La conmemoración del día internacional de la mujer el 8 de marzo evoca la muerte ocurrida a más de un centenar de mujeres obreras de una fábrica textil de nueva York.

Con ello, se busca evidenciar las precarias condiciones laborales, de abuso y de inseguridad en las cuales ellas habían laborado, y la importancia de alzar las voces para lograr cambios significativos.

Desde ese momento histórico, diversos países han incorporado normas que buscan garantizar derechos en el entorno del trabajo y promover mejores condiciones de salud y bienestar de las trabajadoras, y de esta forma contribuir con el propósito de establecer un mundo más justo y respetuoso.

Sin embargo, hay muchos vacíos en esas relaciones obrero-patronales en el mundo productivo y social que se requieren aún ajustar. Sabemos que muchas mujeres, hombres y niños laboran bajo sistemas de explotación y vulnerabilidad personal y familiar.

Por ello, aún después de pasar 20 años de este nuevo siglo, los movimientos de mujeres continúan siendo espacios significativos de denuncia y de reivindicación de los problemas relacionales que aún persisten.

Un mundo que avanza en tecnología, pero que mantiene tensiones y brechas de clase, raza, etnia, religión y género. Un mundo globalizado en su economía, comunicaciones e interacciones, que si bien cuenta con las herramientas para conciliar, negociar y cooperar, paralelamente, muestra las antítesis de un entorno más convulsionado, con diversas crisis emergentes y choques de ideas y mensajes de odio.

Esto se concreta en hechos como los desplazamientos humanos en Siria, Venezuela y países de África, por las abismantes desigualdades sociales o por el riesgo para la propia vida que allí se viven; la presencia de una pandemia que no solo nos ha mostrado la fragilidad del ser humano, sino que ha hecho visibles las desigualdades sociales en todo el orbe y el cómo ello impacta para hacer frente a los efectos del covid-19; la actual invasión desplegada por Rusia a Ucrania, con posibilidad de extender su manto de horror y muerte a todo el planeta; y también están las diversas catástrofes medioambientales, reflejo de un uso desproporcionado de los recursos, de asentamientos irregulares, con su consecuente impacto negativo, que pese a las alertas sobre su cronificación, parece habernos acostumbrado a verlo como una noticia más.

Todo lo anterior nos da cuenta de un escenario volátil, convulso en el que el individualismo y la falta de empatía se filtran en las decisiones individuales y colectivas, vulnerando los derechos humanos de muchos.

Aunado a ello, existen escenarios domésticos, íntimos, que siguen impregnados de situaciones de violencia cotidiana, sucesos que se despliegan como series de la televisión: continuos casos de violaciones, maltrato, cosificación del cuerpo de mujeres y niñas, trata de personas, crímenes de guerra, invisibilización de las brechas de género y, dentro de ellas, la naturalización del trabajo del cuidado al rol femenino.

En ese escenario hemos sido testigos de escenas terribles, como la violación múltiple efectuada a una joven en Argentina, situación minimizada por un fallo judicial que tipifica el delito como abuso sexual, que reflota en la memoria el delito efectuado por la manada en la fiesta de San Fermín.

También el número de femicidios efectuados años tras años por raptos de celos y controles absurdos, sin contar, con el número de femicidios frustrados, de suicidios de mujeres sometidas, encerradas y sin redes de apoyo; y otras que son víctimas de violencia de género que se invisiblizan, permaneciendo muchas veces en la impunidad.

Sabemos que muchas mujeres (niñas, jóvenes y adultas) deben convivir con sus agresores, en entornos de constante peligro de abuso, violencia sexual, y muerte. Es decir, que aún después de tantos años muchas mujeres poco saben de igualdad, de derechos, de cuidados y sororidad.

Es por eso, que la muerte de esas mujeres trabajadoras de Nueva York y su reclamo se hacen vigente hoy más que nunca, ya que, a pesar de los años de lucha feminista, queda aún mucho que hacer para alcanzar espacios en que la igualdad de los géneros sea un modo natural de vida, sin que sea necesario que las mujeres pierdan su vida bajo lógicas de acción patriarcal o tengan que exigir sus derechos de múltiples formas para ser escuchadas y validadas.

Este día 8 de marzo, las mujeres seguimos de luto y en denuncia, pues nos encontramos en medio de la pandemia, bajo hechos de femicidios y genocidios. Una situación que no nos permite ser indiferentes ante la realidad que se nos presenta, en donde el dolor nos duele, la miseria de muchas nos alcanza y el horror de la guerra y las injusticias se nos hace intolerable.

Las mujeres portamos historias y experiencias con aportes efectivos en los diversos espacios, sin embargo, aun seguimos subrepresentadas en la política, en la ciencia, en la economía, etc., con brechas estructurales que deben erradicarse y que impiden soterradamente el avance femenino. El imperativo es hacerse visibles en los diversos espacios, construyendo nuevos lenguajes equitativos y ecuánimes.

Los avances alcanzados han sido obtenidos gracias al esfuerzo persistente de mujeres que no han claudicado, que no se han rendido, no han renunciado, incluso ante la fuerza de los acontecimientos.

La desconsideración e invisiblización les ha provocado malestar e incomodidad, y por ello, han optado por no callar, no guardar más un silencio recomendado, aquel que históricamente se les aconsejaba para mostrarse prudentes, calmadas y sumisas.

Ellas se han manifestado de diversas maneras, algunas más radicales, en las universidades, en las organizaciones sociales, en movimientos sociales y en las calles. Lo que han obtenido no es un regalo, ha sido un producto de un trabajo articulado, luego de siglos de represión, frenos y violencia patriarcal y machista.

Al respecto, si bien en Chile hemos exigido y obtenido la paridad, cuestión que se evidencia en la elección de presidentas, ministras, alcaldesas, jueces, convencionales constituyentes, subsecretarias, aún queda un tremendo camino por recorrer, aún persiste la discriminación, la violencia de género y la inequidad en todos los ámbitos de la vida de las mujeres.

Por tanto, surge el imperativo moral y ético que demanda levantar las voces y reclamar por la paz en el mundo. De usar la razón y la emoción para construir nuevas formas de relacionamiento, de ser masculino- femenino – diverso – que no implique el dominio, la explotación y el yugo de otros. Una tarea que compromete la acción conjunta de hombres y mujeres, para generar nuevas formas de identidad y crianza, es decir, reinventarse, a partir del reconocimiento de las intersubjetividades y fortalezas.

Los años de lucha nos han fortalecido y por ello, persiste la voluntad de ser un solo cuerpo que busca que la preservación de la vida, en todas sus múltiples expresiones sea el centro de las lógicas discursivas y activas de los movimientos feministas y de otros grupos sociales.

Una nueva racionalidad para percibir, analizar, y actuar. Ya que hemos aprendido que la acción colectiva, sorora, que construye y no divide, que cuida y no depreda, que respeta la diversidad y no tiene afán de dominio -sin pretensiones de expansión de poder, territorio, riqueza, y control- es lo que permitirá a hombres y mujeres vivir en un mundo en que los derechos de todas y todos sean respetados y sean garantizados.

Por estas y otras razones estamos alertas, en vigilia y a disposición, porque preservar la vida es el punto focal de nuestro accionar para garantizar la supervivencia.

Finalmente, este 8M se conmemora en contexto de invasión y guerra. Es necesario recordar que las mujeres somos constructoras de paz.

Tal ha sido el reconocimiento con el Premio Nobel de la Paz a la checa Bertha Von Suttner (1905), la norteamericana Jane Addams (1935), la norteamericana Emily Greene Balch (1946), las irlandesa Betty Williams (1976) y Mairead Maguire (1977); de Macedonia la Madre Teresa de Calcuta (1979); la sueca Alva Myrdal (1982); de Birmania, Aung San Suu Kyi (1991); la guatemalteca Rigoberta Menchú (1992); la norteamericana Jody Williams (1997); la Iraní Shirin Ebadi (2003); la africana Wangari Maathai (2004); de Liberia Ellen Johnson-Sirleaf, (2011) y Leymah Gbowee (2011) y de Yemen Tawakkul Karman (2011), y la pakistaní Malala Yousafzai (2014)) de Irak Nadia Murak Basee (2018).

En estos momentos críticos de la humanidad debemos incidir en las agendas públicas y en el bloqueo del avance de formas tiránicas de gestión y gobierno, como se ha mencionado, a través de nuevas racionalidades que permita generar otros tratos interpersonales y sociales, recuperando el ejercicio de la diplomacia desde un enfoque de género y de justicia, en donde las semánticas que prevalezcan sean los lenguajes de la paz, por sobre los de la guerra y la opresión de otros.

Queremos decir con esto que es imprescindible la presencia de las mujeres en la política exterior para que prime el diálogo y se resuelvan las problemáticas internacionales dejando de lado la violencia. Porque aquello que ocurre en el mundo privado, de imponerse a la fuerza y utilizar la violencia como única forma de la resolución de conflicto, se reproduce en la esfera pública con los armamentos de destrucción masiva y con afanes imperialistas. Así, la presencia de la mujer y las lógicas feministas en la política y en lo público, se torna un tema de vida o muerte para una generación que está sobreviviendo a una pandemia y que ahora necesita superar un conflicto bélico, que si escala a mayores puede generar una catástrofe mundial.

Dra. Sonia Brito Rodríguez, Universidad Autónoma de Chile; Dra.©. Andrea Comelin Fornés, Universidad de Tarapacá; Mg. Margarita Posada Lecompte, Universidad Católica Silva Henríquez; y Dra.©. Lorena Basualto Porra, Universidad Católica Silva Henríquez.

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