La historia tiende a repetirse y nosotros vemos hoy al Partido Comunista repitiendo la trayectoria diseñada por Lenin y bajo sus mismas prioridades.

A mediados de los años 80 contratamos, para la atención veterinaria de nuestro haras de entonces, a un alto funcionario del régimen de Salvador Allende. Era comunista y había pasado largos años en el exilio. Era un buen hombre e hicimos buenas migas, por lo que no fue extraño que, una noche de invierno en que llovía a cántaros, golpeara mi puerta cerca de las 11 de la noche para pedirme que guardara en mi biblioteca una bolsa con libros que traía. Se sentía vigilado y temía pasar un muy mal rato si allanaban su departamento y encontraban esos volúmenes. Por supuesto que acepté, y más tarde me dediqué a revisar a los nuevos alojados en mi biblioteca.

El resultado fue que el “Ronco” nunca los reclamó, y yo terminé leyéndolos de punta a cabo. Se trataba de la más completa colección de libros sobre el marxismo: estaban todos los escritos de Marx y Engels, todos los de Lenin (incluso sus arengas en reuniones masivas), el único libro que se le atribuye a Stalin y hasta el Libro Rojo del chino Mao. Por eso puedo hablar del peligro marxista con propiedad, y a prueba de detractores.

Hay quienes consideran que ese estudio ya no tiene sentido, pues el Partido Comunista chileno habría evolucionado y las políticas que ordenaba Lenin ya no tendrían vigencia alguna. Pero están profundamente equivocados: el PC chileno es un fenómeno curiosísimo de fosilización. Para comprobarlo, basta con examinar las declaraciones actuales de sus dirigentes y constatar que, para ellos, cien años no han sido nada, y las tesis de entonces siguen siendo la guía de ruta del conglomerado en Chile.

La historia tiende a repetirse

Cuando Lenin fijo las normas de acción de los Partidos Comunistas actuando en países democráticos, debían pasar por cuatro etapas de cambiantes prioridades:

La primera de esas etapas es la de vida en la clandestinidad, en la que el partido debe concentrarse en liderar todo movimiento popular de protesta o de descontento, al mismo tiempo que busca fidelizar especialmente a la juventud. En suma, es la etapa de la agitación y del proselitismo.

La segunda etapa es la de acción en la legalidad en que el partido debe practicar con renovado celo los objetivos anteriores más el de desdoblarse en una parte que actúa dentro de la ortodoxia política del país mientras otra parte sigue fiel al liderazgo de la masa rebelde. Es la etapa de la estrategia del un pie adentro y otro pie en la calle, la que ya nunca se abandonara.

La tercera etapa es la de participación en el gobierno junto a una coalición de partidos de izquierda, en la que el PC debe mantener enérgicamente las prácticas anteriores agregando a ello una acción de gobierno que signifique avances en sus metas sociales y políticas, aunque el precio sea aparecer como moderado e incorporado de verdad al sistema democrático.

La cuarta etapa es la que, en alas de una revolución social desatada, el PC adquiere absoluto control del gobierno y debe lanzarse a la destrucción de la oposición, eliminándola hasta físicamente comenzando justamente por los que fueron compañeros de ruta en la etapa anterior. Es el tiempo para construir la “dictadura del proletariado” en que todo el poder se concentra en una cúpula comunista con un jefe al que se rinde cerrado culto.

En el caso de la propia URSS, ese aliado de tercera etapa había sido el llamado Partido Menchevique que, definido en términos actuales, correspondería a un comunismo morigerado más bien nominable de socialismo democrático. La historia nos cuenta que fueron los primeros eliminados cuando el grupo bolchevique se hizo con la totalidad del poder y, con esa explicación, se justifica la bala en la nuca con que terminaron la mayoría de sus líderes mientras que su masa fue a inaugurar los “gulags” y aumentar la población de Siberia.

La historia tiende a repetirse y nosotros vemos hoy al Partido Comunista repitiendo la trayectoria diseñada por Lenin y bajo sus mismas prioridades. Estamos, además, viendo la formación y el crecimiento de un Partido Menchevique que, ignorando las barreras doctrinarias más terminantes, cree en la convivencia con esa doctrina totalitaria que representa el marxismo.

Creo que el fundador y primer presidente de los Mencheviques del Sur podría ser el Senador Huenchumilla, que con eso toca el extremo del máximo radicalismo político de izquierda en Chile, terminando donde siempre quiso estar. Observado su trayectoria política, no se puede dejar de preguntar por qué el Sr. Huenchumilla ingresó a la política por la puerta Demócrata Cristiana, cuya base doctrinaria parece que nunca entendió, porque si lo hubiera hecho, sabría por qué la doctrina del humanismo cristiano es terminantemente incompatible con los propósitos marxistas.

Por suerte para él y para sus socios inmediatos, obnubilados por la posible pérdida de sus peguitas, es muy poco probable que en el futuro inmediato el Partido Comunista alcance un poder supremo y entre en la cuarta etapa de Lenin. De esa manera, puede que la muerte natural los exima de la bala en la nuca a la que ellos han condenado a la antigua y gloriosa Democracia Cristiana.