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"Permitirse sentir pena, reconocer la tristeza, abrazar con cariño la realidad, puede ayudarnos más que exigirnos esa perfección. La depresión, decía la psiquiatra Lola Hoffmann, es un llamado de que algo no está bien y que hay que parar en el camino".

Hace ya varias semanas, el mundo se conmovía con las palabras de Alejandro Sanz. El cantautor español exponía a través de sus redes, palabras sentidas sobre su situación emocional. Como canta y escribe bonito, lo hizo con poesía de canción. Reconoció estar triste, cansado: “por si alguien más cree que hay que ser siempre una brisa de mar o un fuego artificial en una noche de verano”, dijo.

Le llovieron los mensajes de apoyo. Abrazos enviados por las redes sociales desde distintas partes del mundo. Incondicionalidad de los fans, y un poco más.

No es fácil estar triste en estos tiempos. Aun cuando la salud mental va tomando caminos adecuados y derribando prejuicios, las redes hacen lo suyo con los discursos que obligan insistentemente a ser felices. Es como si la temida sección de autoayuda de las librerías haya derramado todo su contenido, sin ningún filtro, en internet. Si bien, esto puede significar un acercamiento de la psicología a las personas, es un riesgo en casos donde quien entrega el mensaje insiste en sostener que debemos mantener un estado constante de tranquilidad y paz.

La taza que está justo al lado del pc donde escribo esta columna, tiene el logo más ridículo del mundo. La elegí por el tamaño, sin darme cuenta de su dañino mensaje: “hoy es el día perfecto para ser feliz”. ¿Qué es eso? ¿Una especie de mantra que debo repetir todas las mañanas? Porque veamos, hasta ahora, mi día no ha tenido nada de perfecto y no tengo ningún interés en que lo sea. Seguro también les pasa.

De este tipo de mensajes, las redes están repletas: satisfacción, bienestar emocional, prosperidad, el físico perfecto para tener a la pareja deseada, el trabajo soñado, etc., etc., etc… ser felices a cualquier costo. Incluso, ignorando lo que verdaderamente sentimos.

Poder escuchar y dejar que las emociones fluyan es tremendamente relevante. Roberto Colom, catedrático en Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid, dice en su libro “Psicología para no volverse loco”, que no hay personas felices e infelices, más bien “individuos que pueden experimentar sensaciones que serían calificadas, de modo subjetivo, es decir, de manera personal y posiblemente intransferible, de felicidad”. También es bueno recordar, y lo menciona en su libro, que no todos somos iguales. Hay personas más positivas, que se alegran con mínimos momentos de satisfacción. La felicidad, depende de uno mismo, pero también, de la suerte, señala.

Exigirse ser un ser de luz y feliz, es peligroso. Un riesgo del que hay que escapar. Porque además, es un acto de soberbia terrible. Todos tenemos marcas que han definido el camino y la personalidad de cada cual. El cuerpo, la mente, se expresan a partir de esas emociones por distintos caminos, a los que se debe estar atento. Pero salir de la tristeza que puede en realidad ser una depresión, no depende de cuántas veces al día me repita que quiero ser feliz o de “decretar”. Es mucho más complejo, porque hay múltiples factores asociados. Y por ello la salud mental debe ser tomada en serio.

Permitirse sentir pena, reconocer la tristeza, abrazar con cariño la realidad, puede ayudarnos más que exigirnos esa perfección. La depresión, decía la psiquiatra Lola Hoffmann, es un llamado de que algo no está bien y que hay que parar en el camino.

No tiene nada de malo sentir tristeza. Y el abrazo puede estar a la vuelta de la esquina.
Por eso es lindo lo que hizo Alejandro Sanz.

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