Sí, fue un día feliz para quienes asistieron anoche al concierto del Harlem Opera Choir en la Plaza de Armas de Santiago. El público, que superó todas las expectativas, llegó puntualmente a presenciar un espectáculo nunca visto en nuestro país. Tal vez en la mayoría su mayor acercamiento de música gospel lo ha tenido en las películas relativas a coros vocales de iglesia y con portentosas voces que transmiten la emoción y la espiritualidad más profunda.

“El público es culto”, señaló María Olivia Recart, vicepresidenta de asuntos corporativos de BHP Billiton Chile, y tiene toda la razón. La audiencia fue respetuosa, escuchó atenta la introducción del concierto y paulatinamente fue incorporándose al ambiente musical que transmitía el conjunto.

Parte de la ópera estadounidense Porgy&Bess fue relatada en los pasajes de esta obra, una trágica historia que ha tenido exitosas temporadas en Broadway. Basada en la novela de DuBose Heyward, cuenta que Porgy, un discapacitado afroamericano, intenta rescatar a Bess (su amiga) de un escandaloso pasado y de las garras de Crown, su proxeneta.

Después de un breve intervalo en que el frío fue el convidado de piedra, pero no un obstáculo, los asistentes demostraban a esa altura absoluta conexión con la veintena de músicos que colmaba el escenario con emotivas interpretaciones.

La parte final del programa fue el corolario para los presentes, con voces alternadas, altos y bajos, solistas y voces en conjunto que conmovían con letras devocionales, brazos en alto y hasta lágrimas de sus 20 integrantes. Las personas se sentían parte del colectivo y sólo interrumpían con enardecidos aplausos.

La orquesta sinfónica de la Universidad de Concepción se lució con gracia y pulcritud como excelente partner del coro neoyorquino. Jorge Tapia, contrabajista, lo describe como “uno de los mejores coros que he escuchado. Congeniamos muy bien con ellos, fue muy emotivo”.

Con “Hallelujah!” de El Mesías de Handel y arreglos de Quincy Jones, finalizaba el programa oficial del concierto. Sin embargo, el frenesí de los que allí estaban no permitía concluir la presentación. Al unísono gritaban: Happy day! Happy day! Mientras que los músicos se mostraban gratamente sorprendidos. No sin antes interpretar una melodía conocida, el himno gospel por excelencia “when the saint go marching in” (cuando los santos van marchando), popularizada por el famoso trompetista Louis Armstrong.

Los aplausos y vítores ensordecían el kilómetro cero. Coro y público ensamblados, conmovidos y agradecidos del profundo momento compartido. Quedó establecido el mensaje transformador del que entrega y del que recibe.

Finalmente, “Happy day!” desató la alegría. Jazz y soul fue la esencia del concierto. La fusión de la sonoridad afroamericana y la música y religión occidentales se dieron cita en el primer concierto de esta índole. Sin duda, fue un feliz día.