A propósito de la conmemoración de los 50 años del golpe militar ha reaparecido la discusión sobre la figura del dictador. Ya parece haber un consenso en la sociedad chilena de las graves violaciones a los Derechos Humanos cometidas durante este régimen y que sigue estando pendiente un esfuerzo mayor de encontrar los antecedentes e informaciones que permitan dar con el destino de detenidos desaparecidos y hacer justicia con las víctimas. La información existe y se deben crear las condiciones para encontrarla.

Pero el debate se ha concentrado en la figura del dictador. Para uno de los redactores del futuro texto constitucional en curso se trató de un estadista y que por tal condición su figura debe serle reconocida. Para otros, se trata de una figura que sentó las bases de un modelo económico que transformó positivamente a Chile. Y para otros, su figura se justifica dado el juicio crítico del gobierno del presidente Salvador Allende y la Unidad Popular.

Ya sea por la vía de resaltar la figura del dictador o la obra de la dictadura, o de justificarla en el juicio del gobierno de la Unidad Popular, se esconde un menosprecio a la democracia como sistema político y una defensa a la idea que con autoritarismo y represión se enfrentan los problemas sociales.

Detrás está la idea que, para restaurar el orden, para asegurar una sana convivencia, para permitir el despliegue de los negocios sin trabas, para evitar los conflictos sociales, para impedir que los temas medioambientales, las agendas libertarias y de género, los temas laborales y sindicales, de sostenibilidad, de respetos culturales, se transformen en obstáculos para el crecimiento y el despliegue de las fuerzas del mercado, se requiere de mano dura.

Así se pueden justificar las atrocidades si su objetivo es el desarrollo del país. Lo mismo sintió Stalin con la industrialización de la Unión Soviética.

Es la idea de aquellos que con ocasión de los 50 años del golpe militar pretenden establecer la idea de un dictador bueno y un dictador malo. Bueno por cuanto sentó las bases del desarrollo del país y malo pues cometió las atrocidades que ya nadie niega. Es una forma sofisticada de justificarlas. Respecto de las bondades de la dictadura en materia económica y social, hay abundante literatura y datos que desmienten estas afirmaciones. Por el contrario, en la comparación con gobiernos democráticos, no hay balance positivo para aquella.

Pero persiste en los nostálgicos la idea de construir la imagen del dictador bueno y el dictador malo. El dictador de día y el dictador de noche. El de día preocupado del país y su bienestar. El de noche ordenando la eliminación de chilenos y chilenas. El de día, modernizando las FFAA. El de noche, robándose fondos públicos y depositándolos en bancos extranjeros bajo el seudónimo de Daniel López.

¿Será posible creer en esta distinción tan artificiosa creada por sus todavía adherentes? Parece demasiado alambicada. Parece demasiado de ciencia ficción.

No se trata de gemelos. Se trata del mismo personaje. Del estadista sanguinario. No existe uno sin el otro. No es posible uno sin el otro. Aunque pudiera parecer extraño, se trata de la misma persona. La de día y la de noche. Quizás el balance más nítido de su obra se expresa en que no existe calle o avenida alguna en el país que lleve su nombre.

Por el contrario, la figura de la que nos salvó, según señalan sus nostálgicos, es reconocida en el mundo entero. En todos los países, en todas las comunas de Chile, existe una calle, una avenida, un centro cultural, un monumento, un lugar para Salvador Allende.

Es la paradoja que desacredita esta construcción de los nostálgicos. La idea del dictador bueno y el dictador malo. La idea del estadista y el sanguinario. La asimilación de Augusto Pinochet y Daniel López. Es el mismo, aunque no lo quieran reconocer.

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