En los años 80 la juventud de Chile coreaba a Los Prisioneros, quienes a mitad de la década lanzaban su disco “La voz de los ‘80” y la canción “No necesitamos banderas”, y que años después sería reeditada a partir de un registro en vivo de 1992. Por esa época, un héroe deportivo nacional popularizaba la frase “no estoy ni ahí”, a partir de la que se cimentó cierta imagen de apatía radicada en la juventud de esa década. Tres décadas después, constatamos cambios en la sociedad chilena que vienen de la mano de los hijos de quienes estaban terminando su adolescencia entre los 80 y los 90. Es así como vemos que las prioridades e intereses de la población están cambiando como parte de un fenómeno que mezcla tendencias globales y razones locales. Tanto la participación como los resultados de las últimas elecciones presidenciales son la prueba de que las nuevas generaciones traen consigo otra agenda, muy diferente a la que estábamos acostumbrados a escuchar hasta hace pocas décadas.
Las banderas que hoy convocan y movilizan son múltiples: el feminismo y la igualdad de género, la diversidad en todas sus formas, las libertades personales, el respeto a los derechos humanos y por supuesto, la crisis climática que se vive en todo el mundo. Sobre este último punto, un estudio global financiado por la plataforma Avaaz y dirigido por la Universidad de Bath en 10 países, dejó clara la angustia y desconfianza en el futuro que trae el calentamiento global entre quienes hoy tienen entre 16 y 25 años. El 75% de ellos opina que el futuro es aterrador, y un 56% considera que la humanidad “ya está condenada”. Casi el 60% dijo sentirse preocupado o extremadamente preocupado por el cambio climático y cuatro de cada diez jóvenes, es decir, un 39% duda sobre si tener hijos por este mismo fenómeno. En base a ese último dato podríamos teorizar sobre cuánto pesará la variable “cambio climático” en decisiones más “triviales” como qué consumir, dónde educarse, o por quién votar, sabiendo que hoy son unas de las decisiones más importantes para un ser humano.
A nivel local, el sentimiento es similar. Un informe realizado por el Programa de Estudios Sociales de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso a fines de 2019 reveló que el 78,9% de los jóvenes reconoce al cambio climático como un problema “actual”. De ellos, 61,7% considera “necesario garantizar el crecimiento económico respetando también la protección del medioambiente”, frente a un 37,6% que incluso cree que “la protección del medioambiente debería ser más importante que el crecimiento económico”.
En términos de demanda, una comparativa generacional realizada por el World Economic Forum reveló que para millennials y centennials es clave que las empresas sean conscientes del impacto ambiental que generan y tomen acciones para reducir la huella de carbono.
Con todos estos datos, declaraciones e información, la pregunta que cabe hacerse es si las empresas que forman parte del sector privado de nuestro país son conscientes de esta transformación y si están tomando medidas para adaptarse a esta nueva realidad. La crisis climática es un tema gravitante para las futuras generaciones y por eso, es fundamental que el mundo privado sintonice con estas demandas y que, a través de su desempeño en distintas industrias, sea un actor relevante en la bandera social por la protección y restauración del medio ambiente.
Razones hay varias, y pueden abordarse desde distintos enfoques. En primer lugar, que las empresas tomen medidas para combatir los efectos del cambio climático no debe ser visto como un “favor” o una forma de congraciarse superficialmente con el público. Todos somos habitantes de este planeta, de una u otra manera todos somos parte del problema y las consecuencias negativas del aumento de las temperaturas nos afectan a todos por igual.
Segundo, desde el punto de vista de la población juvenil, al ser también ellos sujetos de consumo y decisores en múltiples ámbitos, la tarea de un proveedor es preguntarse cuáles son esas causas que los mueven y estar en sintonía genuina y sincera con ello, alineando su propuesta de valor hacia esas causas. Si no lo hace, simplemente van a preferir a la marca u organización que sí hace algo al respecto, con el consecuente impacto en ventas y participación de mercado.
La juventud, divino tesoro, es actualmente un motor de cambio que “está ahí”, que eligió sus banderas, y que lucha por un mundo más consciente y preocupado por la sustentabilidad. Desde pequeños muestran una mirada más verde, inclusiva y sustentable. Una empresa que incorpore estos principios dentro de su modelo de negocio y sus operaciones, haga cambios significativos en la protección del medio ambiente y conecte con estas demandas, pueden encontrar en las futuras generaciones grandes aliados para su sobrevivencia y prosperidad. Las que no, muy probablemente correrán la suerte opuesta.