La novela que tiene de protagonista al “detective” Gustavo Huerta deambula entre la proclama ¡Arriba, parias de la tierra! (pp 205) y la decadencia sin tregua.

Gustavo Huerta es un microtraficante que tuvo un breve pasado de detective y de estudiante universitario de filosofía. Pero en este episodio no hay filosofía ni mucho detective: es sólo tropezar y caer, tropezar y caer… y cuando creemos que está en el suelo, vuelve a caer más bajo. Hasta el fin de la novela (y a la espera de la próxima).

Entre lutos y desiertos se lee rápido porque es un texto que atrapa como las buenas novelas policiales. Pero su trasfondo sórdido, lleno de deslealtades y traiciones, de torpezas, drogas y alcohol, va contaminando, haciendo irrespirable y hasta un tanto repulsivo el libro. Al final dan ganas que termine rápido, que el libro –si uno no es capaz de soltarlo- lo suelte a uno.

Gustavo Huerta “no da pie con bola”, está en un estado en que no razona, donde las tentaciones –las caídas- definen sus pasos. Y es esa precisamente una de las mayores virtudes del libro: mostrar la decadencia, la marginalidad extrema, la dificultad –imposibilidad en este caso- de salir de un ambiente marginal marcado por caer y caer más y más bajo, donde la ”mala caña”, la marihuana, la pasta base y todo lo que se le cruce lo llevará al despeñadero.

Buen libro, pero hay que estar con ánimo (y con la “caña buena”) para leerlo.

Entre lutos y desiertos

Gonzalo Hernández S.
Tajamar Editores
Agosto de 2016
Santiago de Chile