La lista de horrores es larga, larguísima. Nada empezó el 7 de octubre de 2023 salvo la comisión del crimen de genocidio.

Hace dos semanas, tras dos años de genocidio contra los palestinos en Gaza, el mundo asistió, escéptico y expectante, a un alto al fuego. Dicho alto al fuego sería la primera parte de un plan de Donald Trump, que incluyó también un intercambio de rehenes israelíes y palestinos. Sin embargo, en los últimos días Israel ha roto el alto al fuego, volviendo a bombardear Gaza y asesinando e hiriendo a decenas de civiles.

La realidad es que el plan de Trump se ha negociado al margen del derecho internacional y la situación estructural de los palestinos sigue igual. El 7 de octubre de 2023, la pequeña y superpoblada Gaza llevaba diecisiete años sometida a un bloqueo en el contexto de cincuenta y seis años de ocupación militar ilegal. El 80% de la población correspondía a refugiados -y sus descendientes-, producto de la limpieza étnica en el 78% de Palestina, donde se constituyó Israel en 1948. Ocho campos de refugiados había en Gaza hasta este genocidio.

Ahora la Gaza que conocíamos ya no existe. Las bombas israelíes han arrasado todo. Las universidades, las escuelas, los hospitales, los barrios residenciales, los terrenos agrícolas, y, por supuesto, los campos de refugiados. Israel comenzó el genocidio destruyendo las plantas para desalinizar el agua y hacerla apta para el consumo: ¿para qué? ¿qué necesidad militar había en ello?

Ese 80% de refugiados que miraba sus tierras desde Gaza a través de la valla hoy llora a sus muertos. Los llora, pero en muchos casos no los puede enterrar porque los cuerpos continúan desaparecidos. Las tumbas de los muertos de antes de octubre 2023 han sido bombardeadas también, entre ellas la del hermano pequeño del poeta gazatí Mosab Abu Toha.

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“¿Qué es hogar?” se pregunta Mosab en un poema. La verdad es que el mundo no tiene nada para responder. No tuvo nada para responder en 1948, cuando los palestinos huían de los ataques de las bandas paramilitares sionistas que crearon forzosamente el naciente Estado de Israel en lo que eran sus ciudades, sus hogares, sus propiedades. Intentaron llegar a Egipto huyendo de dicha violencia, pero Egipto, a diferencia de Siria, Líbano y Jordania, cerró las puertas. La gente quedó hacinada en la parte de Palestina que hacía frontera con Egipto, en Gaza, paradojalmente bajo control egipcio en aquel entonces.

En 1967, cuando Israel ocupó militarmente Gaza, el mundo no tuvo tampoco nada para decir. Hasta 2005, Gaza fue colonizada con población israelí, judíos venidos de todas partes del mundo que pusieron a los gazatíes en la misma situación de controles militares y despojo que hasta hoy viven los palestinos de Cisjordania. En 2005, con la llamada desconexión de Gaza, retiraron los colonos y los soldados de dentro de Gaza, pero las fronteras siguieron bajo control israelí, y desde 2006, cuando el partido político Hamas ganó democráticamente las elecciones, los palestinos fueron colectivamente castigados y sometidos a un bloqueo.

Israel no sólo decidía quién entraba y quién salía de Gaza, sino también qué entraba y qué salía de Gaza, llegando a controlar cuántas calorías podía consumir al día un palestino de Gaza y a proscribir alimentos como el chocolate e insumos médicos básicos. El control era de las fronteras tanto aéreas como marítimas y terrestres. Era tan estricto, que llevó a la Franja a una crisis humanitaria sin precedentes, al punto que Naciones Unidas afirmaba que en Gaza la vida sería insostenible en 2020.

Israel nunca dejó de ocupar Gaza. Así lo entendió, por ejemplo, Richard Falk, profesor de derecho internacional judío estadounidense, que, en 2008, en su calidad de Relator Especial sobre la situación de derechos humanos en Territorios Palestinos Ocupados, sostuvo que Gaza estaría ocupada mientras Israel ejerciera un control efectivo de la misma. Israel no sólo controlaba las fronteras, sino que además llevaba el registro de la población. Periódicamente, hacía “incursiones militares” y bombardeos en la Franja. Los más grandes, en 2008-2009, 2012, 2014 y 2021.

A eso se suma la represión brutal de la gran marcha del retorno en 2018, como denominaron los palestinos a su intento pacífico -y simbólico- por cruzar la valla que los separaba de sus tierras, frente a lo cual recibieron disparos a quemarropa, aunque fueran vestidos con sus uniformes de personal médico o de prensa. (Sería la misma misma valla que cruzarían en 2023, el 7 de octubre).

En 2008-2009, Naciones Unidas estimó que Israel cometía, contra los gazatíes, el crimen de lesa humanidad de persecución en el contexto de múltiples crímenes de guerra. Tras cada ataque israelí, la gente no alcanzaba a reconstruir sus casas cuando ya los estaban atacando otra vez. Los profesionales de la salud mental sostenían que en Gaza no existía el estrés postraumático, porque nunca había una etapa posterior al trauma.

Y luego comenzó el genocidio. Vimos personas aplastadas por tanques mientras buscaban harina para no morir de hambre. Bebés prematuros dejados morir en incubadoras porque el ejército no permitió evacuarlos. Pacientes conectados a vías endovenosas siendo quemados vivos. Campos de refugiados bombardeados mientras las familias dormían en sus carpas (éstos no eran ya los campos del 48 sino los nuevos, aún más precarios). Niños muriendo de hambre en los brazos de sus madres, que sólo podían acariciarles la cabeza.

La lista de horrores es larga, larguísima. Nada empezó el 7 de octubre de 2023 salvo la comisión del crimen de genocidio. Y mientras no haya rendición de cuentas, mientras no haya justicia, mientras no haya reconstrucción, no habrá paz, sino fracasados intentos de pacificación, como el roto alto al fuego que presenciamos amargamente estos días.

Nadia Silhi Chahin
Abogada, máster en Derechos Humanos y doctora en Derecho.
Profesora de Derecho Internacional Público.

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