Las últimas décadas, la atención sanitaria a nivel mundial ha volcado sus esfuerzos en el tratamiento de las enfermedades y al uso de la tecnología. Sin duda, estos esfuerzos han brindado grandes frutos, mejorando distintos indicadores de morbilidad y mortalidad de la población, fomentando la sobrevida de las personas y el manejo de las enfermedades que antiguamente eran mortales o que provocaban grandes discapacidades.

Sin embargo, la mirada hacia la persona como centro en la salud se ha ido sectorizando en especialidades por las enfermedades que padecen, dejando de lado la mirada integral del ser humano, en donde no solo el dolor físico lo aqueja, sino también el psicológico y espiritual.

Es un desafío para el sistema de salud, para las instituciones, los profesionales y los técnicos sanitarios, convertir a los enfermos en lo que nunca dejaron de ser: personas. Porque eso es humanizar, mirar al ser humano reconociendo el derecho a su dignidad en todas sus áreas de vida y desarrollo, acompañándolo en la vulnerabilidad de la enfermedad, siendo respetuosos, esperanzadores, optimistas y tiernos en nuestras intervenciones.

Para esta labor existen muchas iniciativas que en las últimas décadas han empezado a evidenciar científicamente sus beneficios. Una de ellas es el humor como herramienta de humanización.

El humor es una actitud interna que permite ver el lado amable y positivo de las cosas, que afortunadamente tiene la capacidad de irradiarse por sí solo, es contagioso y motivador. El humor no se trata de ser gracioso o de hacer reír, sino más bien, es la capacidad de fomentar la alegría, la esperanza, el optimismo y la ternura.

La evidencia científica demuestra que tiene diversos beneficios para el paciente, para la familia y los profesionales sanitarios, creando un clima próspero de trabajo que además impulsa la recuperación de las enfermedades y brinda una mirada integral hacia la persona.

Cuando nos enfermamos, necesitamos de personas que nos acompañen, cuiden y protejan, y que estas sean sensibles al dolor, que miren al enfermo en todas sus dimensiones, que tengan a la dignidad humana como núcleo de su quehacer y estén dispuestas a entregar alegría, esperanza y optimismo a los pacientes.

Beatriz Arteaga, directora Escuela Técnico de Nivel Superior en Enfermería Universidad de Las Américas.

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