Comencé a dar mis primeros paso en radio cuando tenía 14 años. Eso hace ya largos 25 veranos porque fue en febrero… y cabe decir que esos sí que son veranos calurosos porque me inicié como aprendiz en la Radio Superandina de Los Andes.

Antes de continuar, no puedo sino mencionar a 2 de mis grandes maestros: don Luis Nercellas y don Juan Carlos Reyes. Este último descansa ya en la paz del sueño eterno después de haber entregado toda una vida a las comunicaciones.

Recuerdo que las grabaciones se hacían aún en maquinas de reel, con cintas. Existían los tocadiscos o torna-mesas y había que aplicar la mágica fórmula de alcohol con agua destilada para eliminar el ruido de la aguja mientras se desplazaba sobre los surcos. Habían decks para casetes y -al momento de dejar lista la música o el aviso comercial- había que darle un cuarto de vuelta hacia atrás para que quedara justo y no saliera “mordido” el audio.

No puedo negar que la modernidad y la tecnología han ayudado mucho. Ahora soy un asiduo consumidor de ella para efectos laborales, pero tampoco puedo abstraerme de la nostalgia de aquellos años.

Mis primeros despachos de noticias, cuando tenía 15 años, fueron desde un teléfono público donde para poder ganarle a la competencia, lo primordial era una buena grabadora de casete pero que tuviera un buen parlante. Así se despachaba: play a la grabadora acercándola al auricular del teléfono. Era maravilloso, porque se escuchaba con un desfase mínimo de 5 minutos, lo que te había dicho el entrevistado 5 minutos atrás. La “cuña” mas rápida salia al aire después de 10 minutos… y eso ya era rápido.

Si tenías suerte el entrevistado se acercaba contigo al teléfono publico, hasta cuando se acababa la moneda. Fueron varios los que me prestaron monedas para seguir la entrevista. Si no tenía suerte se despachaba a pulso. A la antigua, como dicen. Correr a la noticia, anotar el máximo de datos en la libretita y correr de vuelta al teléfono publico, 2 ó 3 veces seguidas.

Los equipos de radio de banda VHF. Después, los celulares que parecían ladrillos y que los pasaba el jefe sólo si era muy necesario. Ahora, los teléfonos inteligentes o las redes sociales permiten conocer al instante una noticia, despachar con excelente calidad de audio vía Skype o mandar las cuñas ya editadas y en muy poco tiempo.

Las nuevas tecnologías han ayudado a hacer radio de forma más dinámica, más instantánea que antes. Y son las radios las que van a la vanguardia de la innovación.

Por eso es extraño lo que ocurre con el proyecto de ley que busca obligar a emitir un 20% de música chilena a las radios. No sólo las radios son elementos de difusión de la música; también la televisión que sin duda tiene mayor efecto sobre las audiencias. E internet, desde donde han surgido grandes fenómenos (buenos y malos).

Un día estaba con mi mujer en un local de Viña del Mar. Había un cantante de salsas que hizo un excelente show y, cuando interactuaba con el público aseguró: “yo no necesito de las radios. Apóyenme en mi canal de YouTube en internet”. Sería extraño que ese cantante aparezca después exigiendo el 20% por ley.

No estoy de acuerdo con la forma en que se está planteando esta discusión, aunque tal vez sí con el fondo del asunto. Es muy necesario que se potencie la música nacional. No hay duda que existen muy buenos exponentes y deben tener la oportunidad de mostrar su arte y su trabajo en las radios. De ahí a que los auditores les guste su material, ese es otro tema.

Jaime Bayly, escritor peruano, comentó hace unos años en un video que está disponible en internet, que el desarrollo de Bolivia no pasa por una salida soberana al mar, y cita varios ejemplos de países mucho más desarrollados que los latinoamericanos y que no tienen costa. Guardando todas las proporciones y con todo el respeto que se merecen el pueblo boliviano y nuestros artistas nacionales, el desarrollo de la música chilena no pasa por tocarla más o menos en las radios.

Seguramente hay otros factores que influyen.

En Chile hasta hace unos años las radios tenían casi todas el mismo formato. Eran emisoras misceláneas, que conjugan estilos informativos y de entretención con música para todos los gustos, donde se van generando matices a través de las llamadas curvas de programación. Sin embargo, de un tiempo a esta parte y con la irrupción de las nuevas tecnologías como las redes sociales y la globalización de las comunicaciones, las radios comenzaron a segmentarse y enfocar sus formatos a distintos tipos de públicos, o nichos.

Así encontramos ahora radios de entretención, radios juveniles, radios informativas, radios culturales, radios cristianas, con programación sólo anglo, sólo tropical, sólo romántica, sólo latina, etcétera.

Tengo amigos músicos que han luchado toda una vida para conseguir el ansiado reconocimiento. Me consta que han hecho lo posible por sonar en las radios, y aún cuando son muy buenos a mi juicio, esa oportunidad les ha sido esquiva.

Pero personalmente me parece riesgoso que se obligue por ley a una empresa a hacer algo que incluso puede atentar contra su supervivencia. ¿Qué dirían las tiendas comerciales si se les obligara a que el 20% de sus productos sean nacionales? (suficiente problema sería pensar de dónde los obtendrían).

Hay otros vicios que deben ser eliminados de la relación enfermiza de radiodifusión y el mundo de la música. Por ejemplo, artistas o productores musicales ofrecen pagar “comisiones” (o derechamente sobornos) a los programadores para que emitan con mayor frecuencia sus temas. Si esto existe aún, es porque hay programadores corruptos que lo aceptan y merman la posibilidad de que un buen artista o un buen tema, sea emitido.

Aquí hay responsabilidades compartidas. Así como algunas radios deben hacer un mea culpa y reconocer que en realidad la música nacional no está dentro de las prioridades de su programación; algunos artistas deben también hacer lo propio. Que partan por no hacer diferencias entre las grandes radios y las más pequeñas sería un buen paso. Cosas mínimas como tener la deferencia de contestar el teléfono a las radios de provincia… a esas radios que ruegan por tener una entrevista sería bueno de vez en cuando.

Y quizás también sería bueno preguntar si estarían dispuestos los músicos chilenos a que se legislara y se les obligara a que el 20% de sus conciertos fueran gratuitos -ni siquiera a beneficio- sino sólo gratuitos.

Después de todo, la finalidad es promover la cultura. ¿No es verdad?

Francisco Javier R. Ovalle Reinoso
Radio Bío Bío de Valparaíso