En una época donde arriban a esta escena localista escasos largometrajes provenientes del Oriente lejano, irrumpe el presente filme surcoreano que relata la historia de una hermosa y fascinante sicaria integrante de la brutal mafia de ese país: disímiles registros audiovisuales, convergencias culturales doctas y populares, actuaciones rescatables y una idea “total” en la realización de una ficción en el género, tienen como resultado la factura de una cinta fabulosa y cautivante.

Por Enrique Morales Lastra

“Ella lo mira fijamente, incrédula, desconcertada. No es posible, no tiene derecho a hacer esto, empezar a asustarla de nuevo. No después de esta noche. Los dos tienen que guardar su recuerdo, que cada una de estas palabras exista para ellos, aunque no puedan encontrarles sentido”.

Emmanuel Carrère, en “Bravura”.

De la posibilidad quimérica de reconstruir una vida golpeada y dañada en extremo, y tal vez increíblemente borrar el pasado y dar vuelta la página: de eso se trata “La villana” (“Ak-Nyeo”, 2017), del realizador surcoreano Byung-gil Jung (1980), quien echa a mano a la estética de los cómics y de los videojuegos producidos en su país y en el Japón, a fin de construir un drama de acción rebosante de suspenso, tensión dramática, profundidad existencial, y de ultraviolencia liderada por una elegante agente reclutada desde el crimen organizado, y quien combina sus labores de asesina serial en pos del orden constitucional y de la ley, con la fachada de una actriz que ejerce en el teatro serio y culto.

La cámara de este largometraje es una de las mayores virtudes a la hora de analizar su estructura cinematográfica. A veces en mano, en otras escenas -fija por un trípode- y en un primer plano cerrado, en otras secuencias enfocando grandes angulares, la idea que subyace en elocuentes recreaciones de matanzas, por ejemplo, resulta de la mirada en primera persona de la imbatible sicaria (Sook-hee, interpretada por la actriz Ok-bin Kim), y sus ocasionales rivales caen como si fueran moscas, insectos, o mejor dicho figuras virtuales y digitales de un videojuego, al estilo y en la invocación de esos créditos que causaron furor en Occidente durante la década de 1990, gracias a las consolas de Nintendo, de Sega y de Sony.

"La villana"
“La villana”

El argumento de este relato audiovisual recuerda de alguna forma a uno de los mayores éxitos del cine surcoreano: a “Oldboy” (2003), de Chan-wook Park. Venganzas familiares, impulsadas por un imperativo genético, dionisiaco y bestial, el reclamo de la sangre que se transforma en un impedimento insoslayable en la instancia hipotética de perdonar y de incluso amar a la huérfana víctima que el azar y la conspiración del destino nos puso enfrente y por delante. La burla del tiempo.

Un sello de la cinematografía surcoreana, en efecto, se desprende de esa fatalidad dramática (casi sacada del antiguo teatro griego) en cuanto al hecho inexorable por parte de sus personajes de tener que enfrentarse a la pérdida o situaciones argumentales límites, en pos de las necesidades literarias y masivas de sus objetivos creativos o de realización, inclusive las del tipo comercial. Quizás, ese punto torne algo increíbles o derechamente fantasiosas la propuesta de sus guiones, sin embargo, he aquí, también, uno de los aspectos más llamativos e identificables en la factura de sus mejores filmes, como es el caso de “La villana”: el desenfado y desmesura de su discurso diegético.

"La villana"
“La villana”

Fuera del elemento artificioso que pudiesen guardar esas escenas de “combate” y los descritos meandros narrativos del libreto, la verdad es que igualmente la cinta del director Byung-gil Jung se ofrece en el equivalente de un bellísimo relato coral acerca del amor verdadero y de las instancias que surgen en una existencia, a fin de poder “reinventarse” y de aspirar al escenario improbable de llevar una vida tan sólo simple, tranquila y hasta completamente normal, en este caso, para una joven y bella mujer.

Los desplazamientos criminales de la agente Sook-hee –quien trabaja como actriz de teatro en la fachada que utiliza para ocultar su real labor en servicio del Estado-, también presentan una variante profundamente simbólica a fin de interpretar sus conductas criminales, pese al encontrarse encubiertamente bajo el amparo de la legalidad: cada paso que la protagonista sigue en ese sentido, renueva las heridas dolorosas de su pasado, o reabre las cicatrices emocionales que de cara al futuro serán un contrincante imposible, cuando no indestructible en el afán de superar su esencial fragilidad dramática.

"La villana"
“La villana”

“La villana” en esa convergencia ya señalada entre lo pop y lo culto, incluye en su banda sonora, por ejemplo, piezas de los compositores musicales doctos Edward Elgar y Frédéric Chopin, escenificada en elegantes, lujosos y occidentales restaurantes. O los abrazos y los juramentos de amor se prodigan efusivos, tiernamente contenidos, en cuadros filmados bajo la lluvia, en casamientos de novela verificados al lado de un lago que le devuelve al cielo su claridad diurna y astral, y en crímenes que revelan la entrega generosa y gratuita de un ser humano, por salvar a otro más pequeño, vulnerable e indefenso. Y el foco se mueve con total libertad, pero respetando las reglas canónicas, con el propósito de recrear un relato audiovisual, de acuerdo a los principios establecidos por la academia y la costumbre técnica.

Violenta y por pasajes desmedidamente deudora del cómic y de los videojuegos de la reconocida industria oriental, el segundo largometraje de ficción de Byung-gil Jung, exhibido en el Festival de Cannes 2017 (fuera de competencia) es uno de los estrenos sorprendentes y gratificantes que conmueven a la cartelera chilena de fines de año. Un hallazgo refrescante y perdurable en la memoria.

“¿Me amaste alguna vez”, le pregunta Sook-hee (bellamente amenazante y a un segundo de desplomarse) a su demiurgo y amante (Joong-sang): y el sable cae como el agua y las palabras de un ángel exterminador. Inolvidable.