Los nacidos en las décadas de los ochenta y los noventa son una de las generaciones más analizadas del último tiempo, tal vez porque les ha tocado convertirse en adultos en la época de data mining y de la hiperconexión. El final del milenio, hito que marcó sus años de adolescente, les dio el nombre: millennials.

Individualistas y frontales, con gran capacidad para el cambio y en una búsqueda vital que privilegia la felicidad sobre lo económico. Esta descripción ya casi es parte de la cultura popular. Pero hay otro elemento que los distingue: la relación con sus padres.

En nuestro país, un estudio Adimark de diciembre de 2016 entrega pistas al respecto. El 23% de los mayores de 25 años que integran esta generación son “canguros” que siguen viviendo con sus padres. El motivo, asegura la investigación, no es la flojera ni el ahorro, sino una “vuelta de mano” a los padres que se sacrificaron para que ellos pudieran estudiar, pues la mayoría de estos canguros son primera generación de profesionales en su familia.

Por otra parte, ante la pregunta “¿Qué hitos definen el paso a la adultez?” irse de la casa de los papás es uno de los factores con más preferencias, con un 21%, superado solo por comenzar a trabajar (63%) y formar una familia (32%), y muy por encima de tener un hijo (13%) o casarse (2%).

Pixabay (CCO)
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Papás en la oficina

La relación entre padres e hijos, no importa de qué generaciones hablemos, siempre será compleja. Pero en el caso de los millennials, además es cercana. Tal vez demasiado cercana. Según reporta el sitio Quartz at Work, el fenómeno de los padres que se entrometen en los procesos laborales de sus hijos se ha acentuado entre quienes están criando a un millennial.

En 2016, la firma OfficeTeam, especializada en búsqueda de personal, realizó una encuesta para indagar sobre los padres helicóptero en los lugares de trabajo de los hijos. Los resultados develaron situaciones tan insólitas como padres pidiendo acompañar a sus hijos adultos a entrevistas de trabajo, otros llevando tortas al potencial empleador del hijo, y otros llamando por teléfono y haciéndose pasar por un excolega de su hijo a fin de alabar sus virtudes profesionales.

Por supuesto, los especialistas son enfáticos a la hora de asegurar que nada bueno sale de eso. Alison Green, consultora y autora del blog Ask a Manager, explica que “ningún empleador va a pensar que eso está bien. Los gerentes deben rechazar cualquier contacto que intenten los padres, asumiendo que no se trata de una emergencia relacionada con sus hijos”.

En terapia

A diferencia de sus padres, los millennials no tienen problemas con sentarse en el diván, y una vez allí tampoco tienen problemas con hablar de sus padres. Buscando ir más allá del cliché, el sitio The Huffington Post entrevistó a terapeutas que revelaron cuáles son las inquietudes que los hijos del milenio manifiestan acerca de quienes los trajeron al mundo.

Papacópteros: El fenómeno de los progenitores se inmiscuyen en exceso en la vida de sus retoños no es exclusivo de quienes tienen hijos en el jardín infantil. Los padres helicóptero retrasan el proceso de independencia de los jóvenes y su capacidad de resolver problemas por sí mismos, explica la terapeuta Tara Griffith. “Sabes que hay un problema cuando la madre de alguien de 28 años llama para agendar una hora de terapia para su hijo” dice la especialista, quien agrega que esto es algo que suele ocurrir entre los millennials.

Mis padres, mis finanzas: Esa excesiva intromisión de los padres se manifiesta con claridad en el ámbito financiero, explica la terapeuta Jeniffer Stone. “Los padres se sienten con el derecho a obtener información, porque muchas veces están dándoles ayuda financiera”, afirma la especialista, y da el siguiente ejemplo: muchas veces los padres que pagan por la terapia de sus hijos preguntan por el contenido de la sesión, sin respetar la privacidad que esta instancia implica. “A veces, cuando un paciente establece un límite con sus padres, ellos malinterpretan la autonomía de su hijo como una interferencia del terapeuta en su relación. Es como si la terapia por la que están pagando fuera vista como una amenaza al vínculo entre el padre y el hijo” comenta.

Tatacópteros también: Según la terapeuta Liz Higgins, los millennials con hijos suelen lidiar con el juicio de sus padres acerca de sus decisiones y estilos de paternidad. Esto puede ser problemático cuando esas opiniones son antepuestas a las de la pareja o incluso a las propias. “La paternidad es un viaje muy personal y muchos millennials se enfrentan a las críticas por las formas progresistas en que deciden criar a sus hijos” explica Higgins. La clave en estas situaciones es mantenerse apegado a la propia visión de cómo ser padre y comunicar en forma clara a la familia los límites acerca de aquello en lo que no se quiere involucrar a los demás.

Pexels (CCO)
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Soy un fracaso:
Los millennials crecieron al alero de padres que tenían muchas expectativas, y el mensaje permanente fue que no cumplirlas equivale a fracasar, afirma la psicoterapeuta Deborah Duley. Para las mujeres, la situación es aun más compleja: “Ellas tienen que lidiar en particular con esto y también con la sociedad, loas redes sociales y la opinión pública que les dicen que no son lo suficientemente buenas. Esto, sumado a la desaprobación paterna, puede ser devastador”.

Mis papás no me enseñaron: Duley también se refiere a la falta de preparación emocional que aducen los millennial: “Una de las constantes que más escucho es la falta de instrucción acerca de cómo manejar las experiencias y emociones negativas”. En general, a los millennials se les ha enseñado que estas deben ser evitadas a toda costa; para Duley, este es “el mensaje más dañino que puede recibir un niño”.

Entender que las emociones negativas son normales y esperables es una herramienta poderosa que los millennials necesitan, explica la especialista, quien enfatiza la problemática que esto genera en las mujeres, quienes todo su vida han recibido el mensaje de que para lidiar con la ansiedad basta con tomar una pastilla o evadirse con métodos dañinos.