Las acciones y manifiestos del grupo ambientalista “Just Stop Oil” no son nuevas. Cada cierto tiempo algún indignado defensor de causas ecológicas se autopercibe con el derecho de verter su furia sobre símbolos, patrimonios u obras de arte, con el fin de llamar la atención sobre gobiernos o grupos económicos que abusarían del planeta.

No hay duda acerca de los constantes desmanes y excesos en espacios naturales que pertenecen a todos, pero el acto de bañar “Los girasoles” de Van Gogh con sopa de tomate, lanzar puré de papas a “Los almiares” de Monet, un pastel de chocolate a una estatua del Madame Tussauds o un tarro de salsa a “La Joven de la Perla” de Johannes Vermeer, con el propósito de suspender la entrega de nuevas licencias de petróleo y gas, comparado con los millones que se gastan en la protección del arte por sobre la protección del planeta y sus habitantes más desposeídos, es no entender nada acerca del verdadero cuidado ambiental, la pobreza, la cultura cívica, las artes y los valores que pertenecen a toda la humanidad.

Pasa el tiempo y se van sumando ataques en museos y galerías artísticas de todo el mundo bajo la firma de esta agrupación, que dicho sea de paso, es financiada por un fondo de Aileen Getty, la nieta del otrora multimillonario y magnate del petróleo Paul Getty.

En este contexto de rabia reiterada cabe preguntarse si estos activistas se detendrán y cuando lo harían. La respuesta en realidad no depende tanto de estos agitadores, sino más bien de la amplificación de sus actos. De nada sirve a los propósitos de estos grupos no tener la resonancia en medios de comunicación que hasta ahora han tenido. Resulta paradójico, caer en cuenta, que dichos medios con el legítimo derecho de informar, formen parte también de la ecuación en la mente de los propios atacantes. Lo que es seguro, porque una y otra vez ha ocurrido el fenómeno, es que por recurrencia, estas acciones perderán fuelle comunicacional, se volverán repetitivas y, por tanto, cada vez más dejarán de llamar la atención. Desgraciadamente, en el intertanto, es posible que estas obras de arte se llenen de cristales blindados y se alejen cada vez más de la vista del público que simplemente quiere sorprenderse con la grandeza del talento humano, con artistas que no tienen nada que ver con el daño al planeta o la pobreza en el mundo.

Considerar que es más relevante la vida que el arte o la humanidad que un cuadro, es un artilugio, sin reflexión, pues el verdadero arte inspira a la vida y los cuadros de excepción han engrandecido el carácter humano a lo largo de toda la historia.

El olvido de los desposeídos y el ataque de los patrimonios culturales, ambos, son formas de violencia inaceptable. Las protestas deben tener su lugar y el desarrollo del arte el suyo propio, mezclar ese binomio es solo provocar ruido, capturar unos minutos de atención, horrorizarse entre gritos, apresar a algunos activistas por una tarde y limpiar un cristal que resguarda varios millones de dólares, con seguridad, dinero especulativo y exagerado, pero que tampoco serviría para detener una refinería, subsanar el hambre o la pobreza del mundo.

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