El rapto en el serrallo | René Naranjo

El rapto en el serrallo | René Naranjo

El Teatro del Lago de Frutillar, sin duda el escenario más espectacular y de mejor acústica que existe hoy en Chile para interpretar música clásica y ópera, estrenó con éxito su primera producción lírica este fin de semana.

El título escogido fue “El rapto en el serrallo”, de Mozart, obra escrita en 1782, que alterna partes habladas con magníficos pasajes musicales y que marca la primera madurez del genial compositor austriaco.

El montaje de esta ópera de debut se encargó al director escénico norteamericano Doug Fitch, quien ya la había producido en el Kennedy Center de Washington DC, en 2006. Los diseños fueron traídos por Fitch a Chile, y bajo su supervisión se recreó aquí toda la escenografía, que simula el embarcadero de un puerto en Turquía, desde cuya escalera se accede al palacio del Pachá Selim.

En la trama de esta ópera divertida y energética, Selim mantiene allí prisioneras a dos mujeres españolas, Constanza y Blande, y al joven Cedrillo, todos al cuidado del brutal carcelero Osman. A rescatarlos llega entonces el noble Belmonte, quien con más maña que fuerza se lanza a cumplir su objetivo.

La puesta en escena de Doug Fitch, colorida y apoyada con simpáticas animaciones audiovisuales, es dinámica y cercana para cualquier espectador. Además incorpora muy bien la orquesta, que se instala a un costado del escenario, camuflada con el tono marino imperante gracias a que los 35 músicos visten camisas celestes.

El vestuario de Rodrigo Claro va en la misma línea juguetona de la producción, y los intérpretes, todos extranjeros salvo el chileno Sergio Gómez (que encarnó a Selim, personaje que habla pero no canta), entendieron perfectamente ese código.

Entre los cantantes, sobresalieron la atractiva soprano neoyorquina Jeannette Vecchione (Blonde) y el tenor inglés Nicholas Sales (Belmonte), ambos de hermosa línea de canto, sólidos agudos y perfecta comprensión de sus roles.

Menos feliz fue el trabajo de la soprano norteamericana Deborah Casey Cabot, que no dio cabal cuenta del difícil papel de Constanza. Pedrillo (el tenor holandés Peter Gijsbertsen) y el bajo Osmin (el también holandés Harry Peeters) estuvieron muy bien en lo histriónico y solventes en lo vocal.

Sin embargo, el gran triunfo de la jornada estuvo en la batuta del joven director chileno Pedro Pablo Prudencio. Al frente de la reforzada Orquesta de Valdivia, Prudencio –de 34 años de edad- ofreció una lectura profunda y seductora de la partitura mozartiana, que fue ganando en intensidad, vivacidad y emoción a lo largo de la función.

Fue una noche de estreno de gran nivel, que hace augurar muy buenos espectáculos operáticos futuros en el magnífico recinto a orillas del Lago Llanquihue. Solamente se echaron de menos los sobretítulos de traducción del texto, que fueron reemplazados por breves y esporádicas referencias escritas sobre lo que sucedía en escena. Al tratarse de una obra en alemán, la ausencia de traducción dificultó la incorporación del público a las emociones de esta ópera genial, que debiera verse más seguido en escenarios chilenos.