Más allá de si estos delincuentes aprovechan o no la instancia de la romería, la pregunta de fondo es: ¿hasta cuándo seguiremos silentes, viendo con indignación cómo, so pretexto de una “lucha”, se quema, se destruye y se siembra el terror en Chile?

¿Acaso las romerías no son, por definición, una manifestación de peregrinación hacia un santuario o lugar sagrado que se realiza una vez al año, donde la paz social debiese ser condición esencial? Esa es, al menos, la definición que existe.

Entonces, ¿hasta cuándo seguiremos como sociedad con esta actitud contemplativa, casi pusilánime, que mira de reojo? Como ese padre que permite que el “niño mal portado” haga la pataleta que quiera, pero nunca actúa.

En la reciente romería del 11 de septiembre, los encapuchados aparecieron lanzando objetos contundentes y fuegos artificiales contra funcionarios de Orden Público. No quedó ahí: los llamados “overoles negros” también atacaron en las afueras del Cementerio General con bombas incendiarias y fuegos artificiales dirigidos al personal policial.

Más allá de si estos delincuentes aprovechan o no la instancia de la romería, la pregunta de fondo es: ¿hasta cuándo seguiremos silentes, viendo con indignación cómo, so pretexto de una “lucha”, se quema, se destruye y se siembra el terror en Chile?

¿Por qué debemos seguir tolerando que se siembre miedo en nuestras calles, que tengamos que huir de nuestros propios espacios —ya sea la casa, el barrio o el lugar de trabajo—? ¿Por qué debemos ver a un ministro de Hacienda trepando rejas para escapar, mientras le gritaban “¡por acá, ministro!”, en plena romería del 11?

Nos jactamos de participar en foros internacionales como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Pero, le pregunto a usted, lector: ¿de qué nos sirve aquello? Y no hablo solo de la excesiva permisología que frustra inversiones, sino de algo mucho más profundo: hemos perdido la capacidad de entender que democracia no es sinónimo de anarquía. 

Peor aún, algunos gobernantes parecen olvidar que nuestros jóvenes no solo necesitan una educación de calidad, sino también una formación sólida en valores. ¿De lo contrario, cómo se explica, entonces, el llamado del presidente Gabriel Boric a la “rebeldía” durante el lanzamiento de la Política Nacional de la Niñez y Adolescencia y su Plan de Acción 2024-2032?

¿Qué Chile queremos? ¿El del odio, el enfrentamiento, la rebeldía sin sentido y la polarización? ¿Ese en el que, cada cuatro años, candidatos presidenciales convencionales raspan la costra de una historia común dolorosa y transversal a todos los chilenos?

¿Tanto nos cuesta, como sociedad, comprender que necesitamos un proyecto común para Chile, sin los miserables divisionismos de izquierdas y derechas?

¿Seremos capaces de ordenarnos como país? ¿De comprender, al fin, que los derechos solo pueden existir en equivalencia con los deberes?

Y, finalmente, la pregunta incómoda: ¿hasta cuándo la justicia seguirá siendo tan garantista con quienes destruyen Chile?

Romerías sí, pero con paz social. Porque sin orden no hay libertad, sin justicia firme no hay democracia, y sin paz no hay futuro para Chile. Avisados están.