En el marco de la clásica producción del prestigioso y ya fallecido diseñador Nicola Benois que viene presentándose en ese escenario desde 1982, la conmovedora y entrañable obra de Puccini sigue con sus funciones en dos elencos, hasta el viernes 16, además de ser la pieza escogida para la Gala Presidencial del 18 de septiembre.

Por Joel Poblete

Desde su estreno en 1896 hasta nuestros días, “La bohème”, de Giacomo Puccini, ha llegado a convertirse en una de las óperas más queridas y populares de la historia, y siempre que se la programa, es un imán seguro para atraer público. Así está ocurriendo en estos días en el Teatro Municipal de Santiago, escenario donde este título debutó en 1898 -sólo dos años después de su estreno mundial- y posteriormente ha regresado en más de 50 temporadas, a menudo con prestigiosos cantantes de distintas épocas, como Beniamino Gigli, Jaime Aragall, Raina Kabaivanska y Renata Scotto.

Luego de ocho años de ausencia, el Municipal la trajo de vuelta con dos repartos: el elenco internacional que debutó el miércoles 7, y el estelar el jueves 8. Como ya sucedió con el título anterior de su temporada lírica, “La traviata” -otra historia de amor y enfermedad ambientada en París-, el éxito estaba asegurado, las entradas se han estado agotando, e incluso ha sido necesario agregar nuevas funciones, por lo que el espectáculo se extenderá hasta el viernes 16, e incluso será la obra que se representará en la Gala Presidencial del 18 de septiembre.

¿Qué hace que todos amemos este drama donde no hay villanos, y que se centra en los encuentros y desencuentros sentimentales de sus protagonistas? De partida, el argumento, basado en una novela de Henri Murger, cuenta con un excelente libreto de Giuseppe Giacosa y Luigi Illica, dinámico y ameno, que sabe combinar el romanticismo extremo con la alegría y el humor, desarrollando muy bien los personajes y situaciones con rápidas pinceladas; pero por sobre todo, la partitura de Puccini es una maravilla melódica, llena de aciertos y detalles que se van descubriendo cada vez que se la vuelve a escuchar. Gracias a su música, el amor, la poesía, la ternura y la comedia se sienten reales y vivos, y si sigue encantando a todo el mundo incluso en estos tiempos tan complejos y modernos, es porque en el fondo su retrato de la juventud, de la amistad y de los amores intensos y sufridos, es imperecedero y va más allá de las modas.

La producción que se ofrece actualmente en el Municipal es ya un verdadero clásico en este escenario, pues se estrenó en 1982 y ha regresado en otras ocasiones, siendo esta la sexta temporada en la que se presenta a lo largo de más de tres décadas. El creador de su escenografía y vestuario fue una eminencia en la historia del diseño para ópera en el siglo XX, el artista ruso-italiano Nicola Benois, quien trabajara durante años en la Scala de Milán colaborando con leyendas como Maria Callas y Luchino Visconti. Más de un operático local bromea cada vez que regresa esta puesta en escena haciendo alusión a que está pasada de moda o los años han ido dejando su huella, pero hay que reconocer que funciona muy bien y presenta el marco preciso para ambientar la historia, lo que se agradece en estos días en que se hace habitual que los directores teatrales en ópera cambian las épocas y lugares de las historias originales hasta hacerlas irreconocibles.

Finalmente la gran mayoría del público le tiene cariño a este montaje, en particular por su llamativo acto segundo, y por muy tradicional y repetido que algunos lo perciban, además de lo visual su efectividad dependerá de quién esté a cargo de la dirección de escena. En esta ocasión la misión estuvo en manos de la italiana Patrizia Frini, quien adoptó un punto de vista muy convencional pero atento a los detalles, resolvió lo mejor que pudo el acto segundo que requiere una gran multitud de gente en escena a pesar de que el escenario no es demasiado amplio, y que en verdad no introdujo mayores acentos de originalidad (tampoco fue especialmente lucida la iluminación de Ricardo Castro), pero se agradece en comparación con la de la última vez que se dio en el Municipal, en 2008, cuando el chileno Rodrigo Claro pretendió aportar algunos toques de innovación innecesarios o poco sutiles, sobre todo en el marco escenográfico de Benois. Eso sí, hay detalles que Frini pudo cuidar más, como por ejemplo las elegantes y cómodas sillas de la buhardilla de los bohemios, factor curioso tratándose de jóvenes al borde de la miseria.

El elenco internacional, compuesto en su mayoría por jóvenes intérpretes de distintos países, mostró un nivel muy parejo, pero se lució por sobre todos la soprano japonesa Eri Nakamura, quien en 2013 debutó en el Municipal protagonizando “Romeo y Julieta” y dejó una excelente impresión, la que se acentuó ahora con su interpretación de Mimi, emotiva y sutil, cantada con voz hermosa y buena proyección (estupendos sus dos momentos solistas, “Si, mi chiamano Mimi” y “Donde lieta usci”), además de conformar un retrato femenino creíble que logró conectar con el público. Debutando en Chile, el barítono Vittorio Prato fue un Marcello empático y bien cantado, aunque algo rígido y de volumen moderado, sobre todo al lado del vivaz Schaunard de su colega, el moldavo Andrey Zhilikhovsky, quien también actuaba por primera vez en nuestro país y casi se robó la película por su canto y actuación en las escenas de los bohemios, mientras otro debutante en Chile, el joven bajo ruso Oleg Budaratskiy, fue un Colline correcto pero sin mayor presencia vocal ni escénica, hasta que cantó su conocida parte solista en el último acto, “Vecchia zimarra”, donde pudo lucirse un poco más. Por su parte, la única chilena de los seis personajes principales, fue la soprano radicada en Alemania Catalina Bertucci, quien ya ha sido merecidamente aplaudida en el Municipal en títulos como “Don Giovanni”, “La flauta mágica” y el año pasado como una muy buena Anne Truelove en “La carrera de un libertino”. Ahora fue una Musetta con la suficiente dosis de coquetería y humanidad, cantada con seguridad y buen manejo y despliegue vocal.

Aunque originalmente cuando se anunció esta ópera para la temporada 2016 había otro tenor en el rol de Rodolfo, quien terminó asumiéndolo fue uno de los intérpretes latinoamericanos más destacados en la ópera internacional en las últimas dos décadas, el venezolano Aquiles Machado, quien ha actuado en los teatros más prestigiosos del mundo pero aún tenía pendiente cantar en Chile, y finalmente lo hizo con uno de los papeles más reconocidos de su carrera, como lo acreditan dos versiones editadas comercialmente en DVD y blu-ray, y que como Rodolfo precisamente debutara en escenarios como el Teatro Real de Madrid y el MET de Nueva York. Pero en los últimos años el tenor ha estado abordando roles más pesados y exigentes en lo vocal, lo que quizás le pasa un poco la cuenta en estos momentos de su carrera, sobre todo en las notas agudas, como en el momento culminante de su célebre aria “Che gelida manina”; sin embargo, el oficio le permite resolver de adecuada manera la mayor parte de la obra, su voz en la zona media aún es muy hermosa y sabe proyectarla con buen color y volumen, y si bien en lo actoral es muy convencional, tiene carisma en escena y en especial consigue ser muy efectivo en el final de la ópera, alcanzando un momento de genuina emoción y dramatismo.

En el segundo reparto, el llamado elenco estelar, exclusivamente integrado por intérpretes chilenos, destacan especialmente las dos cantantes femeninas, excelentes sopranos ambas. Encarnando a una conmovedora Mimi, Paulina González agrega otro aporte a la galería de roles líricos que quedan perfectos para su bella voz, bien timbrada, de canto seguro y sensible; y en el papel de Musetta, la joven Yaritza Véliz sigue dando importantes pasos en su ascendente carrera: tras su Zaida en “El turco en Italia” del año pasado y su buen Roggiero en el “Tancredo” de fines de julio, ahora tiene aún más figuración -además, ya la cantó este año en el Teatro Argentino de La Plata- en este personaje en el que además de su bonita voz y buen volumen luce calidez y ternura.

Muy bien afiatados como en el elenco internacional, los cantantes que dieron vida a los cuatro bohemios realmente dieron la impresión de ser buenos amigos. Los barítonos Patricio Sabaté y Javier Weibel fueron Marcello y Schaunard, respectivamente, seguros cantantes y muy desenvueltos y joviales en lo actoral, mientras como un simpático Colline el bajo-barítono Sergio Gallardo desplegó su habitual solidez escénica y cantó muy adecuadamente, aunque el personaje siempre se luce mayormente en una voz más propiamente de bajo. Por su parte, como le pasa a su colega en el otro elenco, el tenor José Azócar aún puede cantar el papel de Rodolfo, pero tras casi tres décadas de trayectoria en el escenario y abordar otros repertorios de mayor peso vocal (como el “Otello” de Verdi en los dos últimos años), a estas alturas el joven poeta que habitualmente es asumido por voces más líricas se hace más exigente en términos de frescura, fluidez y dinamismo sonoro para el material vocal de Azócar, quien además siempre ha sido más esquemático como actor. De todos modos realiza una buena labor, y además de complementarse muy bien con Paulina González -con quien ya formó una notable pareja en “Otello” en 2014 y el año pasado en “Pagliacci”-, resuelve mejor las notas agudas que Machado en el otro reparto.

Los roles secundarios están muy bien cubiertos por artistas chilenos en ambos elencos: en el internacional el barítono Cristián Lorca se muestra divertido y sonoro en dos papeles cómicos que habitualmente aborda un mismo cantante, como Benoit en el primer acto y Alcindoro en el segundo, personajes que en el otro elenco cantó el barítono Pablo Oyanedel, quien se escucha un poco menos, pero de todos modos caracteriza a los dos muy bien en lo actoral. También destacan en los dos elencos en el acto segundo los tenores Claudio Fernández y José Barrera alternándose como el juguetero Parpignol, y en el acto tercero el barítono Felipe Ulloa y el bajo Augusto de la Maza como un aduanero, y el bajo-barítono Francisco Salgado y el bajo Cristóbal Gutiérrez como un sargento.

Actualmente radicado en Estados Unidos, el ex director residente de la Filarmónica de Santiago, el maestro chileno José Luis Domínguez, volvió a dirigir a la orquesta, en esta ocasión al frente de los dos elencos; su lectura es fluida y sin ser demasiado incisiva, de todos modos subraya bien tanto la efusiva sensibilidad pucciniana como los toques jocosos y de humor, y sabe conjugar bien el sonido del foso con la acción escénica, atento a dar apoyo extra a los cantantes cuando es necesario. Y como es costumbre, muy sólido estuvo el Coro del Teatro Municipal que dirige Jorge Klastornik, que en esta ópera tiene su gran participación en el acto segundo, acompañado por el Coro de Niños Crecer Cantando dirigido por Cecilia Barrientos, integrado por entusiastas y encantadores infantes.

Las últimas dos funciones con elenco internacional de “La bohème” serán el martes 13 y jueves 15, y el elenco estelar volverá a presentarse este lunes 12. miércoles 14 y viernes 16, además de la Gala Presidencial del domingo 18.