Desde hace algunos años, el Gobierno de Chile viene planteando la inconveniencia de las subdivisiones masivas de la propiedad rural, por la pérdida de la superficie cultivable para un país pequeño, como el nuestro. La fragmentación que se denuncia es un fenómeno de consecuencias incalculables, especialmente si se analiza a partir de la teoría de redes, toda vez que el hábitat natural corre el riesgo de verse disgregado por la urbanización o la deforestación, reduciendo la conectividad estructural entre los distintos fragmentos del bosque, dificultando el movimiento de las especies.
Resulta extraño que la misma razón no se extienda a otros aspectos fundamentales para el desarrollo y crecimiento del país, que exhibe niveles de alerta en el mismo Congreso Nacional, órgano en que conviven un gran número de legisladores de distintos partidos y colores políticos, lo que dificulta la formación de mayorías sólidas.
Si acaso desconfía de este argumento, recurramos a la física, ya verá que la fragmentación excesiva de un cuerpo pequeño se convierte inexorablemente en polvo. No se divide, se disuelve. En política ocurre lo mismo con los países chicos que intentan representarlo todo, a todos, todo el tiempo. Chile entró en ese terreno fangoso, el espejismo de una pluralidad perfecta está empujándonos hacia una matemática imposible: la de construir unidad desde la atomización.
Chile actual, matemáticamente inviable
La fragmentación social se ha elevado hasta alcanzar niveles que amenazan la viabilidad del orden social y económico; un país como Chile no tiene la capacidad de sostener una creciente multiplicidad de demandas ciudadanas sin colapsar.
Hablar de diferencias ideológicas no constituye la base del problema, lo son los fragmentos que reclaman autonomía política o que desean una institucionalidad a la medida, que los refleje exclusivamente en temas económicos, culturales, étnicos y simbólicos; aquellos que demandan una justicia diferenciada y una voz identitaria que no se diluya en el coro.
El fenómeno puede observarse desde distintos ángulos científicos, no solo desde la teoría de redes, para la cual el sistema pierde robustez y se vuelve vulnerable cada vez que los distintos grupos (nodos) de interés se desconectan del centro o se vinculan solo dentro de sí mismos, lo que en contextos sociales se traduce en una pérdida de cohesión nacional.
Otro tanto lo advertimos en las investigaciones de Niklas Luhman y su teoría de los sistemas sociales, e incluso si realizamos el análisis desde los presupuestos económicos del índice de Herfindhal-Hirschman. Los resultados no arrojan misterio: en sistemas sobrefragmentados los costos de acuerdos, procedimientos y validaciones cruzadas crecen exponencialmente, lo que desencadena bloqueos, vetos y parálisis. El sistema no se divide, se fatiga.
Países que se fraccionan en exceso
Aunque puede sonar justa, y hasta ética, la idea de representarlo todo, cada matiz, herida o diferencia, ello no siempre es viable. Los grandes países pueden soportar la fragmentación territorial y étnica, se amortigua por la escala y distribución de poder. Chile, por las características de su organización política y su territorio limitado, no puede darse esos lujos.
Desde la conciencia de lo que somos debe abrirse un matiz en el “estado de la mentalidad pública”, como lo diría Robert Merton, toda vez que la propaganda moral viene condicionando las orientaciones emocionales de la población, hasta el punto de confundir pluralidad con segmentación funcional absoluta.
Una cosa es la diversidad, que se expresa, dialoga y participa, y otra es la disgregación, donde cada identidad busca una legalidad propia. En términos matemáticos, un sistema altamente antropizado, con sus moléculas en pleno desorden, bajo índice de centralidad (Freeman), y sin nodos de coordinación, tiende a colapsar o a desagregarse.
No hay recursos fiscales, gobernabilidad ni ingeniería institucional capaz de sostener las aspiraciones fragmentarias, menos a un Estado dentro de otro. Chile necesita mínimos comunes en sus políticas públicas para ser sostenible. Sin ellos, no hay pluralidad que se salve del caos. La historia no premia a los países que se fraccionan en exceso, la matemática tampoco.