Nadie puede dudar que los últimos años han sido interesantes (y dolorosos) para la educación.

A partir del movimiento estudiantil de 2006, el de los pingüinos, y luego con una frecuencia casi anual, el alumnado nacional, y a veces también los profesores, han manifestado a través de diversos canales y estrategias, su malestar (casi una náusea sartreana), por las condiciones del sistema en relación a aspectos como calidad, financiamiento, inclusión y otros.

Al mismo tiempo, la academia se ha hecho eco de esta situación, proliferando la publicación de libros y artículos relativos al tema, además de la organización de seminarios y jornadas reflexivas. La prensa también hace lo suyo mediante columnas, en especial de fin de semana.

¿Qué hay tras todo esto? Pues es muy probable que una situación de desigualdad que supera por mucho la mera coyuntura, sino que se enraíza profundamente con la historia de nuestro país.

En 2014, de acuerdo al Ministerio de Educación (MINEDUC), Chile contaba con cinco millones de estudiantes. El 76% repartido entre el nivel de parvularia, básica y media, y el 24% restante en el superior. De los 762 mil en edad preescolar, el 32% acude a instituciones de la JUNJI o Integra, mientras que el 68% restante a establecimientos escolares.

Archivo | Agencia UNO
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A nivel básico hay alrededor de dos millones de alumnos, de los cuales un 53% asiste a instituciones particulares subvencionadas, 40% a municipales, y 7% a particulares pagadas. En el nivel medio, el 51% a particulares subvencionados, el 37% a municipales, el 8% a particulares pagados, y el 5% a corporaciones de administración delegada.

Respecto de la educación superior, el 27.4% de los estudiantes asisten a instituciones del CRUCH, el 31% a universidades privadas fuera del CRUCH, el 29.4% a institutos profesionales, y el 12.2% a centros de formación técnica.

En materia de recursos económicos destinados a cada estudiante, Chile destina la mitad que el promedio OCDE (US$ 5.092 versus 10.000), 6.500 en el nivel parvulario (18% del PIB per cápita), 4.074 en el escolar (19%), y 7.600 (35%) en el superior.

Las cifras relativas al PIB per cápita también se encuentran bajo el promedio OCDE, donde se alcanza un 22%, 25% y 41% respectivamente. Sin perjuicio de esto, cabe destacar que existe un incremento del 12% en el gasto destinado a la educación escolar, entre 2008 y 2013, y de un 5% en educación superior en el mismo período de tiempo.

Asociado a todo esto debe tenerse en cuenta la fuente de financiamiento de la educación, que en Chile cuenta con una importante proporción procedente de la billetera del particular. Así, el gasto privado en la educación escolar asciende al 21% (solo 9% promedio OCDE), y 62% la universitaria (30% OCDE), lo que tiende a compensar lo expuesto en el párrafo anterior.

Archivo | Agencia UNO
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El sistema de educación, vigente desde la década del 80, y ligeramente modificado en 1994 a través de la instalación del sistema particular subvencionado para el nivel básico y medio, trae como una de sus consecuencias más marcadas, un altísimo nivel de segregación, favoreciendo una inevitable reproducción de la estratificación social.

A este respecto es ilustrativo tomar en cuenta los resultados obtenidos en la prueba PISA de 2012, donde Chile ocupa el penúltimo lugar de la OCDE en competencia lectora mínima (68% frente al 80%). La diferencia en el rendimiento entre el primer y el quinto quintil es de más de 35 puntos porcentuales, mientras que el promedio OCDE es de 20.

En materia de distribución de recursos en la escuela, o disponibilidad de los mismos en relación a la condición socioeconómica, Chile presenta un ratio de concentración superior a 30%, existiendo quince países OCDE con rangos que van del 0% al 10%, y otros cinco con índice negativo, debido a sus políticas de igualdad de oportunidades a partir de las cuales las familias de menores ingresos reciben mayores recursos con un fin de igualación.

Finalmente cabe considerar la segregación social existente entre escuelas, de acuerdo al índice de Duncan (0 es integración total y 1 segregación absoluta), donde Chile ocupa la última posición del listado.

Pareciera que ante esta realidad es inevitable experimentar el frío y lacerante filo de una espada que nos hiere permanentemente, sin perjuicio de algunas notables excepciones que uno podría considerar.

Francisco Ocaranza Bosio
Director Escuela de Historia y Geografía
Miembro del Programa de Doctorado en Educación
Universidad Bernardo O’Higgins

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