"Está claro que un mayor contacto con padres y personas significativas que retomen su papel de influencia, actividades recreativas estructuradas y mensajes claros sin ambigüedades son factores protectores efectivos que debemos fortalecer".

Hay primeros lugares que jamás querríamos tener, pero lamentablemente las cifras sobre consumo de drogas en niños y adolescentes chilenos me enrostran otra cosa. Y digo “me enrostran” porque es un tema del que todos debemos hacernos cargo.

Durante años hemos estado perdiendo a nuestros niños y adolescentes en manos de sustancias como la marihuana, cocaína, pasta base y tranquilizantes sin receta, y cada vez más en el uso de las llamadas drogas químicas. Las cifras son elocuentes. Según datos de la CICAD OEA, nuestros escolares son los primeros de América en consumo de estas drogas desde hace varios años.

Pero, además, las estadísticas nacionales publicadas por SENDA indican que el uso de estas mismas drogas es mayor en los estudiantes entre 8° básico y 4° medio que en el resto de la población del país. Los escolares consumen más que el promedio de los adultos y la edad de inicio es alrededor de los 14 años. Este problema venía al alza desde las primeras encuestas en 1994, pero en la última década esta tendencia tuvo un brusco aumento.

¿Qué nos pasó? Debates de legalización, mensajes ambiguos sobre los daños, asociación con logros, fantasías y sensaciones inmediatas, líderes de opinión, canciones y teleseries que incorporan el consumo… Todos estos mensajes dirigidos a los adultos han impactado en la percepción de riesgo entre los adolescentes. A esto se suma el acceso cada vez más fácil a las sustancias psicoactivas debido a un narcotráfico que ve en los chilenos un mercado atractivo y en los adolescentes un grupo vulnerable. Simplemente se ha normalizado el consumo, y las autoridades durante años no han sabido reconocer la gravedad del problema.

Pero tenemos una ventana de oportunidad: debido a la pandemia, la última medición mostró una cierta disminución en el consumo de drogas entre los escolares y un aumento en la percepción de riesgo, al igual que ocurrió en otras partes del mundo. En el contexto de “encierro”, las razones parecen evidentes: difícil acceso a las drogas, menos fiestas, mayor cercanía familiar y menos exposición a mensajes ambiguos.

No sabremos hasta la próxima encuesta si el menor consumo se mantendrá después de la crisis sanitaria o si volveremos a las cifras previas a la pandemia. Pero está claro que un mayor contacto con padres y personas significativas que retomen su papel de influencia, actividades recreativas estructuradas y mensajes claros sin ambigüedades son factores protectores efectivos que debemos fortalecer. Además, es crucial iniciar el trabajo de prevención en las primeras etapas escolares, priorizando la educación socioemocional. Todo esto, en conjunto, hará que los adolescentes estén mejor preparados para enfrentar un problema que es más complejo y de mucho más largo aliento de resolver: impedir el acceso a las drogas y la disminución de la oferta.

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