Carretera de Atacama | Betoscopio

Carretera de Atacama | Betoscopio

El viaje de regreso desde Caldera me dejo sentimientos encontrados. Absorto los primeros días por el majestuoso paisaje café y rojizo del desierto, ya con el pasar de las semanas extraño el verdor del valle central.

Así fue como emprendi el retorno. Evidentemente el paisaje va cambiando kilómetro a kilómetro y es imposibe no ir haciendo comparaciones. De pronto, varios kilómetros al norte de La Serena, me encuentro con un terreno familiar. Cerros rocosos del mismo color que en la Cuesta de Las Chilcas de mi añorado Llay Llay. La ruta corta -como una serpiente gris- ese bello entorno natural.

Segui Avanzando y me encontré de frente con un pueblito enclavado a la orilla de la carretera panamericana. Era extraño porque me recordó esas ciudades en miniatura que construíamos con mi primo en el patio de la casa del tata.

Para graficarlo, parecían cajitas de cartón corrugado en el medio de una cancha de fútbol de tierra. Y ahí estaba yo, detenido en la berma de la ruta con los ojos brillosos ante tan magnifica muestra de lo que es nuestra sociedad.

Las generaciones actuales sin duda ni se imaginan lo impresionante que fue para nosotros los más viejitos, ver a un tatita de sombrero, con el rostro oscuro, curtido por el sol nortino, no con arrugas sino con surcos en el rostro, llamando por teléfono a su hijo desde su querido Cachiyuyo.

Porque existe. El pueblito estaba ahí.

Tuve la intención de entrar, de averiguar, de urguetear entre las polvorientas callecitas si es que se les puede llamar así, un poco de la historia de este pueblito. Incluso se me pasó por la mente ir a buscar a ese tatita y contarle cuantas veces me hizo llorar cuando hablaba con su hijo que ya ni recuerdo dónde estaba.

Pero no lo hice. Me subí al auto y continué mi camino. ¿La razón? Simple: prefiero quedarme con la imagen mágica de ese aviso publicitario de telefonía (dicen que incluso el teléfono nunca funcionó, o si lo hizo, después lo eliminaron).

Mejor esa imagen en mis recuerdos que romper la magia que me permitió retornar a esos años de mi niñez viendo tele en blanco y negro.

El único experimento moderno que me atreví a hacer fue llamar desde Cachiyuyo. Claro, no desde esa mítica cabina de telefonía pública, sino desde mi celular. Sólo para comparar. Quizás, para sentirme un tatita moderno.

Pero entonces me di cuenta que la televisión no ha cambiado mucho, porque el celular NO TENIA SEÑAL, eso a pesar de que el señor que vive en Miami insiste en que sí hay.

¿Le habrá pasado lo mismo en esa época al tatita de Cachiyuyo?