La tragedia que se vive en el norte y la que nos muestra la televisión tienen diferencias insalvables. Es el foso que separa una experiencia que cambia a las personas, de un espectáculo que se agota en la auto referencia y la sensiblería.

Mientras las autoridades han optado por no informar nada que no esté verificado, las cadenas de televisión han dado lugar a todos los rumores que circulan en las redes sociales y en los pueblos del norte. Al elegir entre abstinencia informativa y pánico, es probable que el Gobierno haya creado un vacío de conocimiento y de información por el cuál irrumpen como aluviones las especulaciones más exageradas.

Somos informados para mantenernos como espectadores ajenos y a distancia de lo que se vive en el Norte. La tragedia se nos presenta y nos mira, repartiendo nuestra atención entre la sensibilidad y la continuidad de nuestros deberes productivos. El sentido estético de la documentación de las tragedias es acotar el daño. El espectáculo define para cada cosa un lugar del que se sale por la vista y por el oído mientras el cuerpo permanece en su sitio.

Aceptar que el espectáculo es una de las maneras en que la ciudadanía participa de los dramas contemporáneos, pide ir más allá de la descalificación rutinaria de los medios y realizar una crítica al espectáculo de informar. En el formato de los programas de drama noticioso, los guiones están diseñados para rostros y voces emborrachados de buenos sentimientos pero incapaces de ponerse en el lugar del otro. Gente que, a todas luces, están viviendo la tragedia como propia y habla de ellos mismos como protagonistas heroicos de la noticia.

Gobierno y medios buscan una representación. Ambos ocupan el lugar de los afectados, realizan una sustitución de los actores y de sus conflictos y los reemplazan por su propio entendimiento de las necesidades y de la trama del deber de ayuda. Ni el Gobierno ni los MCM se han puesto a disposición de la ciudadanía sino que la han usado para su propia glorificación.

Los coreógrafos de estos programas no tienen la capacidad dramática para distinguir entre decir los sentimientos (‘hay que pena tengo’) y poner en imágenes las emociones vividas. Los formatos lacrimógenos no entienden el valor expresivo del silencio. La competencia de utilería por el rating del horror lleva a los canales a repetir hasta treinta veces una misma imagen en un solo despacho. Al Gobierno, en cambio no hay nada que criticarle porque en materia informativa no ha hecho nada.

Fernando Balcells
Sociólogo, escritor y director de la Fundación Chile Ciudadano.