, haya militantes de la Udi y Renovación Nacional, es el mejor ejemplo. Que el oficialismo sea incapaz de ver eso como una oportunidad es simplemente muestra de ceguera política.

A veces, en política, y en la vida, detenerse en detalles, perdiendo la perspectiva de lo importante, puede marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso. O entre la grandeza y la pequeñez.

El comentario es de Nibaldo Mosciatti.
http://youtu.be/jn6Iv_f6aCE