No recuerdo otra campaña presidencial que se desarrolle paralelamente a un alza enorme del índice de precios de las acciones de empresas públicas que diariamente emite la Bolsa de Comercio tras el cierre de cada jornada.

Este fenómeno ha intrigado a algunos, pero tiene una fácil explicación. Pese al alza de los precios, todavía son muchas las empresas públicas cuya cotización bursátil está muy por debajo de la que tenían antes del llamado “estallido social” de 2019, referido a su equivalente en dólares norteamericanos, por ejemplo.

Ese hecho, sumado a la perspectiva cierta del triunfo electoral de la oposición al actual gobierno, ha producido el descuento adelantado de ese trascendental cambio de gobierno por otro que será proclive al desarrollo acelerado de la economía.

Debe tenerse en cuenta que no hay barómetro más exacto que el mercado para medir perspectivas políticas. Y ello porque el IPSA (Índice del Valor del Mercado) es producto de miles de voluntades y factores objetivos que marcan las tendencias a comprar o a vender los títulos accionarios, de modo que generalmente descuenta lo que viene sin que eso necesariamente coincida con la opinión de los analistas y opinólogos locales.

En otras palabras, el mercado es siempre la encuesta más acertada y más rigurosa de todas las que se pueden implementar. Pero, de ser así, ¿por qué ahora existe la certeza del mercado de que la próxima contienda presidencial marcara un radical cambio de régimen?

La respuesta también es fácil y para ello basta con examinar los números de cualquier encuesta reciente.

La encuesta que no falla

Si tomamos, por ejemplo, la última encuesta Cadem, vemos que la lidera la comunista Jeanette Jara con 26% de las preferencias la sigue Jose Antonio Kast con 25%, luego sigue Evelyn Matthei con un 18% y a ella la continua Franco Parisi con 11% y Johannes Kaiser con un 8%, y sucede que estos últimos cuatro son candidatos opositores y suman el 62% de las preferencias ante las urnas.

Por otra parte, la votación de la Sra. Jara está acompañada solo por la de Marco Enríquez-Ominami, Eduardo Artés y Harold Mayne–Nicholls, que suman 31 %.

Si reparamos en que estos totales son prácticamente los mismos que en el plebiscito constitucional 2022 convirtió en marasmo al gobierno de Gabriel Boric, entendemos fácilmente que en la segunda vuelta de la elección presidencial la candidata oficialista sería la amplia perdedora ante cualquiera que fuera el candidato opositor que hubiera sobrepasado en votación a los otros opositores en la primera vuelta.

Dicho en otras palabras, el techo de la votación oficialista es aproximadamente el que marcó el plebiscito para el Apruebo en el año 2022, y con ese porcentaje es imposible ganar una elección presidencial que contempla un repechaje de segunda vuelta.

Ese simple cálculo es el que justifica el comportamiento actual del mercado bursátil, que se mantiene indiferente a las variaciones entre los postulantes en un juego de suma cero, como es el actual panorama político.

Ciertamente que este fuerte incremento del IPSA no significa más que una especulación sobre la economía ya existente y no garantiza el reinicio de un ciclo expansivo de la economía nacional, pero sí que prepara las bases para que esto se produzca según las muchas medidas complementarias que tendrá que implementar el nuevo régimen.

Por el momento, no es más que un juego de números para preparar grandes ganancias, pero es sumamente indicativo de como ve la realidad ese ojo que nunca falla y que es el del mercado.

Los desafíos para el nuevo gobierno

Cualquiera que sea el gobierno opositor que se va a instalar en la Moneda el próximo mes de marzo, tendrá que cargar con una pesadísima herencia que minuciosamente ha preparado el desastroso gobierno de Gabriel Boric. Ese nuevo gobierno tendrá que poner en marcha la pesada máquina de la inversión nacional y extranjera para provocar un salto en el crecimiento económico y sobre todo en el empleo y para eso tendrá un plazo muy acotado.

Me atrevo a predecir que si en los primeros seis meses de gobierno no se ha preparado la cancha para un copioso aterrizaje de proyectos en desarrollo, esa batalla estará perdida, de modo que la perspectiva de un periodo de mediocre desempeño va a revivir la posibilidad de un gobierno de extrema izquierda como el que se apresta a abandonar los salones de La Moneda.

Para la extrema izquierda y la llamada centro izquierda, la derrota será de inmensas consecuencias. La tentación de recurrir al desorden social para hacer fracasar al nuevo gobierno será grande, y especialmente de parte del Partido Comunista.

Pero, esta vez no ocurrirá como en el gobierno de Allende, porque seremos muchos los que desde el primer día lucharemos por imponer un criterio de defensa de la democracia que haga pagar con la perdida de la personalidad jurídica a todos los grupos que fomenten la violencia como método de presión sobre los órganos democráticos.

Es de esperar que esta advertencia resuene fuerte en la sede del PC porque, de ser así, lo más probable es que no tengan ya los “paraísos” lejanos de Cuba y Venezuela para buscar aires mejores.