En mí ya lejana juventud, Chile tenía un Ministro del Interior como todas las repúblicas civilizadas de la cultura occidental, y los Presidentes tenían sus secretarios personales como cualquier funcionario de una empresa.
Pero en 1952, Don Carlos Ibáñez del Campo, en su segunda administración, nombró secretario personal a su yerno y, para darle más categoría, creó la que se llamó Secretaría General de Gobierno, con lo que el país hizo el ridículo de pasar a tener virtualmente dos Ministros del Interior.
Cuatro ministerios del Interior
Así se llegó a don Augusto Pinochet Ugarte que, como desconfiaba de todos los civiles, pero por imagen quería un Ministro del Interior civil, creo lo que comenzó siendo el Comité Asesor de la Presidencia formado solo por militares. Al terminar su gobierno y, como en Chile nunca se suprime un cargo público, ese comité evolucionó hasta dividirse en dos entidades que se llaman la Secretaria General de la Presidencia y el Segundo Piso de la Moneda. Todo ello adornado, además, por una vocería con rango de ministerio.
De esa manera, el país ha terminado teniendo cuatro Ministros del Interior que se reparten las tareas del único que antes existía, lo que construye seguramente un récord digno de Ripley.
Ahora, en busca de dejar un legado perdurable en la historia, el Presidente Boric propone -con complacencia parlamentaria- la creación de un Ministerio de Seguridad Nacional, lo que agregará un quinto Ministerio de Interior.
Nuevo ministerio de Seguridad
Porque ¿qué es un ministro del Interior, sino que el encargado de las funciones de todos esos superfluos organismos?, ¿cuál va a ser el rol del ministerio del Interior, que supuestamente es el cargo más importante después del Presidente de la República?
Todo profesional que se haya dedicado a la organización corporativa sabe que un cuerpo colegiado de más de un número limitadísimo de miembros (siete o a lo más nueve) no funciona como cuerpo de carácter ejecutivo. Y por eso, todas las empresas privadas del mundo, famosas por su tamaño y eficiencia en la cumbre, solo tienen directorios de esos tamaños que actúan ejecutivamente a través de un Gerente General o un CEO (Chief Executive Officer).
Como todos sabemos, en el mundo hay empresas privadas que manejan recursos que superan los de muchos Estados, y cuya complejidad es superior a la de la mayoría de los gobiernos. Esas empresas no tienen más entes ejecutivos topes que los así señalados. Por eso es que, para un experto, basta con saber que Chile tiene un gabinete de más de veinte ministros para concluir que, o tiene un primer mandatario que lo usa como simple caja de resonancia de sus propias decisiones, o tiene un Presidente que es simplemente el adorno de un club de compadres.
Por todo esto es que, en mi opinión, la creación de un ministerio de seguridad nacional no es otra cosa que una maniobra publicitaria para disimular falencias y que su único efecto será hacer más engorrosa y difusa la función del único Ministerio del Interior que debería existir.
Los ministerios que sí importan
Si yo creyera que Gabriel Boric realmente tuviera capacidad e intenciones de transcender en la historia de país, le trasmitiría un simple mensaje: usted no necesita un nuevo ministerio, lo que necesita es botar a la basura una buena quincena de ellos y dedicarse a gobernar constructivamente con la media docena que realmente importan. Ministerios que existen no para obstruir iniciativas, sino que para alentarlas: Interior, Relaciones Exteriores, Hacienda, Salud, Educación, Obras Públicas. Esos ministerios, que pueden abrirse en todos los subsecretariados que aconsejen sus obligaciones, constituirán un cuerpo ejecutivo verdaderamente capaz de trasformar en realidades los programas sensatos del primer mandatario.
El Sr. Boric, si quiere transcender en la historia más allá de la serie de usos y actitudes con que ha degradado la majestad del cargo que ocupa, debería asumir la realidad de que ingobierna puesto de pie sobre una plataforma política partida en dos, y que su baile de una en otra parte lo ha convertido a él mismo en una figura patética.
Puede estar seguro de que ambas partes de su gobierno tienen un programa distinto para el último año de su gestión: una tratará de agregar algún logro positivo al desempeño económico del país. Mientras que la otra se centrará en la tarea de asegurarse de que el próximo gobierno herede una situación económica y social lo más frustrante y dificultosa que se pueda imaginar.
A él y a su menguada talla le corresponderán la tarea de definir en cuál parte quiere sacarse la fotografía final, porque lo peor sería que ese retrato lo viera saltinvaquiando entre ambos flotadores, como ha ocurrido ya en los lamentables tres años de cuestión que han martirizado a Chile.
Este mensaje debería ser complementado con uno dirigido a las bancadas opositoras del destartalado Congreso Nacional, que hasta ahora ha servido solo de dudoso dique al bailoteo del Presidente.
Y este mensaje no puede ser otro del que se preparen para un año sumamente difícil en que trataran de aprovecharse de hasta sus menores vacilaciones. Si ceden a ello, se harán reos del repudio de la mayoría nacional que quiere paz y progreso, y que está harta de los perjuicios que acarrea al país la desastrosa administración Boric.
Mal que mal, si se repasan las listas de senadores y diputados, resaltan nombres que no pueden ignorar que no hay institución nueva que pueda sustituir la voluntad política de hacer las cosas bien, y eso no existe en el actual gobierno.