Mirta Rosales, de 69 años, había rechazado en varias oportunidades los llamados telefónicos por concursos inexistentes o accidentes de un sobrino imaginario, pero igual terminó cayendo.

Fue el viernes pasado cuando muy temprano se fue a la peluquería en Los Cóndores. Esperaba la micro en el paradero de Colón y un hombre de unos 30 años, de acento peruano, le pide que le lea un papel que llevaba en el bolsillo de la camisa.

Mirta, confiada, le hace el favor. El papel decía: “Estimado colega. Vea a este paciente por un dolor de huesos, no le cobre nada porque él no sabe leer ni escribir. Gracias por la atención, tú sabes donde me puedes ubicar”. Y agregaba una dirección, que no existía.

En medio de esto, entra en acción un segundo hombre, alto de pelo cano, que se presenta como oncólogo cubano que realizaba una pasantía en el Hospital Higueras.

- ¿Hombre, qué te pasa, hombre? – preguntó con voz segura, el supuesto médico. A lo que el peruano, muy tímido, respondió sacando un boleto de “Polla Gol”, asegurando que tenía un premio que no podía cobrar. Comenzaron así a discutir el tema entre los tres.

Finalmente, deciden que el cubano iría a la agencia de Los Cóndores a verificar el premio, mientras ella y el peruano se quedaron en una plaza cercana esperando. A los minutos, aparece el falso médico y les confirma que el hombre ganó 60 millones de pesos.

El sujeto de acento peruano les prometió 5 millones a cada uno si le ayudaban a cobrar el monto, pero para confiar en ellos debían demostrarle que tenían dinero guardado. El supuesto cubano fue el primero en reaccionar; salió de la escena y regresó tres minutos más tarde con un montón de billetes de 20 mil. Ahora sólo faltaba Mirta.

En ese instante, los dotes actorales del peruano salieron a relucir: se lanzó al suelo y le pidió de rodillas que lo ayudará, que necesitaba de su confianza. La mujer, intimidada, accedió. Hasta les pagó el pasaje en micro para ir hasta su casa, en Las Higueras.

Los delincuentes tuvieron la precaución de quedarse a dos cuadras de la casa. “Y no le cuente nada a su esposo”, le exigieron.

La señora Mirta, sin pensar, entró a su vivienda, sacó sus ahorros de años, que alcanzaban los 2 millones de pesos y unos cuantos dólares que metió en un sobre. Su marido ni se enteró.

De vuelta con la plata, el peruano aseguró que ahora sí confiaba en ella, no sin recomendarle, con la plata en la mano, que debía regresar con el dinero en una bolsa negra que él llevaba, momento en que aprovechó de hacer la tradicional “cambiadita”.

“Nosotros la esperamos acá para ir a cobrar el premio”, le prometieron los hombres a Mirta, que regresaba ahora con su dinero en una bolsa cedida por los ladrones.

En su casa recién comprobó el timo:

Buscaron por aquí y por allá, y dejaron constancia en Carabineros. Poco más pueden hacer. Hoy Mirta, con rabia y verguenza hace el llamado a la comunidad a mantenerse alerta:

Se trata de cuentos más viejos “que el hilo negro”, pero siguen ahí el peruano y el cubano haciendo de las suyas. Que no le hagan a usted “el cuento del tío”.