Despojado de su tiara de tres coronas, con el cuerpo a mal traer, caminando a duras penas y con la salud quebrantada, Joseph Aloisius Ratzinger, el ex Papa, a sus 85 años de edad se auto jubila. Conservando el titulo de “Su Santidad”, ahora repartirá su tiempo entre la meditación y la oración, el estudio y la lectura, junto con tranquilos paseos por los regios y hermosos jardines de Castelgandolfo, junto al lago Albano.

Desde la plaza de San Pedro, en Roma, hasta los últimos rincones del planeta almas sencillas y católicos fervorosos recordarán con afecto al hombre -a ese denominado representante de Dios en la Tierra- que durante ocho años ejerció el poder máximo y absoluto de la Iglesia Católica.

Ya no caben dudas, Benedicto XVI, teólogo fino y conservador, de larga trayectoria en una institución que agrupa a 1.200 millones de miembros diseminados por todos los continentes, ha sido vencido por otros poderes; por los oscuros intereses agazapados dentro del mismo Vaticano y también fuera de éste; por un sistema que se ha ido tornando cada vez más perverso y donde anidan los delincuentes del sexo, de la banca, del comercio y de la soberbia engalanada en ropajes multicolores.

Ratzinger pertenece a una generación de sacerdotes que siempre privilegiaron el silencio, callaron y ocultaron los terribles delitos al interior de la Institución, en particular la pedofilia; una generación cuyos miembros más honestos, hoy desconcertados, afrontan un mundo distinto. Ratzinger, que siempre ocupó cargos altos en la organización, sabía demasiado y no de ahora, sino desde hace años. Al final no pudo ni supo poner orden en el desconcierto. Ni tuvo fuerzas para contener tanta inmundicia.

En realidad toda la historia de la Iglesia ha sido una seguidilla de reyertas, ambiciones, abusos, concomitancia con los poderes más siniestros y escandalosos. La acción social y misionera, que siempre hubo, ha quedado hoy reducida debido a la concupiscencia de clérigos de todos los grados y pelajes.

Las esperanzas del concilio Vaticano II, también quedaron reducidas o anuladas. El sabotaje fue constante y siempre anidando en los tejes y manejes de la curia central. Precisamente son los veleidosos, ambiciosos y combativos purpurados italianos los que, ahora, en medio de su propio país devastado por la miseria política, intentan apañar el poder central de la llamada Santa Sede. La elección del nuevo Papa se torna así en una carrera plagada de cardenales indeseables, con golpes bajo cuerdas, trampas y compromisos que poco o nada tienen que ver con el Evangelio.

La gente progresista y crítica que abogó y aboga por una Iglesia limpia sigue en desventaja. Destacados teólogos han sido amordazados y alejados. El brillante Hans Küng, uno de ellos que fuera compañero del propio Ratzinger en la construcción del meollo progresista del Vaticano II, fue alejado y privado de su cátedra.

¿Qué opciones quedan? ¿Cuáles son las esperanzas? ¿Dónde anidará el juego honesto? Como si no bastaran las invocaciones al Espíritu Santo ni mucho menos las ceremonias suntuosas, se privilegia más bien un espectáculo banal y ruidoso, alejado de la pureza religiosa.

En América Latina sigue creciendo el germen de una iglesia que vive mano a mano con los pobres y comprometida con los problemas de quienes, día a día, sufren injusticias y privaciones de todo orden y concierto. Pero esa Iglesia católica popular y de liberación cuyos miembros ni siquiera miran al Vaticano, que no tienen necesidad de reconocerse en tanta pompa vanidosa y sucios ajetreos sexuales y económicos, sigue condenada por las altas esferas.

Juan Pablo II, el viajero, estigmatizó y aplastó a esos católicos honestos; Ratzinger hizo lo mismo y ahora la pregunta del millón es ¿habrá cambios verdaderos y vendrán tiempos mejores?

La mayoría de los seres humanos creyentes miran con miedo o preocupación su propia vida, común, estrecha y mediocre. Temen a un más allá. y sienten pavor ante la muerte. Necesitan el refugio de una fe y de una iglesia, pero cuando ese refugio y esa institución los traicionan y comercian con los más puros sentimientos de hombres, mujeres y niños, sobreviene la desolación.

Según la historia, Jesús de Nazareth combatió la rapiña de los poderosos, amó a los débiles, predicó justicia y amor y, defendiendo sus ideas, fue perseguido y hostigado sin piedad, murió clavado en la cruz y nunca renunció en su empresa. No se entregó a la meditación ni a la oración entre plácidos jardines, no dejó la cancha libre a los lobos feroces. He ahí la magnífica y sacrificada lección que, en estas horas de una Iglesia Católica en penumbras, no ha sido imitada.

Oscar “El Monstruo” Vega

Periodista, escritor, corresponsal, reportero, editor, director e incluso repartidor de periódicos.

Se inició en El Sur y La Discusión, para continuar en La Nación, Fortin Mapocho, La Época, Ercilla y Cauce.

Actualmente reside en Portugal.