La Central Unitaria de Trabajadores realizó un llamado a Paro Nacional para este 24 y 25 de agosto, pidiendo cambios en el sistema de pensiones, sistema de salud, reformas tributarias y un nuevo Código del Trabajo “para que se terminen los abusos”, según palabras del presidente de la orgánica, Arturo Martínez.

Si bien son reivindicaciones clásicas a estas alturas, que se repiten desde los gobiernos de la Concertación, y que también existe un derecho a manifestarse que es universal, esté uno de acuerdo o no con los postulados, hay un punto que me parece importante de destacar, y es lo referido a quienes participan y/o apoyan estas movilizaciones.

No es un secreto que la CUT está aprovechando la efervescencia social a propósito del conflicto estudiantil para poner en la agenda sus demandas, aunque en definitiva, la intención de la multigremial es captar atención hacia ellos más que hacia las reivindicaciones. Lo ha hecho antes y lo seguirá haciendo independiente quien esté en La Moneda.

Pese a lo anterior, me parece un desenfado notable la participación de ciertos actores políticos en esta movilización. Y me refiero en específico a personeros de la Concertación, quienes ahora tratan de aglutinar fuerzas para intentar mostrarse como un bloque opositor, pese a que se perciben a distancia las fracturas en el interior de sus propios partidos políticos, como demostró la separación de listas para las próximas municipales o las conversaciones del PRSD con el PC.

Un botón aún más claro de muestra es el ex ministro de Hacienda, Andrés Velasco, quien pese a ser el principal crítico de las peticiones a una reforma tributaria, ahora rasga vestiduras y entrega un apoyo explícito al movimiento, aprovechando de criticar el manejo económico del Gobierno.

La Concertación surgió como una fuerza de oposición a la dictadura del general Pinochet, y bajo esa premisa estuvieron unidos lo suficiente para hacerse del poder y gobernar por largos años, pero desaparecido el ex militar, claramente se perdió el hilo conductor del conglomerado.

Entonces surgieron los “díscolos”, las divisiones internas, las aspiraciones presidenciales o de otros tipos, como las ambiciones políticas por escalar, dejando libre el camino para que la derecha tomara el rumbo del país. Pese a este fracaso resonante, aún no lograr consensuar criterios y dar batalla en conjunto, situación que la ciudadanía nota, y lo que es peor, generó una desconfianza hacia la clase política que se refleja en las encuestas, porque simplemente los políticos no tienen credibilidad.

Y no la tienen por sus discursos contradictorios, aprobando termoeléctricas a carbón, pero rechazando proyectos hidroeléctricos en el sur, acusando conflictos de intereses, cuando aún está en el recuerdo los desfalcos en EFE y el MOP.

Me tocó ser testigo del repudio a los políticos durante la conmemoración del 27/F en Dichato, zona afectada fuertemente por esa lamentable tragedia, y en donde la gente repudió a viva voz la presencia de dirigentes concertacionistas con un argumento simple, pero completamente válido: “No estuvieron cuando los necesitamos”.

La pregunta surge entonces ¿Qué hacen apoyando marchas de trabajadores, cuando en 20 años de gobierno no fueron capaces de dar respuesta a sus demandas? La respuesta se la dieron los propios trabajadores el 1 de mayo del 2010, cuando debieron salir escoltados entre los abucheos, insultos y pifias del acto central organizado por la CUT.

Es necesario un recambio en la política, que pasa fundamentalmente por una reforma al desvencijado y antidemocrático sistema binominal, es necesario que se termine de pactos políticos buscando asegurar la permanencia en el poder a todo costo, es necesario que termine la puerta giratoria del Congreso, donde los senadores son ministros, y ministros son senadores sin pasar por el voto popular.

¿Será pedir mucho? puede que sí, aunque la esperanza de un Chile mejor, donde se decida por la mayoría y no por intereses de unos pocos, no es mucho pedir, y no es mucho soñar.