La maternidad, lejos de ser protegida, se transforma en una barrera estructural y la institucionalidad no responde.

Este 1° de mayo volvemos a conmemorar el Día del Trabajador en Chile, con cifras que muestran una recuperación del empleo tras la pandemia y avances en materia de paridad. Pero basta mirar con algo más de atención para advertir que, para las mujeres, especialmente las madres, el derecho al trabajo sigue siendo una promesa incompleta.

No se trata solo de acceder a un empleo

Se trata de poder mantenerlo, de ejercerlo con dignidad y de compatibilizarlo con las múltiples exigencias que recaen desproporcionadamente sobre las mujeres en el ámbito familiar. Esa tensión constante entre la productividad y el cuidado (invisible, no remunerado y desprotegido) sigue siendo el gran vacío que ni el Código del Trabajo ni las leyes sobre Protección a la Maternidad han logrado resolver.

La legislación chilena aún opera bajo una lógica binaria y fragmentada: por un lado, reconoce derechos laborales; por otro, regula las obligaciones familiares. Pero en la vida real, esos mundos colisionan, y son las mujeres quienes terminan absorbiendo el costo de esa desconexión.

El ejemplo más evidente está en las licencias parentales: mientras la ley establece ciertos permisos, su aplicación es restrictiva, está mal fiscalizada y rara vez se adapta a las necesidades reales de cuidado, sobre todo cuando los hijos o hijas enfrentan condiciones especiales, enfermedades prolongadas o situaciones judiciales complejas, como disputas por pensión de alimentos o regímenes de relación directa y regular.

Lo mismo ocurre con la flexibilidad laboral. Aunque existen normas que permiten adecuar la jornada, en la práctica, muchas mujeres temen pedirla por miedo a represalias, estancamiento profesional o directamente al despido.

Y si deciden no hacerlo, la conciliación se vuelve un juego de malabares diario, donde las madres hacen magia para cumplir con horarios, responder correos, asistir a reuniones escolares, acompañar en controles médicos y sostener la casa sin que nada se note. Porque en el mundo del trabajo formal, ser madre sigue siendo una marca de sospecha.

Barreras para mujeres en el mundo del trabajo

La maternidad, lejos de ser protegida, se transforma en una barrera estructural y la institucionalidad no responde. La Defensoría de la Niñez ha advertido sobre la falta de una mirada integral en las políticas públicas, mientras organismos internacionales como la OIT y CEPAL insisten en la urgencia de una reconfiguración del mundo laboral que contemple la economía del cuidado y el derecho a conciliar como ejes centrales de una verdadera justicia social.

Este 1° de mayo no basta con celebrar avances ni repetir consignas. Es hora de incomodarse. De preguntarnos por qué seguimos hablando de igualdad cuando las condiciones para ejercer derechos siguen siendo desiguales. Porque mientras no exista una articulación real entre el derecho laboral, familiar y maternal, lo que tenemos no es trabajo digno. Es un parche que deja fuera a miles de mujeres que trabajan el doble, cobran la mitad y siguen siendo invisibles para el sistema.

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