Por Manuel Acuña Asenjo

Miembro del Comitè de Defensa de los Derechos Humanos y Sindicales CODEHS (creado por Clotario Blest) y de la Corporaciòn Integraciòn y Futuro

Nociones Generales

Dentro del modo de producción capitalista, los regímenes democráticos son la forma de gobierno que adoptan las formaciones sociales para administrar un país. Al contrario de lo que más de alguien podría pensar, tales regímenes no son estructuras neutras sino una expresión de clase. Deben mantenerse en el tiempo, cumplir su programa de acción y, en lo posible, proyectarse más allá del mismo, de acuerdo a los lineamientos reglamentarios vigentes, labor que no siempre les es posible realizar. Las contradicciones de intereses de las distintas fracciones de clase que componen el Bloque en el Poder conspiran en contra del buen funcionamiento de cada uno de esos regímenes; tampoco están a salvo de otros avatares pues, muchas veces, pueden salirles al paso innumerables imprevistos. Y malograr por completo su gestión. El gobierno de Sebastián Piñera tampoco podría estar ajeno a ello: dos hechos imprevistos han conspirado para impedir el cumplimiento de su programa de gobierno; a saber, el estallido social de 18 de octubre de 2019 y la crisis del corona virus.

Un gobierno, no obstante, es una estructura social que no adolece de vocación suicida sino, muy por el contrario, tiene por misión la de perpetuarse, permanecer en el tiempo, perseverar en lo que es, tarea que le exige, por lo mismo, la permanente construcción de una estrategia que lo mantenga vigente. En el caso del gobierno de Sebastián Piñera, esa tarea va a depender de la manera cómo pueda enfrentar los dos grandes obstáculos que ha encontrado en el camino. En palabras más directas: si empleando un acontecimiento nefasto contra otro igualmente nefasto le es posible revertir, aunque sea en parte, su deteriorada imagen y sacar fuerzas de la flaqueza en la cual se encuentra inmerso.

Los hechos previos

Piñera fue electo en diciembre de 2017 con una altísima votación y con el apoyo de una coalición integrada por los partidos Unión Demócrata Independiente UDI, Renovación Nacional RN, Evolución Política EVOPOLI y Partido Regionalista Independiente PRI. Esa coalición, denominada ‘Chile Vamos’ fue la alianza que lo instaló en el gobierno para llevar adelante un programa de gobierno que contemplase la defensa del interés de la banca, las compañías de seguro, importadores y exportadores, centros comerciales, empresas de turismo, en fin, a través de la conformación de un Bloque en el Poder hegemonizado por el capital bancario en estrecha alianza con el capital comercial. En palabras más directas: para que realizase de la mejor forma posible el modelo económico instaurado por la dictadura.

Los vientos internacionales no han soplado, sin embargo, a favor de esa alianza; más exactamente, a favor de, la opción política de defensa irrestricta del modelo de economía social de mercado. Por el contrario, éste parece agonizar día a día. Así, bajo la dirección de Piñera, Chile ha navegado, esta vez, en contra del curso de la corriente internacional. Pero, es más. El modelo de economía social de mercado mismo parece estar agotado. Si aceptamos las tesis de Kondratiev, su ciclo pareciera estar cumplido, por lo que solamente le restaría intentar llegar felizmente a término. No por otro motivo las protestas se han desencadenado en todo el planeta. Chile no ha sido una excepción.

Un gobierno inteligente, frente a una crisis como la que enfrentó Piñera a partir del 18 de octubre de 2019, llama a dialogar a los actores políticos opositores, Pero cuando dichos actores se encuentran más desprestigiados que el propio presidente, lo hace con los actores sociales. Pero esa solución se puede sugerir solamente a un presidente que está en sus cabales. Y como Piñera no lo está, simplemente hizo caso omiso de aquello y, para completar su torpeza, realizó la única barbaridad que jamás debió realizar (Existen indicios en torno a suponer que esta decisión fue sostenida por uno de sus asesores del llamado ‘segundo piso’ de La Moneda; más exactamente, de un pinochetista consumado que es Cristián Larroulet, partidario acérrimo de aplicar la mano dura): declarar la guerra al conjunto social Su gobierno, naturalmente, se derrumbó.

Un imprevisto factor previsto

En diciembre de 2019, en la localidad de Wuhan (China), se liberó un peligroso virus de la serie de los ‘Corona’, llamado Covid 19, desencadenándose una pandemia, que se extendió a lo largo y ancho del planeta.

Para los chilenos, la pandemia parecía estar lejos en esa fecha. Enero y Febrero son época de vacaciones, por lo que fueron meses de descanso para el régimen de Piñera que vió disminuir la intensidad de las protestas como fruto de la época estival. Es verdad que, durante el Festival de Viña, recrudecieron los enfrentamientos entre las fuerzas policiales y los manifestantes, pero el gobierno, aún tremendamente debilitado, tenía la esperanza de poner pronto término al conflicto.

El drama se desencadenó, sin embargo, el 16 de marzo, cuando una persona portadora del llamado ‘Coronavirus Covid 19’, que viajaba en el vuelo LATAM 239, más conocido como ‘el zorrón’, pasó las febles barreras sanitarias y se dirigió a la ciudad de Temuco desatando la tragedia. Chile estaba ya infectado. Y, como era de esperarse, con un gobierno que no gobernaba, con un presidente que no dirigía, con autoridades que no funcionaban, las medidas que debían adoptarse para enfrentar el siniestro jamás se tomaron. Pero como el asunto central, para un dominador, es seguir dominando, aquello no revistió la importancia debida sino, más bien, puso de manifiesto la necesidad de diseñar otra estrategia para enfrentar la nueva contingencia. Pero nada de ello sucede sin una razón.

Avanzando hacia una estrategia

Durante el período en que las protestas alcanzaban su mayor intensidad, la sociedad chilena se había segmentado en numerosos grupos sociales, algo que no era casual en modo alguno. Eran las consecuencias de un modelo de acumulación que se agotaba, y las opiniones se dividían en torno a determinar qué hacer frente a esa circunstancia. Los partidos ya no eran las estructuras monolíticas que suponían serlo y las voces disidentes en su interior se hacían oír con fuerza.

Pero durante esos meses, los sectores gubernamentales habían hecho notables avances en cuanto a unir en torno suyo a los sectores más conservadores de la oposición. Nihil obstat (con las debidas licencias). Un sector grande de la Democracia Cristiana junto a un grupo considerable de militantes y dirigentes del partido Por la Democracia, Radical y del PS, temerosos del desenfreno de los sectores populares, habían firmado un acuerdo con el gobierno comprometiéndose a trabajar en conjunto para restaurar el orden social. El espectro político nacional, más preocupado de mantener sus goces y prebendas que de resolver los urgentes problemas de los sectores dominados, cerraba filas en contra de la protesta nacional. Eran ‘los políticos’ en contra del ‘pueblo’. O la élite política contra la comunidad nacional.

Esos acuerdos cobraron enorme vigencia en los meses posteriores pues el gobierno pudo burlar las promesas hechas a los sectores sociales amparándose en la acción del Parlamento y éste pudo culpabilizar a aquel de la lentitud y precariedad en la tramitación de los proyectos comprometidos. Pero, amparándose en el temor de los sectores opositores de verse enfrentados a la ira popular, el gobierno de Piñera pudo hacer aprobar numerosos proyectos de ley que concedían mayores facultades a los institutos armados para reprimir con mayor violencia las justas demandas de los sectores desprotegidos. Y ese trabajo no era posible perderlo. La estrategia de los sectores hegemónicos del Bloque en el Poder se apoyaría en esas conquistas y en la oportuna llegada del Covid 19, para revertir la situación de desmedro en que había quedado el gobierno de Sebastián Piñera tras el estallido social del 18 de octubre de 2019. De hecho, así lo había planteado el empresario pinochetista Orlando Sáenz en la segunda quincena de marzo cuando afirmó:

“[…] en verdad, la irrupción de la terrible pandemia del Covid-19 bien puede significar una verdadera segunda oportunidad para que el gobierno de Sebastián Piñera recupere el liderazgo y el prestigio que ha perdido en el lamentable camino que escogió para enfrentar la asonada subversiva con que trataron de abatirlo. Desde luego, la pandemia puede lograr lo que no habían conseguido los penosos acuerdos políticos cupulares con que el gobierno ha estado comprando precarios apoyos de un parlamento más desprestigiado y fracasado que él mismo” .
(Sáenz, Orlando: “La segunda oportunidad”, ‘El Líbero’, 25 de marzo de 2020.)

Ordenando el naipe

Con prescindencia de los numerosos y graves errores cometidos por la autoridad sanitaria a cargo de resolver los problemas derivados de la llegada de la pandemia, el gobierno de Sebastián Piñera ha comenzado un lento proceso de recuperación de la confianza ciudadana que ponen de manifiesto, a pesar de las múltiples dudas al respecto, las encuestas de mediados y fines de marzo; la CADEM (que dirigen amigos suyos) le otorga un 18%; Criteria, un 15%; Pulso Ciudadano, un 11%, cifra que se acerca más a la realidad.

El gobierno ha jugado la carta de plantearse como única alternativa posible desde el punto de vista de la legalidad e intentó colocar a sus opositores frente a la disyuntiva de buscar destruirlo en vez de combatir al Covid 19. Esa rebuscada alternativa (que encandila, incluso, a sectores con cierta educación) ha hecho que el propio Colegio Médico de Chile —bajo la brillante conducción de Izkia Siches—, algunas universidades y otras organizaciones vinculadas al tema de la salud, hayan optado por colocarse detrás del Ministerio de la Salud, a sabiendas de sus disparatadas intervenciones, para corregir su rumbo.

Control hegemónico del bloque en el poder

El control hegemónico del Bloque en el Poder lo tiene la fracción bancaria de la clase de los compradores de fuerza o capacidad de trabajo; lo detenta en estrecha alianza con la fracción comercial de esa misma clase, en desmedro de la fracción industrial cuyas actividades se encuentran limitadas por la estructura de la forma de acumular o modelo.

El representante de esa fracción es Sebastián Piñera, sujeto que cuenta con el apoyo irrestricto de la Unión Demócrata Independiente UDI, partido que defiende ciegamente el legado pinochetista y, por ende, la vigencia del modelo de economía social de mercado. No está de más repetir que, en esa tarea, dicha organización no pudo encontrar mejor candidato que Sebastián Piñera. El primer mandatario no solamente defiende la vigencia de dicho modelo sino es la encarnación del mismo, la materialización humana de esa forma de acumular. Como lo señaláramos en otro de nuestros documentos:

“Que la hegemonía dentro del Bloque en el Poder la conserve el sector bancario en estrecha alianza con el sector comercial no es casual. Piñera no dedica sus esfuerzos a levantar industrias productivas sino privilegia el mundo financiero. Representa, en consecuencia, el triunfo del especulador por sobre el productor, la victoria del agiotista por sobre el industrial, la certeza de que es posible hacerse rico sin trabajar; en suma, la sublimación del parasitismo, la imposición de una moral basada en vivir a expensas de los demás. Piñera es la figura del ocioso que se hace rico sin esfuerzo alguno, la expresión más genuina del financista que orienta los flujos de capital hacia su propio beneficio” .
(Acuña Asenjo, Manuel: “Carácter de clase del segundo período presidencial de Sebastián Piñera Echenique”, documento de febrero de 2018, publicado en varios medios digitales.)

El objetivo central del bloque en el poder

Derivado de lo anterior, podemos concluir que el objetivo del sector hegemónico del Bloque en el Poder no es sino el restablecimiento de las condiciones que existían hasta antes del 18 de octubre de 2019 a fin de seguir extrayendo el plusvalor de las clases dominadas en la forma que lo había hecho hasta ese momento. Para conseguir su objetivo necesita recobrar el ‘liderazgo’ de Piñera, lo que implica diseñar una estrategia en torno a recuperar, consecuentemente, la confianza de la comunidad nacional en el mandatario y la subordinación de todo el espectro político a su conducción. En palabras más simples, se trata de tomar el control de la nación para poder determinar, más tarde, las tareas a realizar. No por otro motivo expresa un conocido empresario pinochetista que

“[…] el resguardo de la figura del Mandatario ha sido definido como una de las principales tareas del equipo político de La Moneda y el staff comunicacional del Presidente” .
(Segovia, Macarena: “Mantener a flote al Presidente: la estrategia política en medio de la crisis del COVID 19”, ‘El Mostrador’, 30 de marzo de 2020.)

Tal labor implica, consecuentemente, restablecer

“[…] en él una figura de confianza en cuanto a su capacidad de gestionar la crisis” .
(Segovia, Macarena: “Mantener a flote al Presidente: la estrategia política en medio de la crisis del COVID 19”, ‘El Mostrador’, 30 de marzo de 2020.)

La tarea no ha sido fácil, toda vez que, en el tratamiento de la pandemia, ha existido una proliferación de errores políticos inexcusables tanto de parte considerable de su equipo como del propio primer mandatario. Esta situación ha hecho que los sectores no hegemónicos dentro del Bloque en el Poder arrecien sus críticas en contra de la labor de Piñera, en tanto la eventual subordinación de la oposición, aunque tácitamente aceptada por quienes sostienen la necesidad de permitir que el presidente termine su período, no se encuentre totalmente asegurada. Colabora en ese sentido el hecho que los sectores políticos, representativos de los intereses de cada una de las distintas fracciones del capital, estén de acuerdo solamente en que todo conflicto ha de resolverse con Piñera a la cabeza de la nación. Esta posición muestra el fuerte predominio que ejerce la cultura del modo de producción capitalista en su carácter de modo de dominación. Explica en parte que la solicitud de inhabilidad del presidente, presentada por el Comité de Defensa de los Derechos Humanos y Sindicales CODEHS el 2 de febrero pasado, no haya sido considerada en absoluto por el senador Jaime Quintana, en ese entonces, presidente del Senado. Explica, además, que el referido personero le haya dado solamente publicidad (aunque sin resultado alguno) a la presentación en el mismo sentido hecha por Esteban Velásquez, diputado del Frente Regionalista Verdel Social FRVS, pues los órganos del Estado (y sus funcionarios) sólo tratan con órganos del Estado (y sus funcionario) y no con movimientos sociales. Como consecuencia de esta manera de raciocinar, Piñera es el único que no se puede mover de su cargo, de acuerdo a los sectores conservadores opositores, como ya se ha dicho; por supuesto que en ese raciocinio se alinean todos los sectores de la alianza ‘Chile Vamos´.

Por qué no hay unidad de acción en “Chile Vamos”

Al interior de la coalición Chile Vamos no hay unidad; por el contrario, se dan continuas y permanentes disputas que amenazan con quebrar aquella.

Los sectores políticos que intervienen en una alianza son sectores que representan los intereses propios de las distintas fracciones de clase dentro de una formación social, como hemos aseverado en distintos documentos. En los sectores dominantes, dichas fracciones se unen para los efectos de dominar al conjunto social lo que no quiere decir que sus intereses hayan sido satisfechos por esa sola circunstancia. Por el contrario, éstos siguen vivos y afloran cada vez que un fenómeno, de la naturaleza que sea, amenaza al conjunto social y, consecuentemente, la vigencia de la alianza. Porque cada inestabilidad social proporciona la oportunidad de imponer sus propios intereses a los sectores no hegemónicos dentro del Bloque en el Poder.

En el caso del gobierno de Piñera opera, en primer lugar, el agotamiento de la forma de acumular como uno de los factores indicados; luego, el estallido social de octubre; finalmente, la pandemia. Para los sectores no hegemónicos dentro del Bloque en el Poder, en especial el capital industrial, ha llegado, consecuentemente, el momento de negociar por un reparto más equitativo en la percepción del plusvalor.

El Mercurio’ junto al presidente

A principios de marzo, cuando las protestas se reiniciaban con todo su vigor, Piñera accedió a las proposiciones que le hacía el segundo piso — especialmente, Cristián Larroulet, un furibundo pinochetista— en orden a construir un equipo comunicacional orientado a fortalecer su imagen deteriorada en los meses anteriores. El equipo quedó al mando de Alfonso Peró, ex editor del diario ‘El Mercurio’, quien empezó a trabajar en estrecha colaboración con Waldo Díaz (también ex editor de ‘El Mercurio’ y de ‘La Tercera’, de Carla Munizaga, de Denise Peró Grand (hija de Alfonso Peró, pues, en un gobierno nepotista como el de Piñera, cada partícipe coloca a miembros de su familia en la dirección del país) y del propio Larroulet que ideó la estrategia a aplicar, privilegiando el cuidado de la imagen del presidente. A esa misma estrategia ha obedecido la necesidad de contar con encuestas que validen semana a semana el liderazgo de Piñera y el sostenido ascenso de su popularidad en el tratamiento de la crisis de la pandemia. Y determinadas apariciones en público del primer mandatario.

Por qué proteger al Presidente

Desde el punto de vista de la forma piramidal de gobierno heredada del pasado militar de la sociedad chilena, la protección de la imagen del presidente se justifica porque si bien tiene solamente el mando de la función administrativa de la nación (la legislativa la tiene el Parlamento, la judicial los tribunales y la de supervigilancia por la Contraloría), el gobierno de la nación se centra en su persona. Como herencia de los regímenes que precedieron al instaurado por el modo de producción capitalista, el presidente representa el mando supremo de la nación, el sujeto situado en el punto más alto de la pirámide jerárquica social, el dios supremo, el que jamás ha de tener defecto alguno, el que todo lo decide, la más alta autoridad. La jerarquía hace al superior inmaculado. La ausencia suya o su inhabilidad origina crisis, pone en grave riesgo la estructura social (aunque, en verdad, así no lo sea). En la cultura del sistema capitalista, el presidente representa todo lo positivo que sucede en una sociedad; pero cuando se le derriba, representa todo lo negativo para el que lo reemplaza. A él se le atribuye todo. Precisamente, porque representa la más alta autoridad.

Sin embargo, desde el punto de vista teórico, un presidente no es más que el factor de unidad del estado/nación, la unión entre la sociedad civil y la política, el atractor, el sujeto en torno al cual se aglutina el sector dominante de una sociedad e invita a participar del mismo al dominado. En otras palabras, cumple una función social cual es la unir al pueblo/nación, y nada más. Por lo mismo, es esa la función que le permite contar con el voto de vastos sectores desposeídos pues, aunque se presente como representante de quienes han hecho posible la riqueza de los sectores dominantes del país, se supone que jamás va a robar o gozar de otras excentricidades que las que ha gozado siempre. En las sociedades donde impera algún modo de dominación como la sociedad capitalista, y la comunidad se organiza jerárquicamente, el presidente es, en consecuencia, el general de un ejército indisciplinado que, si llega a desaparecer de modo sorpresivo, acarrea el desbande de la tropa. Por eso, los sectores dominantes tienen temor de inhabilitar a Piñera en el desempeño de su cargo.

Defender a Piñera sin Piñera

En un principio, la idea de la defensa de Piñera se orientó en torno a evitar su aparición en público y reemplazar la voz del ejecutivo en la persona de algún vocero o ministro. El cambio de gabinete realizado en plena época estival tuvo esa finalidad. Se trataba de mostrar rostros no comprometidos en la violación de los derechos humanos o en negocios turbios. Y alejar a Piñera del juicio público. De hecho, desde el mismo día en que se produjo tal cambio, las apariciones en público del presidente disminuyeron ostensiblemente y el protagonismo lo tomaron algunos de sus ministros más jóvenes como el ministro del Interior, Gonzalo Blumel; Ignacio Briones, de Hacienda; Lucas Palacios, de Economía, en fin. Se reforzó la labor de Karla Rubilar como vocera del gobierno con la presencia de Sebastián Sichel, ministro de Desarrollo Social, y de Katherine Martorell Awad, abogada militante de Renovación Nacional RN, cercana a Mario Desbordes y miembro del Tribunal Disciplinario de la colectividad, con vínculos bastante disímiles como lo son Andrés Chadwick UDI, Andres Allamand RN, Evelyn Matthei UDI y Carolina Leitao DC. A la vez, se hizo aparecer al dúo Rubilar/Martorell, dúo que ha vuelto a ser utilizado como estrategia comunicacional.
(Redacción: “Gobierno recurre ora vez a fírmula ‘didáctica’ de dupla Rubilar/Martorell para anunciar nuevas reglas en comunas en cuarentena”, ‘El Mostrador’, 02 de abril de 2020.)

“Esta es una presencia más de las muchas que la autoridad ha tenido en diversos medios en las últimas semanas debido a la crisis provocada por el coronavirus. Su protagonismo fue más patente en los últimos días cuando debió informar sobre medidas excepcionales por el Covid-19 como toques de queda, cordones y aduanas sanitarias y, recientemente, cuarentenas totales”.
(Del Río, Sofia: “El perfil político de la nueva cara del gobierno para enfrentar la crisis del corona virus”, ‘El Líbero’, 27 de marzo de 2020.)

En el caso particular de Karla Rubilar, se le asignó como labor especial la misión de disminuir la tensión entre el gobierno y los alcaldes y, en especial, tender los puentes requeridos para un diálogo más fructífero entre las partes; en palabras más exactas,

“[…] contener, derivar y guiar”,

ciertas proposiciones de los alcaldes en medio de la pandemia.
(Del Río, Sofia: “Pacificar a los alcaldes: la misión que el Presidente le encargó a la ministra Rubilar”, ‘El Mostrador’, 03 de abril de 2020. Con negrita en el original)

Se trataba de reforzar, en cierto sentido, la labor de Claudio Alvarado, subsecretario de Desarrollo Regional.
Una cosa es, sin embargo, proponer determinadas medidas; otra es realizarlas. Especialmente, en un gobierno como el de la coalición Chile Vamos.

Por una parte, porque Piñera tiene ‘complejo de florero de mesa’, es decir, le gusta aparecer donde quiera que sea y ser la atracción del momento, comportamiento que, en psicología, se conoce bajo el nombre de ‘narcisismo’ y que lo manifiesta gran parte del espectro político del país. Pero un narcisista —nunca hay que olvidarlo—, es tremendamente competitivo (El carácter narcisista de Piñera queda de manifiesto en la casi generalidad de sus actuaciones públicas. El día 3 de abril de 2020, en viaje de retorno a su casa habitación, y en medio de la prohibición hecha a la población nacional de mantenerse encerrada en sus domicilios, hizo detener el vehículo en que viajaba, frente a la Plaza de la Dignidad, para sacarse una fotografía sentado al pie de la estatua del general Baquedano, en una inequívoca manifestación de poder. A pesar que en su cuenta de Twitter señaló que quiso bajar a saludar a los carabineros del sector, la grabación no revela su intención de hacerlo). Y todo sujeto competitivo mira con profundo desdén a los demás, a quienes siempre cree poder ganar.

Por otra, porque hay sectores interesados en limpiar la imagen del presidente, en mostrarlo como el sujeto gracias al cual se adoptan las medidas adecuadas para enfrentar la pandemia, el sujeto irreemplazable, el sujeto sin el cual es imposible concebir al Estado, para llevar adelante todo un conjunto de reformas que le permitan revertir la situación y retrotraerla a lo que existía antes del 18 de octubre del pasado año e, incluso, iniciar una ofensiva conservadora de proporciones. Es lo que propone, en síntesis, Orlando Sáenz, cuando señala:

“[…] la emergencia sanitaria le crea al Presidente Piñera el escenario de tarea desesperada en que –como ocurrió en la crisis de los 33 mineros de su primer gobierno– mejor brillan sus cualidades de administrador y organizador, con el afortunado agregado de que dispone de un ministro de Salud con la preparación, firmeza y credibilidad que requieren las circunstancias. Y, lo más importante de todo, la terrible pandemia otorga el prolongado lapso de tiempo que permitirá rediseñar el disparatado proceso constitucional que, de haberse intentado en la forma y plazos con que fue programado, habría conducido ciertamente al colapso final de la democracia chilena”.
(Sáenz, Orlando: Art. citado en (2). Con negrita en el original)

Entonces, en la práctica, se unen esos dos factores para validar la omnipresencia del presidente en el tratamiento de la pandemia.

Luego del Covid19, ¿Pueden imponerse los intereses de la actual dirección hegemónica del bloque en el poder?

La pregunta crucial que requiere de una respuesta urgente es saber si acaso la lucha que libran los sectores dominantes de la UDI —genuinos representantes de la forma de acumular vigente—, por prolongar la vigencia de la forma de acumular heredada de la dictadura, va o no a ser en vano.

El estallido social de 18 de octubre de 2019, que hemos preferido llamar ‘la revolución chilena de octubre’, no parece indicar que el modelo neoliberal va a seguir aplicándose, por lo menos, en Chile; la pandemia ha sido solamente ‘un alto en el camino’ de este largo peregrinar de las clases dominadas. Todo hace entender que las reivindicaciones tomarán más fuerza una vez que el peligro del virus corona, en su versión Covid 19, se haya alejado. Entonces, algo va a pasar.

Es posible, sí, que esa lucha —hegemonizada por la fracción bancaria de la clase de los compradores de fuerza o capacidad de trabajo, en alianza con la fracción comercial de la misma— termine; y en su lugar se forme otra alianza que pueda hegemonizar el sector industrial en alianza con el comercial que, para ello, debería poner fin al apoyo que hasta ese momento brinda al bancario (financiero). En esa eventualidad, los sectores de Renovación Nacional RN podrían contar con un gran aliado en los sectores conservadores de la oposición institucional, que se vaciaría, en gran medida, a apoyar dicha alianza ante el temor de una eventual revolución. Y, no pocos sectores de la UDI estarían llanos a aceptar una salida de esa naturaleza. Lo que nos lleva a analizar el rol de la oposición que hemos denominado ‘institucional’.

El rol de la oposición institucional

La oposición institucional a Piñera (algunos sectores del Frente Amplio y la generalidad de la alianza Concertación de Partidos Por la Democracia, Nueva Mayoría, Fuerza de la Mayoría, etc.) se organiza en torno a fracciones de clase que tienen intereses propios bastante disímiles, lo que explica la enorme suma de contradicciones que acumula. No hay en ella, solamente, un contingente de trabajadores, vendedores proverbiales de su fuerza o capacidad de trabajo. Por el contrario, hay empresarios que protegen sus intereses y poco o nada se preocupan de la ‘cuestión social’; sus actividades son variadas y abarcan ámbitos de tipo industrial, comercial y bancario, de manera que coinciden con los intereses que se enfrentan dentro del Bloque en el Poder. En esa oposición hay trabajadores que son, a la vez, empresarios, y cuentan con empleados u obreros que trabajan para ellos, cuyo poder es ínfimo; hay profesionales que organizan empresas para proporcionar empleos, es decir, empresas con subcontratistas o subempleo; hay burócratas que defienden sus cargos estatales o corporativos como lo son gran parte de los parlamentarios; en fin. Por eso se unen en torno a una reivindicación abstracta como lo es el cambio de la constitución, como si en esa acción radicasen todas las penurias de una sociedad que jamás ha dejado de ser explotada y que se encuentra admirablemente bien representada en las palabras del ex presidente del Senado Jaime Quintana, para quien, la pandemia no es más que un nuevo escenario de disputas.

“En ese escenario, tendremos una oportunidad sin precedentes. Seguramente, varias constituciones en el mundo van a cambiar en las próximas décadas, pero sólo nosotros tenemos ahora un proceso constituyente en marcha. Si la ciudadanía así lo decide en octubre, Chile elaborará una nueva Constitución -la primera nacida de la deliberación democrática- justo después del paso de la pandemia que está cambiando a la humanidad y, de un estallido social que redibujó las prioridades del país”.
(Quintana, Jaime: “Después del virus, la oportunidad”, ‘El Mostrador’, 28 de marzo de 2020.)

Los intereses de la oposición institucional buscan, a todas luces, la perpetuación del sistema capitalista bajo condiciones de explotación más humanas y más tolerables; difieren, por ende, en forma absoluta de aquellos que reivindican para sí los sectores dominados. En esas condiciones, es difícil que tales intereses, manifestados con extrema claridad en el estallido social de 18 de octubre de 2019, puedan compatibilizarse con los de sus pretendidos representantes políticos en el Parlamento. Antes bien, el panorama muestra un distanciamiento cada vez mayor entre lo que pretende la inmensa mayoría de los chilenos y su representación institucional.

No debería sorprender, en consecuencia, que también la oposición institucional pretenda dirigir hegemónicamente el Bloque en el Poder y pretender que se les subordinen las otras representaciones políticas del capital como lo hicieron en los 17 años de gobiernos concertacionistas. En abono de esta opción soplan vientos internacionales que hacen sonar las trompetas anunciando la llegada de una suerte de neo keynesianismo, practicado, sin rubor alguno por USA bajo la dirección de Donald Trump, y que ha comenzado a replicar Boris Johnson en la actual Gran Bretaña. España tampoco ha quedado al margen de estas medidas que rompen los parámetros del neoliberalismo, a propósito del Covid 19 (Maroto, Marta: “España en cuarentena por el coronavirus: sanidad pública y medidas keynesianas para evitar la debacle”, CIPER, 19 de marzo de 2020.)

En Chile, hay índices que apuntan en la dirección indicada: el apoyo a todas las medidas represivas del gobierno, la acelerada producción legislativa en desmedro de los sectores desprotegidos, la indolencia ante el grave peligro al que se expone gran parte de la población nacional ante el Covid 19 , constituyen algunos ejemplos de ello. Otro lo es la grave situación por la que atraviesan los 2.500 presos que yacen en las cárceles de la ‘democracia’ luego de las protestas, y el temor cierto a que dentro de esas cárceles se propague el Covid 19 es un ejemplo de ello. No ha existido, por parte de la oposición institucional, palabra alguna en defensa de ellos.

No debería sorprender que, ante este panorama, los sectores populares comenzaran a diseñar su propia estrategia para aplicarla luego del paso de la pandemia que, con toda seguridad, no dejará en buen pie a los sectores dominantes a lo largo y ancho de todo el planeta. Pero esa es una alternativa de la cual no es posible hablar hoy ni tampoco más adelante pues su naturaleza bien merece ser asimilada a la del ‘I’Ching’ que, como el ‘Ofullgâgna’ de Mathiesen, jamás ha de ser expuesta o revelada puesto que, si ello ocurre, deja de ser tal para asumir la naturaleza de cualquier otra, menos la del ‘I’Ching’.

Santiago, abril de 2020

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