Es claro que el debate presidencial tiene en la cuestión de las y los candidatos uno de los aspectos fundamentales. Sin embargo, esta danza de nombres ha desplazado a los márgenes de la discusión la cuestión central: la continuidad del proceso de cambios iniciado por este gobierno.

En un contexto como en el que nos encontramos inmersos, de alianza entre las oligarquías con los sectores de ultraderecha, amparada en la relativización de los valores democráticos, es precisamente la mantención del ritmo de las reformas lo que se constituye en la principal herramienta para combatir a la ultraderecha y defender la democracia.

El debate ausente en la elección presidencial

El desdén con el que ciertos sectores de la llamada centroizquierda se refieren a la nueva izquierda del país, como el expresado en una columna del pasado fin de semana de Daniel Grimaldi, esconde, sostenido en el relato verdaderamente mítico de un supuesto “salvataje” al gobierno, una miopía muy profunda que se ratifica cuando, en lugar de defender una continuidad de la agenda de cambios, se impulsa una “orientación al centro” y a la “moderación”, vinculada también en lo práctico a una subordinación de la izquierda, como norte de la acción política para la elección presidencial, pero también de cara al futuro.

Es miope, primero y en lo más obvio, aritméticamente. Es claro que hoy el progreso del país requiere de la convergencia estratégica o, al menos, de la articulación electoral de las fuerzas que hoy constituimos el gobierno.

Las fuerzas políticas que emergimos a propósito del agotamiento estructural del modelo económico y político de la transición, llegamos para quedarnos y esto tiene, también, razones estructurales. Responde a las configuraciones políticas y sociales del Chile actual, lo que además se ha visto reflejado sistemáticamente en lo electoral. Por tanto, esta constante búsqueda de exclusión no lleva a ningún destino: el camino es precisamente el contrario, la unidad.

Pero es miope también, en lo más fundamental: en lo político. Al insistir majaderamente en la idea de “buscar el centro” y la “moderación”, contribuyen a un vaciamiento político sostenido en una lectura errónea de la realidad social actual y en una renuncia a fundar políticamente el contenido de la disputa cultural contra la ultraderecha.

Me detengo en estos dos puntos:

1. Sobre la cuestión del “centro”

Analíticamente, este énfasis en “ir a buscar el centro” comete un error de principio, una suerte de parroquialismo de partido, al proyectar la forma como se ordenan los partidos políticos (de izquierda a derecha en un eje que funciona de forma clara y casi discreta, uno al lado del otro) a cómo se organiza la sociedad y, más particularmente, a cómo se ordenan las preferencias de la ciudadanía.

Por razones que no hay espacio para desarrollar acá, pero que la investigación social ha mostrado con claridad, hoy esto no funciona así. Las personas no vinculan sus procesos de politización con una identificación política en el eje tradicional izquierda-derecha, sino que más bien con demandas, ahora sí discretas, no interconectadas, incluso a ratos contradictorias.

Los partidos, por tanto, deben comprender esto y frente a ello proponer respuestas, las que son estructuradas -se espera al menos que así sea- de forma coherente, en base a marcos de referencia. O sea, en el caso del Frente Amplio, propuestas de izquierda.

El corolario de esto es claro: Desde el punto del análisis político, la idea del centro es una categoría que sirve para clasificar partidos. Desde el punto de vista del ordenamiento de las preferencias de la ciudadanía, el centro no existe.

2. Sobre la moderación

Esto conecta con lo segundo, la moderación. Toda la evidencia indica que la ciudadanía sigue demandando cambios profundos en las estructuras fundamentales de nuestra sociedad, las que por décadas han sido administradas principalmente por los todopoderosos y caprichosos “mercados” y con una muy baja participación de lo público.

La profundidad con la que en Chile el mercado y el poder del dinero ordena la vida de las personas y limita la democracia, altera el significado de lo “radical” y lo “moderado”. En una palabra: en Chile la moderación está del lado de los cambios, que es lo que la ciudadanía demanda. Al contrario, la defensa del statu quo es lo radical y va en interés de minorías radicalizadas, como por ejemplo las radicales posturas de las AFP de las que observamos en la reforma de pensiones.

En esto nadie que se reconozca como progresista o de izquierdas puede perderse. Si la izquierda no responde a la demanda de cambios que hoy es mayoritaria, lo hará la ultraderecha, que seguirá pavimentando el camino a esta revolución permanente de los ricos de la que estamos siendo testigos y que tiene su punto máximo en la alianza de Trump con los señores tecnofeudales del mundo.

Este derrotero, que puede ser el de nuestro país también, no se detiene solo “con liderazgos probados” ni con “experiencia suficiente”. Se detiene con mayorías sociales, con mayorías políticas y con voluntad de dar continuidad al proceso de cambios iniciado en este gobierno.

En simple, la candidatura que represente a la izquierda y al progresismo, debe estar completamente comprometida con mantener el ritmo del proceso de cambios.

Frente Amplio y la nueva izquierda en la continuidad de los cambios

Omitir lo anterior y seguir poniendo el énfasis en buscar ese centro —que hoy no significa nada— y esa moderación —que no se hace cargo de lo central hoy: la continuidad de los cambios— tiene como resultado el vaciamiento político del que hablaba arriba. En este escenario, toda la cuestión presidencial se reduce al nombre más idóneo para administrar el Estado, renunciando por completo a plantear cómo enfrentar la batalla cultural e ideológica, que debería estar hoy en el centro del debate.

Esta batalla, que hasta ahora ha impedido que la ultraderecha conquiste las mayorías sociales, no ha estado sostenida en un “nombre” en particular, sino en lo que Daniel Grimaldi llama específicamente “aventuras”. En realidad, estas han sido propuestas concretas de cambio y reformas estructurales que, además de mejorar la vida de nuestros compatriotas, han funcionado como un dique de contención democrática frente al avance de la ultraderecha.

Por tanto, contrario a la invocación del freno de mano de la moderación, lo que hay que buscar es generar las condiciones para la profundización de estos cambios. A menos, claro, que se piense que el aumento salarial, la reducción de la jornada laboral, la búsqueda de superación de las AFP, la Estrategia Nacional del Litio, el Sistema Nacional de Cuidados, o algunas otras reformas en camino como la Negociación Ramal, reformas todas impulsadas esta izquierda que a Grimaldi le incomoda, sean consideradas como “aventuras” o “causas asimiladas al movimiento (sic) woke”.

La cuestión de la continuidad de la izquierda y el progresismo en el poder, así como la contención democrática de la ultraderecha, requiere mucho más que simplemente un “nombre” y, definitivamente, es impensable sin un rol fundamental de la nueva izquierda chilena y el Frente Amplio. Requiere, como elemento central, garantizar la continuidad del proceso de cambios iniciado en este gobierno, cuyas ideas matrices han sido aportadas precisamente por esta nueva izquierda. Es esa continuidad de los cambios la que garantiza que la política responda a las demandas de chilenos y chilenas que requieren vivir mejor, con más justicia y más igualdad, dejando atrás las largas décadas de hegemonía neoliberal.

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Garantizar la continuidad de este proceso es el mejor camino para enfrentar, con la sociedad de nuestro lado, los tiempos turbulentos que ya están aquí y la amenaza oligárquica que nos acecha.
- Simón Ramírez, secretario ejecutivo del Frente Amplio