Incluso cuando hay una tregua, los estallidos son parte del paisaje sonoro a lo largo de la frontera entre Israel y la Franja de Gaza, en donde vive Imed al Firi.

A cada detonación esconde su pierna válida debajo de un almohadón, en un irrisorio reflejo de protección.

Un obús disparado por un tanque israelí cayó sobre su casa y se llevó su otra pierna, la derecha. Sucedió durante el verano 2014, en la guerra más mortífera entre israelíes y palestinos en la Franja de Gaza.

Desde entonces, Imed al Firi reaprende, despacio, a vivir. Son miles en la misma situación en este territorio palestino, escenario de tres guerras en seis años.

Del 1,9 millones de habitantes, más de 75.000 mujeres y hombres sufren de un discapacidad motriz o visual. Para un tercio, la responsable fue la guerra, según el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR). Los enfrentamientos del verano 2014 dejaron 11.000 heridos.

En el centro médico para las prótesis y la polio de Gaza, Imed al Firi, de 50 años, se cruza a menudo con Mohannad Aid, 30 años menor. Aid también perdió una pierna en la guerra de 2014, arrancada por un cohete cuando regresaba a su casa tras la oración del viernes.

Mohannad Aid se adaptó bastante a su prótesis –dos broches metálicos articulados al nivel de la rodilla y prolongados de un pie calzado con una zapatilla roja y negra– para subir y bajar las escaleras.

El progreso es impresionante, destaca su quinesiólogo Ahmed Abu Shaaban.

Pero está lejos de ser suficiente para sobrevivir en Gaza, enclave azotado por las guerras, el bloqueo israelí y egipcio, la pobreza y el desempleo.

Para los minusválidos, el entorno está repleto de trampas: “Algunas calles no están asfaltadas, tienen sólo arena, otras están rotas y llenas agujeros, la construcción es caótica”, enumera Shaaban.

Falta de prótesis

Imed al-Firi creó un colectivo de centenares de heridos de guerra y organiza regularmente una sentada para denunciar sus condiciones de vida.

En su bolsillo tiene un carta para el alcalde de Gaza en la que le reclama asfaltar una calle. Está pensando en otra misiva para pedirle un acceso para los minusválidos a la costanera.

“Todo el mundo tendría el derecho de ir a la playa. ¿Nosotros no somos lo suficientemente bien para eso?”, interroga.

El acceso al material médico es otra fuente de frustración para los heridos de guerra.

El único centro de producción de prótesis de la Franja de Gaza enfrenta una demanda desproporcionada en relación a sus recursos, dice Nabil Farah, que dirige la estructura. A su alrededor, sus equipos se activan para moldear y esculpir piernas y brazos de plástico.

“Las materias primas ingresan difícilmente en Gaza, en especial los productos químicos necesarios para fabricar” prótesis, dice en referencia al bloqueo israelí.

“Más de 2.300 gazauitas necesitan una prótesis en Gaza”, explica Farah. Pero su taller sólo lograr equipar cada mes “entre 12 y 18 personas”, con el apoyo de la Cruz Roja que le suministra materiales.

Las autoridades israelíes, que controlan los accesos a la Franja de Gaza (salvo la frontera sur con Egipto), filtran el ingreso de mercaderías que pueden ser utilizados, según ellos, por el Hamas, el enemigo que gobierna la Franja de Gaza.

Desde principios de 2016, 4.562 toneladas de material médico ingresaron en Gaza por el paso de Kerem Shalom, afirma sin embargo el COGAT, órgano que coordina las actividades israelíes en los Territorios Palestinos.

Los discapacitados, “un motor”

El COGAT afirma que la salud es una de las prioridades de su asistencia civil a la población de Gaza.

Según este órgano, cada día ingresan en Israel centenares de personas (22.635 en 2016 con sus acompañantes) para recibir atención médica o para seguir tratamientos en el extranjero o en Cisjordania, otro territorio palestino que no tiene continuidad territorial con Gaza.

Pero Israel otorga con parsimonia a los gazauitas los permisos de salida del territorio. En julio, a un paciente de cada tres se le rechazó la salida o no recibió respuesta israelí para una consulta médica en el exterior, precisa la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Además, de 2.040 personas que hicieron un pedido, a 146 niños se les rechazó la salida.

Los que obtienen una prótesis necesitan además un acompañamiento psicológico para acostumbrarse a esta “nueva vida”, explica Mamadu Sow, que dirige la delegación del CICR en Gaza.

Hay que ayudar a cada paciente a vivir con su miembro ausente, pero también “trabajar por la integración social”, agrega. Esto significa militar para obtener instalaciones públicas adaptadas y convencer “a las autoridades y la población (…) que los discapacitados pueden, si se les deja la posibilidad, lograr grandes cosas”.

Imed al-Firi afirma que “ganó confianza en sí mismo” con su discapacidad y descubrió que “podía ayudar a los otros y movilizarlos”.

Insiste: “Somos un motor para la sociedad, no una desventaja”.