Con un dólar débil, un euro fuerte y un yuan devaluado, la “guerra cambiaria” (o de divisas) que tiene lugar actualmente entre Estados Unidos, Europa y China se lleva a cabo con armas desiguales y la complicidad más o menos activa de sus bancos centrales.
Fuente: Agencia AFP
De Washington a París, pasando por Bruselas, en las capitales occidentales resuenan los llamamientos a un “dólar fuerte”.
La caída del billete verde con respecto del euro desagrada a los europeos, preocupados por el encarecimiento de sus exportaciones cuando comienza a vislumbrarse una reactivación económica.
China, de su lado, también ve con disgusto la depreciación del dólar, teniendo en cuenta sus inmensas reservas de divisas basadas en esa moneda.
Primer implicado, Estados Unidos se resigna a que la situación siga su cauce lógico. Frente a la crisis de liquidez, tuvo que inundar el mercado de dólares, contribuyendo a su depreciación. La especulación hizo el resto.
“La administración podría comprometerse a reducir sus déficits (limitando de este modo la circulación de dólares), pero los efectos sólo se verían a largo plazo”, explicó la analista Nordine Naam, de Natixis.
El lunes, el presidente de la Reserva Federal norteamericana (Fed), Ben Bernanke, se pronunció por un “compromiso claro” contra los déficits.
Sin embargo, más allá de las declaraciones públicas, los norteamericanos parecen acomodarse a la debilidad de su moneda, que favorece las exportaciones.
En la Eurozona (que integran 16 países de la Unión Europea), el mercado cambiario también está librado a sí mismo.
La ausencia de gobierno económico y las divergencias entre los países que comparten el euro complican cualquier enfoque común. Acostumbrados a una divisa fuerte (el difunto marco alemán), los alemanes no ven tanto problema en un euro fuerte, como sí ocurre en cambio con los franceses.
Es cierto de todos modos que el Banco Central Europeo (BCE) podría intervenir en los mercados comprando en forma masiva dólares para estimular la demanda y apreciar la moneda estadounidense.
Pero este tipo de acción sigue siendo excepcional. La última vez que ocurrió fue en 2000 y estuvo destinada a apoyar la moneda única, por entonces en el nivel más bajo desde su creación. Más lejos en el tiempo, en 1985, cinco bancos centrales habían sellado los acuerdos del Plaza para frenar el alza del dólar.
“Las condiciones todavía no parecen reunidas. El año pasado el euro alcanzó 1,60 dólares y no se había planificado ninguna intervención”, subraya la experta Carole Laulhère, de Société Générale, en momento en que la moneda única europea navega en torno a 1,50 USD.
En cuanto a China, la situación es radicalmente diferente, ya que el banco central chino interviene en forma constante para contrarrestar las fuerzas del mercado y mantener artificialmente al yuan en un nivel débil.
El objetivo de esta política monetaria es claro: inflar las exportaciones del país y apoyar el crecimiento.
Sin esas intervenciones, el fuerte excedente comercial chino conduciría en forma mecánica a una apreciación del yuan.
“Es uno de los principales desequilibrios mundiales”, afirma Christophe Blot, del Observatorio Francés de Coyunturas Económicas (OFCE).
Por este motivo, la política de Pekín es cada vez menos tolerada, y tanto Estados Unidos como Europa insisten para que las autoridades chinas liberen al yuan