Cuando los niños se enojan no miden sus palabras, y es ahí cuando los padres descubren los insultos y groserías que sus hijos conocen, o al menos lo que ellos consideran una agresión.
Algo así ocurrió a Allison Kimmey, una escritora de libros de autoayuda y de empoderamiento personal, quien recientemente sufrió la ira de su pequeña hija de cuatro años, Cambelle.
Según ella misma contó en Instagram, todo comenzó cuando la mujer le pidió a la niña que saliera de la piscina pues era tiempo de irse. La menor de edad no quería obedecer, y cuando lo hizo se fue reclamando en contra de su madre, y le dijo a su hermano que su mamá era “Gorda”.
En lugar reprenderla, la mujer decidió hablar con Cambelle y explicarle que ser “gorda” no es un insulto y que todos los seres humanos tenían grasa, incluso ella y su hermanito. Además, le dijo que la grasa existía para importantes tareas del cuerpo como como proteger los huesos o los músculos.
“Gordo’ no es una mala palabra en nuestra casa. Si regaño a mis hijos por decirlo les estoy dando a entender que es una palabra insultante y mantengo el estigma de que estar gordo es indigno, desagradable, cómico e indeseable”, escribió Kimmey, de 30 años, en cuenta de Instagram.
La escritora decidió contar esta historia para demostrar que el trabajo de la madre también involucra el enseñar a los niños a aceptar los diferentes tipos de cuerpo, independiente de cómo sean.
“Tus hijos van a casa de sus amigos. Tus hijos van a oír comentarios desagradables en la escuela. Tus hijos van a consumir el ideal de perfección a la fuerza en cada esquina… y por esto TIENE que ser una constante en casa, tienes que mantener un diálogo abierto para darles confianza, para que adopten un ideal corporal realista y para que celebren su singularidad a la vez que se les anima a aceptar las diferencias de toda la humanidad”, señaló al portal HuffPost.
“Quiero que los padres vean que la voz que más alto deberían escuchar nuestros hijos es la nuestra, independientemente del ruido exterior que haya”, sostiene.
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