Si 2011 fue un “annus horribilis” para la Eurozona, 2012 se presenta como el año de la verdad para el euro, en el que se sabrá si la moneda común europea seguirá existiendo o cerrará el último capítulo de sus diez años de historia.

“¿Qué quedará de Europa si desaparece el euro?”, se interrogó el presidente francés, Nicolas Sarkozy, el 1 de diciembre.

La pregunta es pertinente: diez años después de su nacimiento, los europeos se encuentran ante una situación desesperada, en la que deben recuperar ante todo la credibilidad perdida.

La peor crisis de la deuda europea se disparó dos años atrás cuando Grecia, que constituye sólo un 2,8% de la economía de la Eurozona, admitió al mundo que manipuló sus estadísticas fiscales, que le habían permitido vivir durante años muy por encima de sus posibilidades.

Y como si del peor de los virus se tratara, pocos meses después se extendía a Portugal e Irlanda, hasta que en 2010 aceleró su contagio por todo el continente hasta amenazar a España e Italia, dos economías demasiado grandes para caer y ser rescatadas, y que ahora se financian en los mercados a tasas insostenibles.

“Estamos ante un momento crucial: los próximos días y semanas determinarán el futuro del euro”, alertó el Centro de Política Europeo (EPC) en un informe.

“No sólo la estabilidad de la Eurozona pende de un hilo, pero todo el conjunto del proyecto europeo”, escribieron Janis A. Emmanouilidis y Fabien Zuleeg, del EPC, un centro de reflexión con base en Bruselas.

La Eurozona se encuentra asfixiada, con sus bancos necesitados de capital, sus gobiernos poniendo en marcha más y más recortes y un descontento y frustración social creciente.

De no ser contenida, la crisis soberana europea amenaza con una recesión mundial de consecuencias económicas, políticas y sociales peores que la crisis de 2008.

Además, la crisis se ha llevado por delante a dirigentes de diez países. Los últimos, los de Grecia e Italia que han sido sustituidos por tecnócratas.

En momentos tan críticos, los expertos advierten contra el aumento del populismo tanto de derecha como de izquierda. La crisis provocó además el fortalecimiento de movimientos sociales como “los indignados”, que desde que se inició en España, se propagaron por todo el mundo, con multitudinarias manifestaciones de protesta contra el sistema financiero.

Está claro entonces que 2012 será un año determinante para la Eurozona, formada por 17 países que apostaron al euro como moneda.

Los críticos apuntan a la falta de reacción e inoperancia de sus dirigentes. Otros a sus bases fundacionales y varios, entre ellos los llamados euroescépticos, recuerdan que “ya lo habían dicho”. Y es que una unión monetaria no puede funcionar sin una unión fiscal ni un banco central prestamista de última instancia.

Por eso los dirigentes europeos alcanzaron el 9 de diciembre un acuerdo para reforzar la disciplina fiscal en la Eurozona, que finalmente no recibió el apoyo de Reino Unido, quedando así aislado.

El plan prevé un endurecimiento de la disciplina fiscal en los países que adoptaron la unión monetaria, que contempla la posibilidad de imponer sanciones automáticas para los países infractores, cuyo déficit supere el 3% del PIB.

Además, 26 de los 27 países de la Unión Europea acordaron reforzar el Fondo Monetario Internacional (FMI) con cerca de 200.000 millones de euros, “en forma de préstamos bilaterales”, para que pueda socorrer a los países amenazados de la Eurozona.

Muchas de las críticas por la actual situación que vive Europa apuntan a la canciller alemana, Angela Merkel, por su gestión de la crisis. Otros la defienden y argumentan que los países considerados buenos alumnos no tienen por qué pagar por los malos estudiantes de la Eurozona.

Ahora, los dirigentes europeos aceleran lo que ellos llaman ‘construcción permanente del euro’. La Eurozona busca dar máxima potencia a sus cortafuegos contra la crisis.

“Es posible llegar a una solución: pero habrá que pagar un precio. No sólo los países de la Eurozona deberán acordar ‘más Europa’ (…) pero también deberán permitir la intervención del Banco Central Europeo”, dicen Emmanouilidis y Zuleeg.

De todas maneras, la solución tardará en llegar y los economistas creen que no será antes del año que viene. De lo contrario, vaticinan una catástrofe para el mundo entero.