Los cadáveres de los autores de los atentados del 13 de noviembre plantean un delicado e incómodo problema a las autoridades francesas: ¿enterrarlos discretamente, entregarlos a sus familias, o repatriarlos a sus países de origen?

La ley prevé varias situaciones, recuerda François Michaud-Nérard, director general de los servicios funerarios de la Ciudad de París: “Si las familias los reclaman, los difuntos tienen derecho a una sepultura en el lugar donde residían, o donde la familia tenga una tumba familiar”.

Si las familias no quieren organizar el funeral, le corresponde hacerlo a los municipios concernidos. “Aunque no haya obligación de inhumar en una tumba anónima, (hacerlo) puede servir el interés general”, opina Michaud-Nérard, refiriéndose al temor de las autoridades de que las sepulturas de los terroristas se conviertan en objeto de culto o de peregrinación.

Siete yihadistas murieron en los atentados del 13 de noviembre. Tres cerca del Estadio de Francia, al norte de París (Bilal Hadfi y dos hombres que portaban pasaporte sirio y cuya identidad queda por confirmar), tres en la sala de conciertos del Bataclan (Omar Ismail Mostefai, Samy Amimour y un tercero no identificado) y Brahim Abdeslam, que se hizo estallar ante un bar parisino.

Otros tres murieron en el asalto policial a un apartamento de Saint-Denis (al norte de Paris) el 18 de noviembre: Abdelhamid Abaaoud, supuesto organizador de los atentados, su prima Hasna Aitboulahcen, y un tercer hombre no identificado.

Tumba anónima

Interrogadas por la AFP, las municipalidades de Drancy, donde vivía Samy Amimour, Courcouronnes, de donde era originario Omar Ismail Mostefai, y de Saint-Denis, donde se hicieron estallar los tres kamikazes cerca del estadio de Francia, indicaron no haber sido informados sobre planes de inhumaciones.

El abogado de la familia Amimour, Alexandre Luc-Walton, explica que sus clientes “esperan noticias del Instituto médico-legal, y todavía no tienen permiso para inhumar”.

Salvo Abdelhamid Abaaoud, el presunto organizador de los ataques, que era belgo-marroquí, y los que aún no han sido identificados, los demás yihadistas eran franceses. Brahim Abdeslam y Bilal Hadfi residían en Bélgica pero eran de nacionalidad francesa.

Podrían ser enterrados en alguno de los cementerios de la región parisina que tiene una ‘parcela’ musulmana, como el de la localidad de Thiais, donde fue inhumado Amedy Coulibaly, autor de la sangrienta toma de rehenes en un supermercado kósher, en enero pasado en París. Pero en el cementerio de Thiais, se indica que “no ha habido demanda alguna de inhumación de terroristas”.

Riva Kastoryano, autora de “¿Qué hacer con los cuerpos de los yihadistas?”, destaca que los precedentes autores de atentados “fueron enterrados en Francia, país de su nacionalidad, país de residencia de sus familiares”.

Cuando varios países están implicados “todo depende de las relaciones entre los dos Estados” que suelen atribuir al otro “la responsabilidad de la radicalización” del individuo, explica la autora.

En el caso de Mohamed Merah, asesino en 2012 en el sudoeste de Francia de tres militares y cuatro judíos, ni la ciudad de Toulouse, donde vivía, ni Argelia, de donde era originario, quisieron hacerse cargo del cadáver.

El cuerpo de Mohamed Merah fue finalmente enterrado en una sepultura sin nombre, en un cementerio de los suburbios de Toulouse, fuera de las horas de apertura.

“Se lo enterró en la parcela musulmana, al final (del cementerio). Algunas familias musulmanas no querían que fuera inhumado al lado de sus difuntos”, cuenta Abdallah Zekri, entonces delegado de la gran mezquita de París en el sudoeste del país. 

Aunque algunas decenas de personas asistieron al entierro, y abandonaron el lugar gritando “Allahu Akbar”, hoy en día, según Zekri, “nadie visita la tumba de Merah”.