Las últimas dos semanas para el Frente Amplio no han sido fáciles. Los resultados en la primaria del oficialismo nos ha conducido a una reflexión profunda en todos los niveles del partido. Es claro, y así ha sido acordado, que ahora viene un trabajo sistemático y metódico para corregir el rumbo y llegar preparados a la batalla principal: la elección de noviembre.
Aun cuando a algunos “columnistas de la plaza” les hubiese gustado —y así lo han dicho en forma de un acto fallido, confundiendo la realidad con el deseo—, lo cierto es que el resultado de las primarias está lejos de representar un desfonde del proyecto frenteamplista. Incluso está lejos de ser una derrota estratégica.
Fue un tropiezo táctico, o más específicamente, un mal resultado electoral en el marco de un avance estratégico muy sustantivo, que remite a las resoluciones de nuestro Comité Central de noviembre de 2024: la obtención de una candidatura única de la izquierda y el fortalecimiento de una coalición que dé continuidad al proceso de cambios iniciado por este gobierno.
Como decía, la verdadera batalla estratégica es la elección de noviembre y el Frente Amplio la enfrenta siendo hoy el partido con más representación parlamentaria del oficialismo, con alcaldes que gobiernan a una gran cantidad de población del país, además de CORES y concejales a lo largo de Chile.
Esta enumeración no es solo un ejercicio de autocomplacencia, sino un recordatorio de que estos representantes están donde están gracias al apoyo popular a su trabajo, pero también al proyecto político frenteamplista. Es claro que esto no es suficiente, por ello planteo aquí dos líneas de trabajo que el Frente Amplio debe desarrollar para llegar a noviembre de mejor manera.
La reconstrucción de la confianza, una urgencia para las izquierdas oficialistas
Una campaña del Frente Amplio no puede sino partir del hecho de que hoy somos gobierno. Votar por nosotros es votar por darle continuidad a una agenda de reformas que ha tenido avances muy sustantivos. Estamos orgullosos de este gobierno y eso hay que transmitirlo con mucha más fuerza de lo hecho hasta ahora.
Pero hacer campaña desde el oficialismo, también presenta desafíos que debemos abordar directamente. Es necesario reconocerlo: en nuestro electorado existe una frustración razonable. Ya sea por la deplorable situación en que el gobierno de Piñera entregó el país, por la intransigencia de la derecha en el Congreso, o por la derrota del primer proceso constituyente, las prioridades se fueron modificando y la profundidad de los cambios se acotó.
Las izquierdas y el progresismo representamos la continuidad de un gobierno que, aun cuando ha avanzado sustantivamente, ha tenido que hacer concesiones relevantes. Debemos abordar seriamente, por tanto, el ejercicio del reencantamiento y la reidentificación.
Pero esto no responde solo a lo coyuntural. El contexto político actual está marcado hace tiempo por la desafección ciudadana hacia la política, no es casualidad que durante los últimos 16 años la norma sea la alternancia en el poder. La facilidad del desapego está montada sobre un problema estructural que llevó a la crisis de la década pasada y que, de hecho, explica el origen del Frente Amplio como proyecto político: la separación abismal entre política y sociedad y, por tanto, la desconfianza de la ciudadanía hacia la política.
En este escenario, el problema central es cómo reconstruir el lazo entre ciudadanía y política. La cuestión de la credibilidad, de liderazgos que puedan ser depositarios de confianza ciudadana, termina siendo mucho más importante que la robustez de un programa, pues en un escenario de desafección, si no se rompe la barrera del desapego inmediato, las propuestas -por correctas que sean- se terminan volviendo inaudibles.
Retomar el lugar propio del Frente Amplio
Se ha dicho ya que, en términos generales, un problema de la campaña del Frente Amplio fue que —me perdonarán la expresión— se “desfrenteamplizó”, concentrándose excesivamente en la disputa entre políticos y considerando menos de lo esperado a los grupos tradicionalmente excluidos por el orden social neoliberal.
Se ha dicho también que Jara habría “creado” un conflicto pueblo-élite del que luego se alimentó su campaña. Pero esto es una inversión de los términos, la realidad es exactamente al revés. El conflicto pueblo-élite como conflicto central de nuestra sociedad se ha instalado hace ya tiempo y, de hecho, el estallido social fue quizás su máxima expresión: una revuelta popular, sin conducciones de élite de ningún tipo, ni siquiera partidarias.
La tensión entre un pueblo sin poder político y sin acceso a la riqueza y una élite que concentra el poder político y la riqueza no es algo creado discursivamente en una campaña, es una condición estructural, real, de nuestra sociedad. Mirar la sociedad desde este clivaje populista, democrático y republicano ha sido quizás lo más propio del Frente Amplio desde su nacimiento. Debemos volver a situarnos desde ahí, como lo hemos hecho exitosamente hasta ahora.
Nuestra campaña debe poner su centralidad en la representación de los grupos y luchas sociales que siempre han sido parte central de nuestro proyecto: feministas, movimiento estudiantil, movimiento medioambiental, de trabajadores, entre otros; representando a los sectores populares y familias trabajadoras del país, que entienden que hoy la vida es muy difícil porque hay una minoría de ricos que lo acumula todo y que como, bien decía Jorge González, creen que tienen el derecho adquirido -el monopolio- a pasarlo muy bien, a costa de todos los demás.
El objetivo principal: las elecciones parlamentarias
Pensar adelante requiere retomar la premisa inicial: hasta ahora no ha habido un traspié estratégico de ningún tipo. Enfrentamos hoy un mal resultado electoral que puede y debe corregirse en todos sus aspectos: estrategia, comunicaciones, despliegue territorial, conexión con el mundo popular y las organizaciones sociales.
La misma forma de procesar este debate internamente debe estar orientado al fortalecimiento político del Frente Amplio y no a su fragmentación interna. Estos traspiés deben ser momentos para mirarnos críticamente hacia adentro, encontrar caminos de salida y terminar fortalecidos, no debilitados. Hemos hecho la autocrítica, ahora toca ponerse manos a la obra y aquí, por tanto, está la tarea principal a la que debemos abocarnos inmediatamente.
Los órganos de dirección del Frente Amplio debemos enfrentar las elecciones de noviembre con máxima seriedad, sistematicidad y método, asumiendo que partimos desde este mal resultado, pero con el objetivo de revitalizar el compromiso político con la ciudadanía y, en particular, con el pueblo frenteamplista.
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