Necesitamos que en Chile los proyectos de ley que modifican la distribución de alimentos aptos para consumo humano o que prohíben los residuos orgánicos en rellenos sanitarios sean modernizados para que, entre otras cosas, podamos tener mayor responsabilidad social tanto a nivel empresarial como consumidor final.

En 2022, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), estimó el nivel de hambruna a nivel mundial entre 691 y 783 millones de personas, más de 120 millones respecto a 2019, previo a la pandemia.

Un tercio de los alimentos a nivel global se pierde o se desperdicia, contribuyendo de manera significativa con el cambio climático y la pérdida importante de recursos hídricos y suelo en los sistemas alimentarios.

Por otro lado, el precio de los alimentos ha aumentado de manera significativa por las externalidades internacionales, lo que ha elevado de manera importante los niveles de inseguridad alimentaria. En términos simples, según Naciones Unidas, las pérdidas y desperdicios a nivel global equivalen a 527 calorías por persona al día.

En este contexto, cada 29 de septiembre recordamos y concientizamos a nivel mundial sobre la importancia del uso racional de los alimentos. Sin duda, las pérdidas tanto en las fases de producción y comercialización, como el desperdicio a nivel de nuestro hogar, generan un desgaste relevante de nuestros recursos naturales.

Hablar de Pérdida y Desperdicio de Alimentos, es una temática multidimensional que involucra aspectos económicos, sociales y ambientales. En los últimos años, la educación, la investigación, la tecnología y las normativas a nivel nacional e internacional han generado las bases para mitigar esta problemática.

A la fecha se han creado en diferentes regiones del país muchas iniciativas como bancos o micro bancos de alimentos para gestionar excedentes alimentarios de distribuidores y comercializadores, los que tienen por objetivo apoyar a las personas en condición de vulnerabilidad. Sin embargo, el verdadero cambio debe llegar desde nuestros hogares, donde la cultura de uso de alimentos debe ser inculcada y valorizada en todos los miembros del núcleo familiar, tanto a nivel consumo, compras, almacenamiento, reciclaje y uso racional.

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