La controversia desatada por la exposición artística “Una vida”, de Arturo Duclos, en el centro Lo Matta Cultural de Vitacura reveló que un sector de la sociedad chilena no ha salido de la fase de negación del estallido social.

Para ellos, el adjetivo “octubrista” no solo es una categoría para referirse a quienes entonces validaron la violencia colectiva sino un adjetivo que descalifica moralmente y explica todo lo que sucedió en octubre de 2019 y aún hoy.

Por supuesto, esta simplificación grafica el debate político actual y evidencia una pretensión de reescribir la historia. La ultraderecha, acá y en otros lados, ve más trincheras en museos que en cuarteles e iglesias.

Lo que más me llamó la atención de la exposición fue el breve video que se exhibe en un pequeño espacio oscuro y de espaldas al resto de la muestra ambientado con piedras en el suelo y que recoge imágenes difuminadas tomadas desde cámaras que captan las protestas desde arriba y tienen un sonido inaudible. Estas cámaras enfocan y desenfocan, se mueven hacia un lado y otro como buscando a alguien o algo.

Sin embargo, no es posible ver los rostros o gestos de los manifestantes, solo un par de banderas que se agitan durante las protestas, logrando representar el estado emocional de la multitud, del mismo modo que el sonido ambiente de los gritos callejeros de “Libertad, libertad” en las calles de La Habana, recogidos por Tania Bruguera en su exposición “Magnitud 11.9”, exhibida a finales de 2023 en el Museo de la Solidaridad Salvador Allende captaron el estado anímico de las protestas cubanas.

En el vídeo de Duclos no hay rostros, consignas, cánticos, gestos visibles ni barricadas, precisamente porque lo que mejor define estas explosiones iracundas contemporáneas –que por la misma época también ocurrieron en Irán, Francia, Colombia, Ecuador y una decena de países–, es su erupción imprevista e inorgánica y sobre todo, su escenificación episódica de una multitud cuyo pegamento es tan disímil como sus biografías y reclamos.

Es decir, nada más alejado que el pueblo en armas a punto de tomarse La Moneda, que unos y otros han imaginado. Por el contrario, el estallido fue la movilización de una multitud eruptiva e inorgánica que reclamó cambios sociales en la que concurrió una turbamulta responsable de violencia, pillaje y destrucción. Quienes solo ven una cara de la Hidra piensan con el deseo.

Por eso, esta exposición es una invitación a salir del lenguaje criminalizante o épico y preguntarse: ¿Cómo hacerse cargo de lo que pasó? Y el arte, que no tiene por qué ser pedagógico, patriótico, apolítico y mucho menos moralizante, puede incomodar. Y si en este caso lo ha conseguido es porque quienes siguen negando lo que pasó y anunciaron qué harían si de ellos dependiera decidir qué se exhibe y qué no, se han sentido aludidos. Y está bien que así sea.

Ahora bien, que la referida exposición de la artista cubana sobre las protestas sociales en la isla haya suscitado entonces una reacción similar entre los de la vereda de enfrente, solo confirma que los extremos se parecen.

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