Enfrentamos una pandemia que nos sitúa en un escenario complejo no sólo en lo sanitario, sino en variados aspectos de la vida cotidiana que hemos debido modificar. Nuestro modo de vivir en sociedad, de expresar los afectos, de desplazarnos, de interactuar con el trabajo, con la educación, la economía, el esparcimiento y muchos otros factores se han visto seriamente afectados o limitados.

Esta situación podría convertirse en un problema en nuestras existencias si nos quedáramos estancados por el temor o por las restricciones que nos puede ocasionar lo que nos rodea. Sin embargo, también puede ser visto como una oportunidad para desarrollar iniciativas o proyectos que ni siquiera imaginábamos.

La vida es en sí mismo un proceso de constante aprendizaje, y con más tranquilidad para abordarla, o cuando podemos disponer de mayores libertades para distribuir nuestro tiempo, damos lugar a mejores espacios de reflexión y creatividad. Y eso podemos aprovecharlo de múltiples maneras, particularmente quienes nos vinculamos con el mundo de la Educación. Sabemos que en el trayecto educativo se viven estas realidades de diferentes maneras, según sea el nivel Parvulario, Básico, Medio, Técnico – Profesional o Educación Superior. Es precisamente este último el que queremos abordar.

Los procesos educativos, que implican la transmisión de valores y saberes, requieren de una constante revisión para que estén al día con las necesidades del individuo, la realidad social y del mundo del trabajo, así como con las demandas futuras. Con mayor razón en circunstancias como las actuales, que necesitan de mucha capacidad de adaptación a lo nuevo, impactándose por cierto al currículum.

Esto implica una postura visionaria y constructiva, tanto para la autoridad académica, como para quienes administran los recursos pedagógicos y tecnológicos como asimismo para los propios docentes y estudiantes, quienes son actores esenciales del proceso.

Cada uno de nosotros podrá evocar cómo era – hace muy poco tiempo – nuestra cotidianeidad en un aspecto esencial del proceso educativo, cual es el contacto en el aula. ¿Lo estábamos viviendo intensamente? ¿Cómo eran nuestras clases, la fluidez de la enseñanza-aprendizaje, las rutinas, la interactividad, la convivencia, el conocimiento mutuo con esos seres que nos rodeaban?

Si hacemos ese ejercicio, podremos encontrar aspectos que probablemente antes no nos habíamos detenido a observar. A modo de ejemplo, la práctica de una auténtica formación inspirada a diario en los aspectos humanos y éticos que ello implica. Cuánto necesitamos que este enfoque sea transversal, de modo que acompañe a todos los conocimientos disciplinares que deben impartirse, configurando así “un todo” que garantice obtener aquello que por siglos hemos señalado como una buena educación.

Verifiquemos cómo estamos confiriendo a los verdaderos profesionales y líderes del mañana las herramientas que les posibilitarán alcanzar el éxito al que se aspira, porque a ellos les corresponderá adoptar decisiones transcendentales ante sus pacientes, clientes, colaboradores o seguidores, en un contexto de exigencias que no admite tibiezas o vacilaciones de parte de quienes lideran.

Vivimos tiempos en los que debemos lamentar en muchas ocasiones la ausencia o la relativización de los Valores, lo que influye en que el aludido proceso puede resultar difícil. Es por eso que para formar personas íntegras más que nunca debiéramos ir al rescate de conceptos tan relevantes como el respeto mutuo, en que la dignidad de la persona es un elemento primordial para entendernos; o como la tolerancia, que cuando advirtamos que debe operar en todas las direcciones, nos permitirá lograr una coexistencia sana y esperanzadora, en medio de la cual el método violento, el abuso y la injusticia queden excluidos de la convivencia social.

Reforcemos, entonces, un compromiso ético de ser más personas, asociado siempre a la existencia de un “Plan de vida” que debe iluminar nuestras acciones y al que no podemos renunciar por complejas que sean las circunstancias de una crisis.

Así, educadores y educandos vamos tras la restauración del valor de la libertad, del autocuidado, de la valoración del prójimo, o de cosas tan cotidianas como el uso del lenguaje, herramienta vital para la comunicación e interacción humana, y que muchas veces se degrada en el tráfago de las redes sociales. Podemos hacerlo ahora, en esta realidad virtual que nos apremia, orientándonos de forma gradual a esa anhelada “normalidad” que cada uno a su manera vislumbra.

El verdadero proceso formativo alcanza sus resultados no sólo por la vía formal, en instituciones educativas como la escuela o la universidad, sino con el aporte imprescindible del seno del hogar, en las experiencias de lo cotidiano, e incluso en el aprendizaje autodidacta. Apreciemos, pues, cada momento de ejercicio del libre albedrío, de relaciones interpersonales auténticas, así como de aquellas cosas sencillas que añoramos.
Busquemos en todos nuestros procesos, formas novedosas de abordar las incertidumbres, reforzando aquellos Valores que parecían haberse ido perdiendo en el tiempo, y así como muchos “reinventan” sus negocios, tal vez podríamos ver cómo reinventarnos desde nuestro interior y frente a la vida, planteándonos con optimismo “qué nuevo saldrá de todo esto” y cuán preparados estaremos.

Claudio Ruff Escobar, Rector Universidad Bernardo O’Higgins
Licenciado en Ciencias de la Administración, Ingeniero Comercial con mención en Administración, Máster en Finanzas y Doctor en Ciencias de la Ingeniería.

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