La política comercial vuelve a estar en el foco de la discusión pública. Hay candidatos presidenciales que han propuesto la “revisión de acuerdos comerciales para evaluar su pertinencia”. Por otra parte, la ratificación del TPP-11 por parte del Senado aparece cada día como una posibilidad más lejana, y nadie recuerda que la firma de este tratado se hizo no hace mucho tiempo (8 de marzo de 2018) nada menos que en Santiago de Chile.

Esto no es un fenómeno exclusivo de nuestro país. No es casualidad que en EE.UU. el gobierno de Joe Biden (a la fecha) ha mantenido buena parte de las medidas proteccionistas implementadas en el periodo de Donald Trump. Hace un par de semanas, un reportaje realizado por The Economist, señalaba que las “fundaciones mismas del Sistema de Comercio Multilateral están bajo asalto, desde varias direcciones a la vez”. La revista advierte sobre las complejidades que implica compatibilizar la apertura comercial con objetivos como la protección al medio ambiente y sobre los riesgos de la proliferación de intereses proteccionistas, muchas veces disfrazados como preocupaciones sociales.

Los debates sobre la política comercial no son nuevos en Chile. En 1811, la ordenanza de la Junta de Gobierno que abrió los puertos chilenos al comercio externo, si bien permitía la “libre importación de bienes”, al mismo tiempo contenía una larga lista de artículos cuya importación quedaba prohibida, para proteger a los productores locales de competencia externa. Solo en las últimas décadas, con la firma de tratados con la mayor parte de nuestros principales socios comerciales, el libre comercio pareció asentarse como un elemento de consenso en la política económica nacional.

¿Qué sabemos de los efectos de la liberalización comercial de las últimas décadas en la economía chilena? Desde 1970 al 2019 el comercio internacional pasó de representar un 28% del PIB a un 56%. En este mismo periodo, Chile pasó a tener el mayor PIB per cápita de América Latina. La evidencia microeconómica a nivel de firmas muestra que las empresas que exportan presentan incrementos de productividad y generan externalidades positivas sobre toda su cadena productiva.

Todo proceso de cambio tiene costos. Y, no cabe duda, la liberalización comercial tuvo impactos importantes en múltiples industrias, como el caso de la textil. Por otra parte, si bien se ha producido una importante diversificación de nuestras exportaciones, todavía el cobre y sus derivados representan alrededor de un 50% éstas. Sin embargo, quienes critican la “desindustrialización” de la economía chilena como consecuencia de la apertura comercial, deberían notar que se trata de un fenómeno global y harían bien en revisar la experiencia de algunas industrias emblemáticas, como las armadurías de autos en Arica, para entender que el proceso de industrialización basado en sustitución de importaciones tuvo bastantes sombras. Al mismo tiempo, deberían reconocer que la experiencia de la actividad exportadora en muchas firmas es bastante más compleja que un simple “extractivismo”.

Tanto por fuerzas internas, como por tendencias a nivel global, las discusiones sobre la política comercial estarán presentes en el debate económico de los próximos años. Independiente del resultado de las elecciones, es probable que las reglas multilaterales cambien y que los tratados comerciales deban ser revisados. El potencial de desarrollo de Chile está ligado a su integración con el mundo y su vocación de economía abierta se refleja a lo largo de su historia. Se requiere mirar con cuidado la evidencia para proponer políticas que efectivamente contribuyan al desarrollo del país.

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