Una de las últimas personas que vio vivo al poeta chileno Pablo Neruda, el embajador mexicano Gonzalo Martínez, está a favor de que se investigue la muerte del premio Nobel, quien estaba “perfectamente lúcido” un día antes de morir y no catatónico como dice su acta de defunción.

“Si yo fuera chileno o si eso (la muerte de Neruda) hubiera sucedido en México, yo estaría entre los que están presentando la querella. No dejaría pasar así nada más” la denuncia de que podría haber sido un asesinato, expuso el embajador Martínez en su estudio en el sur de Ciudad de México.

Horas antes de la entrevista, el Partido Comunista chileno pidió el martes en Santiago investigar la muerte de Neruda, tras la denuncia pública de uno de sus asesores de que su muerte pudo ser un asesinato y no debido al cáncer como señaló la versión oficial.

El abogado chileno Eduardo Contreras, que presentó la querella, sostiene que el parte médico, según el cual Neruda estaba catatónico antes de morir, contradice los testimonios de quienes lo vieron antes del fallecimiento, como Martínez.

Nombrado embajador en 1972, el diplomático mexicano convivió en varias ocasiones con Neruda y su esposa Matilde, tanto en su casa de Isla Negra, como en la Chascona, su residencia en Santiago.

Inmediatamente después del golpe de Estado, su gobierno le encomendó sacar a la familia del derrocado Salvador Allende, con quienes viajó a México. El 16 de septiembre, el presidente Luis Echeverría le ordenó regresar a Chile por cientos de asilados y especialmente por Neruda.

“No vi gran diferencia en él entre los primeros días que lo conocí y los últimos que lo visité en el hospital. Lo conocí ya como un hombre enfermo, pero no llegó a estar en los huesos ni catatónico. ¡Yo lo hubiera advertido o al menos Matilde me lo hubiera dicho! ¡Estábamos por ponerlo en un avión durante nueve horas!”, recuerda exaltado.

En esos días, la sede diplomática llegó a albergar hasta 300 refugiados. Al mismo tiempo, durante la que sería la última semana de vida del poeta y militante comunista, el embajador “estaba al pendiente, en constante contacto, acudía hasta dos veces al día a la clínica Santa Rosa”, donde era atendido por un cáncer de próstata.

Estaba fijado que el 22 de septiembre Neruda partiría a México junto con Matilde, quien le dio al embajador las maletas, la boina y el manuscrito original “escrito con la tinta verde que siempre usaba” el poeta de “Confieso que he vivido”, la autobiografía editada post mortem.

La mañana de ese sábado, Martínez se presentó en la clínica. “Hablamos sin ninguna dificultad unos minutos, y finalmente le dije ‘Don Pablo, estamos listos para salir’”.

“Categórico, me respondió: ‘déjeme decirle que no quiero salir hoy de Chile. Nos vamos el lunes’”, recuerda vívidamente.

Martínez era presionado para que regresara rápidamente a México la gran aeronave dispuesta para que Neruda viajara con atención médica, junto con la mayor cantidad de asilados posible y las obras de muralistas mexicanos expuestas en Santiago esos días.

“Le pregunté a Matilde la razón del cambio de fecha. ‘Mira, no lo sé. Es decisión de Pablo’, me respondió. Si su condición hubiera sido tan delicada, con mayor razón ella habría tomado la decisión contraria y hubiéramos partido ese día”, reflexiona.

De la muerte de Neruda el 23 de septiembre de 1973, a 12 días del golpe que derrocó y provocó la muerte de Allende -uno de los grandes amigos del poeta-, Martínez se enteró por una llamada desde México.

“Estaba consternado. Apenas unas horas antes lo había visto perfectamente lúcido. Cuando llegué al hospital Matilde se abrazó a mí, pero no dijo nada”, prosigue el embajador de 83 años.

En Chile, el asistente de Neruda, Manuel Araya, sostiene que el mismo día de su muerte el poeta le llamó desde el hospital para decirle que un médico le había pinchado el estómago con una jeringa, por lo que cree fue envenenado.

Sobre ese punto, Martínez contesta espontáneo: “De eso a mí Matilde nunca me dijo nada”.