Dicen que la inteligencia artificial no va a reemplazar a los maestros de la construcción. Que tranquilos, que todavía se necesita el toque humano para poner un ladrillo. Pero hace poco vi un robot que no solo pone ladrillos: los alinea, los nivela y no se queja de la colación ni te arma sindicato. Eso sí, todavía no sabe decir “jefa, está lista la pega”, así que por ahora seguimos ganando. Por ahora.

Yo, por ejemplo, hace dos semanas creé una página web divina. Colores que combinaban, letra con estilo, layout elegante y un gran logo. La hice con IA en 10 minutos, y eso que yo no me sé ni combinar para vestir. Por años pensé que el diseño era talento. Resulta que ahora es un par de clics y buen wifi.

La degradación silenciosa del trabajo humano

También invertí en la acción que me recomendó un informe generado por IA. Me fue mal. Pero no tanto como a mi ejecutiva de inversiones, a la que despidieron porque el algoritmo lo hacía mejor… y no cobraba bono por desempeño ni tenía fuero maternal.

Y ni hablemos de los abogados recién titulados. He formado decenas. Les enseño a redactar una demanda, una contestación o un correo; a argumentar sin copiar el Código del Trabajo; a usar punto seguido. ¿Para qué? Hoy, ChatGPT escribe mejor que yo, no pide aumento y no llega con caña el lunes. A veces pienso que la ética del robot, su sentido común, me da más confianza que la del abogado con dos años de experiencia.

Nos están vendiendo la idea de que la IA no reemplaza personas. Que nos ayuda, que nos potencia. Que el ser humano es insustituible. Qué ternura. En la práctica, lo que no reemplaza, lo abarata. Si haces algo que una máquina también puede hacer, prepárate: tu sueldo va a bajar más rápido que tu autoestima después de una reunión de feedback.

No estoy en contra de la tecnología. Estoy en contra de desaparecer sonriendo.

El trabajo está cambiando. Y la identidad que nos otorga —esa que nos hizo sentir útiles, necesarios, valiosos— entrará en crisis. Sin darnos cuenta.

Nos están jubilando anticipadamente… de la historia

No se están destruyendo trabajos. Se están degradando. Siguen ahí, pero ya nadie quiere pagar por ellos. ¿Para qué contratar a un diseñador, un abogado junior o un contador, si una máquina lo hace igual… o mejor? Eso sí, sin pausas para el café, sin licencias médicas ni opinión política.

Y el problema no es solo que la IA sea mejor. Es que el sistema la prefiere. Porque trabaja más, cobra menos y no pregunta si va a haber aguinaldo. Si seguimos así, pronto no va a ser necesario despedir a nadie. Bastará con esperar a que el mercado nos convenza de que valemos menos que un software de 19 dólares al mes.

No nos están reemplazando. Nos están jubilando anticipadamente… de la historia. Es una transición silenciosa y cortés: el trabajador, antes columna vertebral del progreso, hoy es una aplicación descartable. La economía ya no gira en torno a nosotros, pero nos dejan la ilusión. Nos aplauden mientras nos apagan.

Hasta Charlie Chaplin, con su llave inglesa y su fábrica, se nos quedó corto.

Y lo peor es que algunos todavía le siguen dando las gracias —y pidiéndole por favor— a ChatGPT.

Francisca Vial Herrera
Directora área laboral de Eyzaguirre y Cía

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