Palestina no puede seguir esperando mientras el mundo administra su dolor con declaraciones rituales. La solidaridad que no interrumpe la injusticia es solo una costumbre. Y Palestina no resiste más costumbres; necesita justicia y libertad.

Cada 29 de noviembre, el mundo vuelve a mencionar una fecha que para el pueblo palestino no es simplemente un hito en el calendario, sino un recordatorio doloroso de una injusticia que se prolonga hace generaciones.

Este día no es casual, fue elegido porque el 29 de noviembre de 1947 la Asamblea General de la ONU aprobó el Plan de Partición, una resolución que, lejos de traer paz, abrió un ciclo de despojo, expulsión y violencia que continúa hasta hoy. Y fue precisamente para subrayar esa deuda histórica que, mediante la Resolución adoptada el 2 de diciembre de 1977, la ONU instauró oficialmente el Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino.

Pero más de cuatro décadas después de esa resolución y más de siete décadas después de la partición, el sentido original de esta conmemoración parece atrapado en un círculo sin fin. Y la pregunta surge inevitable: ¿cuántos 29 de noviembre más deben pasar para que la comunidad internacional cumpla su palabra?

Porque la solidaridad, cuando se limita al gesto simbólico, corre el riesgo de convertirse en un refugio moral, un espacio cómodo donde los Estados pueden pronunciar discursos de empatía mientras continúan relacionándose, sin consecuencias, con un régimen que viola de manera flagrante el derecho internacional.

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Es una solidaridad que se levanta un día al año, pero que el resto del tiempo coexiste con la ocupación militar más larga de la era moderna; una solidaridad que reconoce el sufrimiento palestino, pero que rara vez se traduce en decisiones políticas capaces de detenerlo.

Hoy, mientras repetimos esta fecha, en Gaza continúa un genocidio transmitido en vivo y en Cisjordania se desarrolla una limpieza étnica sistemática: desplazamientos forzados, demoliciones, ataques de colonos escoltados por el ejército israelí, confiscación de tierras y violencia cotidiana contra una población desarmada. En Jerusalén, la judaización avanza con el propósito deliberado de borrar la presencia palestina. Cada día sin acción internacional es un día más de impunidad.

Entonces, ¿cuántos 29 de noviembre más deben pasar para que termine este ciclo de declaraciones que no cambian la realidad? ¿Cuántas décadas pueden seguir repitiéndose resoluciones incumplidas, advertencias ignoradas y llamados al diálogo que solo prolongan el statu quo? ¿Cuántos aniversarios de solidaridad puede soportar un pueblo que ha sido fragmentado, expulsado y sometido a un régimen de apartheid sin que el mundo actúe con la coherencia que exige su propio derecho internacional?

¿Qué significa solidarizar?

Es legítimo preguntarse si la comunidad internacional está dispuesta a algo más que a conmemorar. Porque la solidaridad que Palestina necesita no es la que consuela, es la que transforma. No es la que se expresa un día al año, sino la que se compromete con decisiones valientes y eficaces: imponer sanciones, suspender acuerdos militares, detener el comercio con asentamientos ilegales, reconocer plenamente al Estado de Palestina, respaldar las decisiones de la Corte Internacional de Justicia y de la Corte Penal Internacional, y establecer mecanismos reales de protección internacional para la población palestina.

El mundo ya no puede alegar desconocimiento. Las imágenes de Gaza arrasada, los testimonios de familias palestinas, los informes de organismos internacionales y las advertencias de expertos jurídicos son evidencia irrefutable de crímenes cuya gravedad exige acción inmediata. Y cada 29 de noviembre que pasa sin medidas concretas es un recordatorio del fracaso colectivo de la humanidad frente a esta tragedia.

Pero este día también abre una reflexión profunda: ¿qué significa realmente solidarizar? ¿Es expresar empatía o es asumir un compromiso con la justicia, incluso cuando incomoda? ¿Es repetir consignas ya conocidas o es actuar para que un pueblo deje de vivir bajo ocupación?

La solidaridad verdadera es aquella que tiene consecuencias. La que se atreve a enfrentar al poder. La que no teme nombrar al opresor. La que no intenta equilibrar un conflicto que no es entre iguales, sino entre un ocupante y un pueblo ocupado.

Este 29 de noviembre el llamado es claro: no necesitamos otro aniversario, necesitamos un cambio. Palestina no puede seguir esperando mientras el mundo administra su dolor con declaraciones rituales. La solidaridad que no interrumpe la injusticia es solo una costumbre. Y Palestina no resiste más costumbres; necesita justicia y libertad.

Porque cada día de inacción internacional se traduce en vidas palestinas arrebatadas. Y ningún pueblo debería tener que esperar otro año, otro 29 de noviembre más, para que el mundo decida actuar de verdad.