Ubicado entre tres de los puntos más álgidos de las protestas santiaguinas desde el estallido social el Squadritto de la Calle Rosal (entre Lastarria y Victoria Subercaseux) sigue en pie. Y aunque está aún ahí con algo de dificultad, ha perdido poco de la magia que uno recuerda del local.

Sus muros recreados y su particular distribución que funciona muy bien para familias, por estos días ha subido uno poco los decibelios de su música casi como un recordatorio de que siguen ahí. Y en un paseo por el lugar eso fue lo que nos llevó a entrar.

A mi gusto, su relación precio-calidad está desbalanceada. Quizá, como dice un amigo, es el resultado de estar ubicado en un sitio lleno de turistas en el que puedes cobrar mucho a personas que difícilmente volverán al local; o sólo es que este sitio está pensando más en lo que fue hace unos años que en lo que es hoy.

El problema es que sus precios son muy parecidos a los de La Signoria, por ejemplo un local que tiene precios similares, pero una calidad que lo supera con mucha facilidad.

Pero vayamos a lo nuestro.

Aunque la primera vez pasamos sin novedad, en nuestra segunda visita el restaurante no tenía Coca Cola Light, que era lo que yo quería para empezar y dejar atrás el calor que hacía fuera.

Que un restaurante italiano no tenga Coca Cola Light en realidad importa poco, aunque se agrava cuando el foco del lugar es familiar, pero lo que sí es imperdonable es que no tuvieran agua mineral sin gas, algo que solo una vez antes me había pasado, fuera de Chile.

El problema es grave para un restaurante que se presenta como un lugar de buena cocina y mantel largo.

Squadritto
Squadritto

Otro problema es que su bar tiene una amplia oferta de cócteles y preparaciones, pero poco enfocado (o menos de lo que me gustaría) a la comida que sirven.

Por ejemplo, si pides media botella no existe la opción de un buen merlot o un pinot noir, sino que solo carménère o cabernet sauvignon Santa Ema, lo que no te deja escoger otra etiqueta, pero además te obliga a ajustar tu pedido a algo que no “compita” con esas botellas, porque Santa Ema tiene además una estructura y personalidad que no a todos les gusta combinar con pastas o una burrata. O al menos, a mi no.

Una vez que nos fuimos, hicimos la prueba con un Tarapacá Gran Reserva Merlot 2018 y la experiencia fue completamente distinta. Es que el vino adecuado siempre realza los sabores, acomoda las sensaciones y sella a fuego las experiencias culinarias. Por eso un vino bien servido, a temperatura correcta y, por sobre todo, bien escogido, puede hacer una gran diferencia.

Esta etiqueta no está en el restaurant, pero en supermercados cuesta algo así como $8 mil. Sírvalo a 17º y disfrute de su frescura y suavidad con estas preparaciones que nosotros las dos veces pedimos para llevar luego de que no alcanzamos a comer todo en el local.

Otro punto bajo es que los meseros no conocen los vinos italianos que tienen en oferta, por lo que no los ofrecen ni los explican. Es que en realidad los italianos tienen sus propios vinos básicamente porque van bien con sus preparaciones. Son vinos ligeros, refrescantes, sin el cuerpo ni la presencia de un vino lleno de taninos porque, básicamente, no se va a comer una carne asada con guarnición sino que una burrata con albahaca y pastas frescas con algo de queso.

Igual, acá tienen un par de botellas de la casa Cavicchioli. No me atreví, eso sí, porque no estaban seguros de a qué temperatura los tenían, y ahí un error es una tragedia. No tanto como la media botella de carménère que pedimos y que, si bien llegó varios grados sobre el ideal, seguía en un nivel de “tomable”.

Carpaccio | Mario Riveros
Carpaccio | Mario Riveros

Probamos un carpaccio di filetto clásico ($8.900) que estaba correcto en preparación pero que le faltaba un poco de temperatura. Este plato parece estar bien pensado para compartir de a dos e incluye alcaparras, limoneta y queso parmesano. Yo le recomiendo también usar aceite y pimienta a gusto.

Eso sí: si visita el local con tiempo y en grupo, le recomiendo el antipasto della nonna rosina ($16.900), que suma salami finochietto, prosciutto di Parma, provolone dolce, mortadela italiana, berenjenas apanadas, escabeche de champignones y mermelada de pimentones. Eso, unas bruschettas y un frizzante como el lambrusco cavicchioli rosado ($16.100) pueden hacerlo olvidar dónde está por un momento. De verdad que es de esos placeres que nadie debería dejar pasar si tiene la oportunidad de probarlo.

Lasagne | Mario Riveros
Lasagne | Mario Riveros

En nuestras visitas apostamos por básicamente dos fondos. El más tradicional es la Lasagne ($10.900) que viene con ragú de carne, ricota y queso. Lo que más me sorprendió es que un restaurante de buena tradición como este sirva una lasaña de esta calidad.

¿Estaba rica? Sí, golosa, abundante y con sabores intensos, pero no es liviana y claramente venía saliendo del congelador. De hecho, algunas partes venían a muy alta temperatura y otras a muy baja temperatura. Imperdonable.

El otro era una preparación al filetto. El plato de la carta es Gnocchi di patate con salsa filetto ($10.900), el que también se puede pedir como spaghetti.

La pasta estaba a punto las dos veces y la carne muy bien trabajada para el plato. Quizá las aceitunas estaban un poco nuevas la segunda vez, lo que cambia la experiencia y también el maridaje, pero con agua va muy bien. Es un plato que yo recomendaría pero para dos personas, porque la porción es muy grande, y si como spaghetti es una proeza comerlo, como gnocchi es casi imposible.

Spaghetti | Mario Riveros
Spaghetti | Mario Riveros

Sigue también esa tradición de que para que el local sea bueno tiene que servir porciones inmensas, algo hace rato es súper innecesario, al igual que los platos tan tan calientes. Pero eso casi que es quejarse de lleno.

Del servicio, hay poco que decir. Los mozos son amables y, en general, son la nota más alta del lugar, aunque eso de que te pregunten dos mozos y la anfitriona más de cinco veces mientras comes si todo está bien y te pidan comentarios sobre cómo está todo es, igual, harto. No molesta eso sí, de verdad están tratando de hacer que tu experiencia sea buena en el local, lo que se agradece.

Lo recomendaría para grupos, familias, o una primera cita.

Para escribir esta reseña se visitó dos veces el local de manera anónima. No se recibió ni aceptó ninguna invitación por parte del local.

Squadritto. Rosal 332, Santiago. No tiene estacionamientos propios pero hay pagados en los alrededores.