Si queremos que nuestras selecciones, masculinas y femeninas, sean competitivas en 2035 o 2040, tenemos que actuar ahora: los niños y niñas que nos representarán tienen 5 años hoy. No sabemos cuántos están jugando porque no medimos. No sabemos si nuestros programas funcionan porque no los evaluamos integralmente.

En 2014, cuando Chile clasificó por última vez a un Mundial con una generación formada íntegramente en el país, esos jugadores se habían desarrollado bajo el modelo de corporaciones, no de sociedades anónimas. Felipe Gutiérrez, el jugador más joven de ese plantel mundialista, tenía apenas 15 años cuando se crearon las SADP en 2005. La competitividad de una selección no se construye cinco años antes de un torneo: se construye con las decisiones que tomamos hoy sobre niños que apenas comienzan a jugar.

Los datos internacionales revelan una realidad incómoda. Países Bajos, históricamente uno de los más exitosos respecto al porcentaje de su población, registra el 34% de su población juvenil en fútbol organizado. Francia reporta 2,3 millones de licencias activas anuales. Portugal, con población comparable a Chile, documenta 197.951 jugadores registrados (10% de participación infantil). Uruguay, con solo 3,4 millones de habitantes, mantiene un sistema donde el 90% de sus jóvenes en programas formativos permanecen integrados al sistema educativo mientras entrenan.

Actualmente la Federación, controlada por la ANFP, no publica datos consolidados de participación infantil.

Aunque potencialmente cientos de miles de niños juegan fútbol en pichangas, ligas barriales, colegios y academias, estos sistemas operan completamente desconectados entre sí: no hay registro común ni coordinación o visión en conjunto. No sabemos cuántos niños participan porque nadie se ha preocupado de conectar las piezas.

Es cierto que la ANFP mide algunas cosas. En su reciente congreso internacional, el gerente de selecciones Felipe Correa presentó métricas detalladas: déficit de fuerza, distancias recorridas en alta intensidad, metros de GPS, composiciones nutricionales.

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Son datos valiosos, pero revelan el problema de fondo: se miden indicadores de resultado, no indicadores de proceso. Se mide cuántos metros en sprint recorre un jugador de 17 años, pero no cuántos niños de 8 años están jugando. Se evalúa déficit muscular de juveniles elite, pero no se registra cuántos abandonan el sistema por falta de recursos o infraestructura. Y algo revelador: en todo el congreso, ni una mención al fútbol femenino.

Este enfoque en métricas de exportación tiene lógica si los dueños de clubes que buscan vender jugadores son quienes toman las decisiones. Pero una Federación independiente debería medir desarrollo integral: participación masiva, retención en el sistema, integración educativa, bienestar de los niños.

La diferencia no es técnica, es institucional. Sin datos oficiales consolidados de participación, operamos a ciegas. La Encuesta Nacional de Actividad Física 2024 aporta contexto aún más preocupante: solo 26,4% de niños chilenos son físicamente activos, con actividad en tiempo libre bajando de 16,5% (2019) a 10,5% (2024).

Esta ausencia de información es estructural. Refleja un sistema donde quienes deben priorizar el desarrollo de largo plazo también gestionan la rentabilidad inmediata de clubes profesionales. La falta de gestión dedicada y el opaco manejo financiero arrastran al fútbol infantil a crisis recurrentes: antes de 2024 ya se había eliminado una categoría formativa, y en octubre de ese año la amenaza de eliminar las categorías Sub-13 y Sub-15 habría afectado a 1.900 jugadores juveniles adicionales.

El desafío

El desafío trasciende la separación entre Federación y ANFP que proponemos. Cuando esa independencia se logre, el verdadero trabajo comienza: construir un sistema de desarrollo integral aprendiendo de modelos exitosos.

Alemania coordina 22.000 jóvenes anuales en 390 bases de desarrollo, pero en 2024 reformó su sistema eliminando tablas clasificatorias en categorías menores, implementando formatos reducidos (2v2, 3v3) para priorizar el bienestar de los niños sobre la competición prematura. Países Bajos estructura competencias desde U8 enfocadas en formación técnica, no en resultados. En Sudamérica, Uruguay ofrece un modelo notable: la ONFI (Organización Nacional de Fútbol Infantil) gestiona el desarrollo de niños hasta los 13 años de forma separada de la AUF, priorizando participación masiva y formación integral. Recién a esa edad los jóvenes pasan al sistema federado profesional. El programa “Gol al Futuro” garantiza además que más del 90% mantengan inserción educativa mientras entrenan.

El mensaje es claro: los sistemas exitosos no “sobreentrenan” niños buscando campeones infantiles. Forman personas primero, futbolistas después. Entienden que un niño de 8 años necesita felicidad, juego libre, desarrollo motriz amplio y educación, no presión por resultados que solo satisfacen egos adultos.

Aquí es donde una Federación independiente marca la diferencia. Su mandato debe ser desarrollo integral: salud física y mental, educación complementaria, prevención de lesiones, protección contra abusos, y formación técnica de calidad.

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Esto significa integrar sistemas: hacer competir niños de academias profesionales, escuelas municipales, liceos y colegios, construyendo una red nacional que priorice que los niños salgan al aire libre, vayan a la cancha y simplemente jueguen. Bajo una premisa clara: estamos formando personas que juegan fútbol, no productos comerciales.

Esta transformación requiere tres pilares: transparencia absoluta con registro nacional y publicación anual de estadísticas desagregadas (como hacen Francia y Portugal); financiamiento estable y protegido que no convierta al fútbol formativo en variable de ajuste; y gobernanza basada en evidencia que siga investigación internacional, evalúe constantemente y tenga la humildad de corregir.

Si queremos que nuestras selecciones, masculinas y femeninas, sean competitivas en 2035 o 2040, tenemos que actuar ahora: los niños y niñas que nos representarán tienen 5 años hoy. No sabemos cuántos están jugando porque no medimos. No sabemos si nuestros programas funcionan porque no los evaluamos integralmente.

Una Federación independiente, con mandato de desarrollo integral y mecanismos de transparencia, puede cambiar esta realidad. Puede construir el sistema que Chile nunca tuvo: uno que forme personas íntegras que amen el fútbol, donde algunos, los que tengan talento y vocación, lleguen a representarnos en el más alto nivel.

La competitividad futura se construye con las decisiones de hoy. Y la primera decisión es simple: medir, transparentar y proteger el fútbol infantil como el activo estratégico que realmente es.